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Los fracasos de los que nació el cine

La industria cinematográfica tuvo muchos pioneros, todos ellos murieron lejos de la gloria, en la soledad y el olvido.

La historia del cine suele estar asociada con los apellidos de Edison, Lumiere y Mélies, quienes revolucionaron la industria y el arte de la imagen con sus inventos sucesivos. Pero eso no contabiliza los fracasos de sus contemporáneos que quedaron a la vera del camino. Un caso trágico es el de Charles Émile Reynaud, un mecánico francés que en 1877 construyó el praxinoscopio, un curioso aparato que permitía ver, mediante un tambor giratorio, una sucesión infinita de imágenes. Incluso, el invento fue presentado en la Exposición de París y condujo al comienzo del Teatro Óptico, un sistema sofisticado con lentes y espejos que Reynaud explotó con espectáculos diarios.

Aquellos fueron precedentes cruciales del cine, pero los Lumiere lanzaron, en 1895, el cinematógrafo (un aparato que consistía en una caja de madera con un objetivo y una película perforada de 35 milímetros que rodaba mediante una manivela) estrenando, en el subsuelo del Gran Café de París, un cortometraje en el que se mostraba a los obreros saliendo de una fábrica de Lyon.

La aparición de esta técnica provocó que el público comenzara a abandonar a Reynaud. Cinco años después, suspendió las presentaciones y pronto se vio arruinado. La frustración lo llevó a destruir casi toda su obra personal, arrojando al Sena las películas primitivas que había realizado. De ellas, solo perduraron Pauvre Pierrot y Autour d´ une cabine, con breves escenas humorísticas y un tono poético.

Reynaud, sin embargo, fue el primero en conseguir pasar del movimiento cíclico de figuras dibujadas a un discurso puramente visual dotado de argumento que se proyectaba ante un público. Mientras se desempeñaba como docente, empezó a crear diversos juguetes ópticos, a través de los cuales se creaba la ilusión de movimiento, eran una serie de imágenes que se pasaban por diferentes tipos de obturador, lo cual hacia que estas parecieran moverse. Fue pionero, además, en perforar la película, como medio de arrastre mecánico de esta. Sus últimos días los pasó internado en un hospicio y murió en medio de la miseria.

Fue bastante similar el caso de William Friese-Greene, quien fue aprendiz del fotógrafo de Bristol, Marcus Guttenberg, e íntimo amigo de John Arthur Rudge, un fabricante de instrumentos científicos que trabajaba con la electricidad y las linternas mágicas para crear espectáculos populares. Greene fue un inventor inglés que precedió a Edison en la construcción de diversos implementos. En 1888, hizo construir una especie de cámara de imágenes en movimiento, cuya naturaleza se desconoce, pero que era capaz de tomar hasta diez fotografías por segundo utilizando papel y película de celuloide. Tales actividades se desarrollaron al margen de lo que Edison y Lumiere iniciaron en Estados Unidos, con el resultado de que Greene nunca fue debidamente aclamado y terminó sin un centavo.

Aun más trágico fue el destino de George Mélies, el predecesor de Walt Disney y creador de la fantasía cinematográfica. Él había querido comprar la cámara a los hermanos Lumiere, como no se la vendieron, inventó una cámara propia. Tras una década de apogeo, Mélies se halló en fracasos sucesivos, debió trabajar para su empresa competidora, Pathé, y el golpe de gracia de su carrera llegó con la Primera Guerra Mundial. En los años siguientes, se radicó en Alemania y en un arranque de pesimismo destruyó buena parte de su obra. Terminó por dedicarse a una tienda de pequeños juguetes junto a la estación de Montparnasse, donde algunos estudiosos del cine terminaban por reconocerlo con una expresión amarga. Murió en 1938, envuelto en el olvido.

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