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La pareja de prófugos más famosa de la historia

Decir Bonnie & Clyde es hablar de una historia de amor cruzada por robos, asesinatos, y una de las persecuciones más célebres de los Estados Unidos.

Tras más de veinticuatro meses de huida, la vida de los forajidos más famosos de los años treinta fue tronchada en una emboscada en una carretera de Louisiana, en Estados Unidos. Fueron cosidos a balazos por un grupo especial de agentes que nunca dudó en dispararles más de 150 tiros para evitar que escaparan.

La historia de esta pareja inolvidable arrancó cuando los Estados Unidos se encontraban sumidos en una grave crisis económica conocida como la Gran Depresión. Al crack económico se le sumaba una tremenda sequía y una plaga de langostas, los bancos ejecutaban hipotecas y expropiaban casas, diez millones de desempleados vagaban por los caminos de América. Muchos de los jóvenes a los que tocó vivir aquella época sólo contemplaban la delincuencia como único camino para poder sobrevivir y dejar atrás una vida miserable.

Aunque tenía sólo 18 años cuando conoció a Clyde, Bonnie Parker ya estaba casada. Había contraído matrimonio con Roy Thorton cuando apenas tenía 15 años. Su marido había caído preso al poco tiempo de casados, por eso no se divorciaron. Nunca lo había querido pero le parecía desleal abandonarlo mientras él estaba detrás de las rejas. Entonces apareció Clyde por el bar donde trabajaba Bonnie de camarera y ella sucumbió ante ese muchacho que le presentó un amigo en común. Clyde Barrow venía de una familia texana asfixiada por las dedudas, y había encontrado el delito como única manera de salir de esa situación. Cayó preso poco después de conocer a la que sería el amor de su vida. Hasta entonces lo salvaba su cara de bebé de ir a parar a la cárcel, pero esta vez no tuvo suerte porque acababa de cumplir 18 años.

Las crónicas dicen que en la cárcel Clyde decidió no solo rehabilitarse sino perfeccionar sus artes de ladrón. Lo habían encarcelado en Eastham Farm, un agujero olvidado de Dios, célebre por sus condiciones insalubres y la peligrosidad de sus convictos. Uno de ellos eligió a Clyde de esclavo sexual. Cuando ya le daba lo mismo morir que cualquier otra cosa, Clyde logró matarlo y no ser culpado del crimen. Pero estaba tan loco por salir (su madre le aseguraba que tenía casi obtenido un perdón especial para él) que se hizo cortar dos dedos de un pie con una pala por un compañero de trabajos forzados. Dos días después le anunciaron que estaba libre: no por la mutilación, sino por aquel perdón obtenido por su madre.

Lo primero que hizo Clyde al salir fue, cojo y todo, robar un auto y pasar a buscar a Bonnie por el bar, y el resto puede contarse en números: cuarenta y dos bancos robados en distintos estados, dieciséis policías muertos (Bonnie nunca disparó a nadie, pero nadie recargaba ametralladoras más rápido que ella), 167 impactos de bala en el auto en el que los emboscaron los federales, veinte mil personas empujándose por las calles de Dallas para echarles una última mirada a los cadáveres, exhibidos en funerarias vecinas.

Bonnie le escribía permanentemente a Clyde a la cárcel: “Nunca se me pasó por la cabeza quererte. Ya estaba decidido en mí cuando lo supe. Qué importa que hayamos estado juntos sólo un mes si es el primero de los meses y años que pasaremos juntos”. Bonnie le pregunta a Clyde, sabiendo perfectamente la respuesta: “¿Tú te acuerdas de mí, nene? Te escribo páginas y páginas de nosotros y sólo me contestas notitas, pero Dios, cómo me encantaría tener un millón de ellas. Las pocas que tengo se me han gastado de tanto leerlas. Por favor, recuérdalo todo. Piensa en mí pensando en ti”. Como los reclusos sólo podían tener correspondencia con familiares directos, Bonnie y Clyde se decían esposa y esposo en esas cartas. Bonnie se lo tomó tan literalmente que, cuando Clyde pasó a buscarla en el auto robado, lo esperaba con un par de anillitos de tungsteno, los más baratos, por no decir únicos, que había podido pagar.

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