La poeta platense Florencia Bossié presenta su nuevo libro

Agreste es el título de la obra, y trata sobre las crisis como posibles oportunidades.

El libro tiene un personaje, Laura, y cuando le preguntamos a la autora por ella, afirma: “De Laura puedo contarte que es una mujer fuerte y muy sensible, está viviendo una crisis, de esas que también son oportunidades. Aunque está en carne viva tiene muchos deseos, sabe que ese momento también pasará y que de ese trance va a salir mejor”.

—Los versos, huelen a campo. ¿La naturaleza está ligada a tu infancia, o es más un proyecto de vida?
—Más que un proyecto diría que es un deseo. Hasta los 17 años viví en Mones Cazón, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Aunque desde entonces vivo en La Plata, ese sigue siendo uno de los lugares de mi vida. La infancia allí fue rodeada de naturaleza, de las plantas de mi abuela y de mi mamá, de los árboles a los que trepábamos con mi hermano, de las caminatas a la hora de la siesta por calles de tierra, del campo y sus animales, la leche recién ordeñada de cada mañana que traía el abuelo.

—¿Cuáles fueron los primeros libros en tu vida?
—Desde muy chica me gustaba leer. En el pueblo no había librería y la única biblioteca era la escolar. Recuerdo sobre todo Mujercitas. Tengo tres hermanas y jugábamos a que cada una de nosotras era una de ellas. Me fanaticé con Louisa May Alcott, leí todos los libros que encontré de ella. Me gustaban los cuentos de Andersen, los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga, Poldy Bird, aquella enciclopedia Érase una vez el hombre y, por supuesto, Mafalda.

—¿Cuándo te descubriste poeta?
—Recuerdo un momento que para mí fue fundante: cuando dos amigas me invitaron a cenar para mi cumpleaños, hace un par de años. Esa noche me llevaron de regalo lo que pensé era un cuaderno. Creí que era una invitación a escribir hojas en blanco, sin embargo, cuando lo abrí, ya estaba escrito y empecé a reconocer los textos que había producido en El paisaje nos devora.

—¿A qué reflexiones te han llevado estos tiempos?
—Para mí fue un tiempo intenso y de mucha reflexión. Algunas en el plano más colectivo, político. La emergencia de las fragilidades, de un modo más crudo aún. La preocupación por las personas, cercanas o no, con dificultades de distinto tipo. También al principio me resultó muy inquietante el cambio de hábitos, de modos de trasladarse y relacionarse, cierta disolución de las redes afectivas.

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