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La increíble historia de Lucrecia Borgia

Estuvo en el centro del poder en el siglo XVI, oscilando entre los envenenamientos y el decidido impulso a las artes.

Hija del cardenal Borja, futuro Alejandro VI, y de su amante Vanozza del Catanel. El origen de la estirpe se remonta a Valencia. Alfonso de Borja, que luego italianizaría su apellido como Borgia, acompañó al rey aragonés Alfonso V el Magnánimo en sus campañas italianas y, poco después, fue elevado al papado con el nombre de Calixto III. Era el inicio de una trayectoria que culminaría hacia 1500, cuando, en la frontera del Quattrocento y el Cinquecento, las victoriosas campañas de César Borgia en la Italia central y la entronización de su padre como Alejandro VI llevaron a la dinastía a su máximo esplendor.

Hermosa desde su niñez, su destino fue servir de juguete a las ambiciones de su padre, conocido como el “Nerón de los papas”. Recién nacida fue puesta al cargo de Adriana del Milà, prima hermana del futuro pontífice, con la que aprendió simultáneamente catalán, castellano e italiano. Su formación la completaron, después, una serie de excelentes humanistas que la instruyeron en el latín, el griego, la poesía, la música y la danza, así como en aquellas enseñanzas consideradas imprescindibles para una dama de su tiempo, como el bordado sobre seda o la pintura de la porcelana, en la que llegó a ser una experta.

Su noviazgo, concertado a los once años, pronto fue roto para comprometerla con alguien a quien su familia consideraba un partido mejor, Gaspar de Procida. No obstante, el matrimonio fue anulado al ocupar el solio Alejandro VI. Al año siguiente el papá encontró para su hija a otro esposo, Juan Sforz, señor de Pésaro. La unión duró poco, pues Alejandro VI negoció, para estrechar sus lazos con Nápoles, una alianza regia; y, tras haber anulado por impotentia coeundi el segundo matrimonio, bendijo la unión de Lucrecia con Alfonso de Aragón, duque de Biscaglia e hijo natural del rey. En 1499, cuando Lucrecia acababa de darle un hijo, Alfonso murió apuñalado por orden de César Borja, su cuñado. Tras haberle confiado durante un tiempo la regencia de los Estados pontificios, Alejandro estipuló para su hija un cuarto matrimonio, esta vez con el primogénito de Ércole d´ Este, duque de Ferrara. Lucrecia pronto conquistó por su belleza y encanto a un marido receloso, y que no carecía de motivos para serlo. Ambos ascendieron al trono en 1505, y su corte fue- sin dudas- la más brillante de Italia. Lucrecia se adaptó perfectamente a la vida en Ferrara, e incluso se convirtió en una auténtica mecenas de las artes. El 24 de junio de 1519, la duquesa de Ferrara moría a los 39 años tras dar a luz a su décimo hijo. No pudo superar el débil estado de salud con que había afrontado su último embarazo. Lucrecia se había ganado con el paso de los años el aprecio de sus súbditos ferrarenses, quienes, al final de sus días, llegaron a llamarla “la madre del pueblo”.

El recuerdo de Lucrecia fue arcilla en la mano de escritores que hicieron de ella una figura cuya verdad literaria fue reemplazando a la verdad histórica. Así, el novelista francés Victor Hugo hizo de ella una encarnación acabada de “deformación moral”; definiéndola como una mujer viciosa, despiadada y maestra en venenos. Sin embargo, sus contemporáneos no vieron en Lucrecia sino una princesa utilizada para componendas políticas, pero bella y generosa, capaz de alternar con los genios de su época.

Lo cierto es que fue acusada de todo tipo de atrocidades durante varios los siglos -incluso se llegó a decir que poseía un anillo hueco para contener venenos y verterlos convenientemente en la copa de algún infortunado-. Contraer matrimonio con ella constituía el premio mayor, pues suponía una alianza con la familia más poderosa de la época, pero, a la vez, era aceptar que pendiera sobre su cabeza el mayor de los riesgos.

La leyenda negra de la muerte trágica de Alfonso de Aragón sostiene que fue asesinado por César, al parecer en un ataque de celos, aunque lo más probable es que el principal motivo de su asesinato fuera que la alianza con la casa de Aragón dejó de ser beneficiosa para los intereses de los Borja.

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