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La verdadera historia de la Mona Lisa

El cuadro de Leonardo Da Vinci es una de las obras cumbres del Renacimiento y una de las joyas más preciadas del museo del Louvre.

Florencia es considerada la cuna del Renacimiento, sobre todo, a raíz de la irrupción de Filippo Brunelleschu, autor de la cúpula de Santa María del Fiore. Sin embargo, la figura que encarnó perfectamente el ideal del hombre renacentista fue un polímata versado en multitud de disciplinas, tanto de las artes como de las ciencias, llamado Leonardo Da Vinci. Como inventor se le atribuyen ideas tan disímiles como el helicóptero, la ballesta gigante, el uso de energía solar concentrada, el paracaídas y el tanque. Sin embargo, su legado más universal estuvo en el campo de la pintura: obras tan magnas como La última cena o La dama del armiño quedaron eclipsadas por la trascendencia de su cuadro más célebre: La Gioconda.

Pintado entre 1503 y 1506 por encargo de Francesco del Giocondo, un comerciante florentino cuya mujer napolitana posó como modelo, pasaría a la historia como La Gioconda o Mona Lisa -Monna era la manera de llamar a las damas en italiano antiguo, por su parte la modelo del cuadro tenía como primer nombre el de Lisa-. Impaciente por las demoras del pintor, el comerciante suspendió las sesiones de pose y se negó a pagar la cifra acordada. Ante ello, Leonardo terminó el cuadro, agregando probablemente entonces la sonrisa irónica de La Gioconda con la innovadora técnica del sfumato (que consistía en aplicar capas muy finas de pigmento diluido). Pocos meses después lo llevó a París, donde el rey Francisco I pagó el equivalente de 50.000 dólares.

El mismo rey impulsó luego la construcción del Museo del Louvre, donde el cuadro quedó desde entonces como propiedad del estado francés. Situado en una antigua fortaleza que fue construida por el rey Felipe II a finales del siglo XX, el museo ha experimentado infinidad de ampliaciones hasta tener el aspecto actual. En 1682, el rey Luis XIV trasladó su residencia hasta el Palacio de Versalles, lo que supuso que el Louvre quedara únicamente como lugar de exposición de la colección de arte de la realeza. Durante la Revolución Francesa, la Asamblea Nacional determinó que el Louvre debía ser utilizado únicamente como museo con el propósito de permitir el acceso de sus obras maestras a la nación. Durante el segundo imperio francés, el museo consiguió más de 20.000 obras.

Aunque en los cinco siglos siguientes se detectaron falsificaciones de muchísimos cuadros, el Louvre se manifiesta tranquilo sobre la autenticidad de La Gioconda: por un lado, porque lo posee desde poco después de su creación, y por el otro, porque los análisis de la tabla y de la pintura demostrarían que ése fue el producto original. Sin embargo, el cuadro fue robado en 1911 y recuperado en 1913. Durante esos dos años prosperaron las falsificaciones, con el resultado de que hasta seis cuadros de la Mona Lisa fueron comprados por millonarios norteamericanos, a precios cercanos a los trecientos mil dólares.

Giorgi Vasari, conocido por ser el primer historiador del arte de la era moderna y el padre del término Renacimiento, explicó de forma extraordinaria cómo Leonardo consiguió esbozar en su obra la mítica sonrisa de La Gioconda: “Mona Lisa era muy hermosa; mientras la retrataba, tenía gente cantando o tocando, y bufones que la hacían estar alegre, para rehuir esa melancolía que se suele dar en la pintura de retratos. Tenía un gesto tan agradable que resultaba, al verlo, algo más divino que humano, y se consideraba una obra maravillosa por no ser distinta a la realidad”.

Desde 2005, La Gioconda cuelga del muro erigido especialmente para ella en la Salle des États, dedicada a la pintura italiana, estimándose en 20.000 personas por días el público que la ve. Es indudable que la fama que poseía el retrato ya en el siglo XVI no es casual. La calidad de la obra radicaba, en palabras de Vasari, en su verismo, en su proximidad a la realidad y en su carácter mimético. Medio millón de craquelures, pequeñas grietas en la pintura, surcan el rostro de Mona Lisa. Sus colores se han oscurecido con el paso del tiempo y la aplicación de sucesivas capas de barniz.

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