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La historia secreta de Coca-Cola

Un farmacéutico norteamericano pasó de fabricar jarabes para la tos a una bebida que dio la vuelta al mundo y se convirtió en uno de los símbolos más poderosos de los Estados Unidos.

John Pemberton tenía 31 años cuando la Guerra de Secesión terminó. La derrota del Sur lo había dejado en la miseria. Había estudiado farmacia y era un apasionado de la alquimia. Sus empeños estaban puestos en buscar nuevos medicamentos para enfermedades vulgares. Falto de recursos, interesó en sus investigaciones a dos hombres de negocios, Wilson y Taylor, quienes decidieron apostar por las iniciativas de Pemberton, pero con algunas precauciones: una parte de la inversión serviría para abrir un drugstore y la otra para financiar la fabricación de medicamentos.

En la trastienda del bar, el farmacéutico trabajó 17 años, desbordante de ambición y entusiasmo. En 1880, se le ocurrió mezclar soda, extracto de coca y uno de sus jarabes. Era una bebida densa y melosa, que había que diluir en abundante cantidad de agua. No imaginó que acababa de inventar una bebida que terminaría adueñándose del mundo. Lo publicitó como un jarabe tonificante, ideal para aliviar los dolores de cabeza. Y las resacas. Cierta vez, un forastero, tambaleante, entró al bar de Pemberton y pidió un vaso “de esa cosa que usted fabrica para ayudar a los borrachos”. El forastero se tomó tantos vasos que la botella se vació y el farmacéutico le sirvió el siguiente con agua de la canilla. El borracho escupió y exclamó: “¿Y las burbujas? ¿Dónde están las burbujas? ¡Sin las burbujas esta porquería es intomable!”.

Pemberton vendió el secreto de su bebida por 550 dólares. El comprador, Candler, se dedicó por entero a la Coca-Cola. El 29 de enero de 1892 fundó la compañía que hoy se conoce como Coca-Cola Company. En los primeros años del siglo XX la bebida de Pemberton se convirtió en la gaseosa más popular de los Estados Unidos. Comenzó a aparecer la competencia, que buscaba parecerse en todos los detalles al original para disputarle el mercado. Pero la Coca-Cola arrasó con sus competidores cuando inventó su típico diseño de botella, basado en una nuez de coca estilizada y con ranuras ­verticales. Nada fue descuidado: el color, la grafía inconfundible y el logotipo que tiene el rojo y el blanco de la bandera estadounidense. Esos fueron los colores que identificarían al producto.

El 1º de enero de 1920, toda bebida que contuviera más de 1% de alcohol fue prohibida por la ley. Así comenzaba el reino de Al Capone y de la Coca-Cola, y atravesó la Gran Depresión sin mella, creciendo aún luego de la vuelta del alcohol en 1933. La fórmula, vagamente detallada para cumplir las disposiciones legales de países exigentes, no ha podido ser jamás precisada en su totalidad, y la firma ha hecho del misterio una cuestión de principios.

La industrialización de esa bebida estaba guiada por una premisa: siempre el mismo sabor, cualquiera fuese el lugar del mundo donde se la embotellara. Un norteamericano de visita en Oriente o un italiano en México no deberían notar la más mínima diferencia en el gusto ni en la presentación de Coca-Cola. Pero la bebida no solo estaba presente en el esparcimiento turístico, sino en la guerra. En 1974, el gerente de la empresa, ­Woodruff, dijo que Coca-Cola debería ­convertirse en un emblema patriótico ­“dispuesto a sostener la moral de las tropas”. La dirección de la empresa decidió entonces que todo soldado norteamericano debería poder comprar su botellita de Coke por cinco centavos, “dondequiera que sea, nos cueste lo que nos cueste”, porque ese trago “deberá evocar en su corazón ese algo que le ­recordará a su país lejano”. Más aún: “Coca-Cola será en adelante la recompensa del combatiente, su nostalgia de la vida civil”. Fueron creados recipientes especiales para que las botellas pudieran viajar en tanques, aviones, jeeps, camiones, sin romperse. La expansión mundial de la bebida siguió la lógica de la guerra: cuando comenzó a ­venderse en Israel, fue prohibida en los ­países árabes.

En 1942, Coca-Cola instaló en Buenos Aires la primera embotelladora de la ­Argentina. En los años 70, CABA se ­convirtió en la primera consumidora del mundo, superando a Nueva York, lo que obligó a instalar en nuestro país las ­máquinas de embotellamiento más modernas del mundo.

El conflicto con Cuba

Contó Osvaldo Soriano que, en 1960, a poco del triunfo, la Revolución cubana nacionalizó las cinco plantas embotelladoras de Coca-Cola: “Como respuesta, Jim Farley, entonces presidente de exportaciones de la firma, contribuyó a reunir fondos para resarcir a las brigadas que fracasaron en el desembarco de Bahía Cochinos. Lindsay Hopkins, uno de sus directores, figuraba también en el directorio de Zenith Technical Enterprises, que servía como fachada para las operaciones de la CIA en Cuba. Más tarde, el gobierno de Fidel Castro autorizó a Pepsi a utilizar las embotelladoras que había dejado su competidora, pero Robert Geddes Morton, vicepresidente de la compañía, se convirtió en uno de los contactos de la central de inteligencia norteamericana para intentar el asesinato del líder cubano. La carrera de Pepsi en Cuba fue, pues, corta y poco rentable”.

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