cultura

Artistas que cultivaron pasiones encontradas

Fueron conocidos por su actividad principal pero, silenciosa o públicamente, se entregaron a otras maneras de expresión que terminaron formando parte de su identidad.

La expresión “el violín de Ingres” ha sido tradicionalmente utilizada para aludir a la actividad lateral o, más aún, a los puntos débiles de una personalidad importante. Deriva de que Jean Auguste Dominique Ingres, siendo un célebre pintor francés, se empeñó también en ser violinista. En su adolescencia vivió durante un tiempo de su labor como intérprete musical, pero además conservó hasta la muerte su hábito y su violín. Su caso no ha sido el único: también Albert Einstein y Charles Chaplin han incursionado en el mismo instrumento. Einstein tuvo ocasión de mostrar su condición de violinista cuando estuvo en el Colegio Nacional de nuestra ciudad en la apertura de los cursos universitarios e interpretó un fragmento del Zapateado del célebre violinista pamplonés, Pablo de Sarasate.

El violín de Ingres de Man Ray está en camino de ser la fotografía más cotizada de la historia. Realizada en 1924 – publicándose por primera vez en la revista Littérature, que dirigía André Breton-, ha sido considerada uno de los íconos del movimiento surrealista. Man Ray elaboró un fotomontaje abierto a varias interpretaciones, inspirándose en los estudios de desnudos del pintor francés, retratando de espaldas a su amante Kiki de Montparnasse y transformando el cuerpo femenino en un instrumento de cuerda haciéndole dos aberturas con tinta china.

En años más recientes, el célebre director y guionista estadounidense Woody Allen explicó que a través del cine aprendió a amar al jazz, pero que su pasión por este género musical supera a la del cine. En su biografía cuenta que aprendió a tocar el clarinete de pequeño y, de hecho, su nombre artístico es un homenaje al también clarinetista Woody Herman, su ídolo máximo. Lo mismo ocurrió con el caricaturista uruguayo Hermenegildo Sábat – “Menchi” para sus amigos”-. No tantos saben que, además de ser el certero ilustrador que desnudó la crueldad de la dictadura y los vaivenes de la vida política en democracia, fue un apasionado seguidor del jazz y un conocedor profundo de su historia y sus estilos.

Menos divulgación ha tenido la actitud inversa del músico que quiere o cree ser pintor. Aparece documentada por el musicólogo checo Hans Gal en un volumen donde recoge abundante correspondencia de músicos. Joseph Joachim, Clara Schumann, Eduard Hanslick, Hans von Bülow, entre otros, se presentan en el cuantioso volumen de Gal. También se recuperan las cartas de Johannes Brahms, quien no solo se enganchó con la producción pianística sino que abordó las grandes formas instrumentales, como sinfonías, cuartetos y quintetos. Todas sus obras reflejaron un profundo conocimiento de la construcción formal.

La carta siguiente fue escrita por Arnold Schonberg, el eminente compositor austríaco moderno creador de la música dodecafónica. Está fechada a mediados de 1910, cuando el compositor tenía 36 años y un serio problema económico sobre sus espaldas. Fue enviada a Emil Hertzka, director de las Ediciones Universal de Viena: “El caso es que me gustaría pedirle algún trabajo (corrección de pruebas, arreglos para piano o algo así) en las Ediciones Universal, ya que me veo obligado a complementar de alguna manera mis ingresos. Como usted sabe, este año tengo pocos alumnos. Mis ingresos se han reducido y mis gastos han aumentado. Así que debo hacer algo. No parece probable que lo que yo publique me pueda reportar algo durante un período. Pero hay otra cosa de la que quiero hablarle. Usted sabe que yo pinto. Lo que no sabe es que mi obra es sumamente elogiada por los expertos. Y haré una exposición el próximo año. Mi idea es que usted podría conseguirme algún cliente conocido que compre alguno de mis cuadros o que me encargue a hacer su retrato. Incluso estoy dispuesto a hacer un cuadro de muestra”.

Suele ocurrir que los autores de obras revolucionarias suscitan primero la oposición y luego el reconocimiento público. El caso de Schoenberg es único porque, después de un inicial reconocimiento de su talento, provocó hasta el fin de sus días una hostilidad e incluso un odio que no admite comparación en la historia de la música.

Noticias Relacionadas