cultura

Los últimos años de Jorge Luis Borges

En abril de 1986, el gran escritor argentino sorprendió al mundo entero cuando se casó con una mujer 38 años menor. Fue entonces que su vida dio un giro.

De un día para otro Jorge Luis Borges levantó su casa de la calle Maipu, en Buenos Aires, despidió a Fanny, la mucama que lo había cuidado durante más de 30 años, y se casó con María Kodama, que era su asistente, lazarillo y amiga desde hacía más de una década. Los viajes de Borges acompañado por Kodama continuaron en el primer lustro de los 80. Ya tenía 85 años y pasaba demasiado tiempo en los aviones. Ella era 38 años menor. En La Nación del 27 de diciembre de 1985, la escritora Sara Gallardo graficó la situación: “Es un dolor ver al gran argentino llevado y traído como un ostensorio”.

Cuando era joven, Jorge Luis Borges se mudó a Suiza junto a su familia, donde permaneció hasta los 22 años, y luego retornó a su tierra natal. Pero lo cierto es que Borges nunca pudo vivir en otra parte. Algunos suponen que por estar ciego desde muy joven se había inventado una Buenos Aires exaltante y épica que jamás existió. Se creía un europeo privilegiado por no haber nacido en Europa. Aprendió a leer en inglés y en francés pero hizo más que nadie en el siglo XX para que el castellano pudiera expresar aquello que hasta entonces sólo se había dicho en latin, en griego y en el atronador inglés de William Shakespeare. Escribe Osvaldo Soriano a propósito de su literatura: “De las Mil y una noches y La Divina comedia extrajo los avatares del alma que están por encima de las diferencias sociales y los enfrentamientos de clase. De Spinoza y Schoppenhauer dedujo que la inmortalidad no estaba vinculada con los dioses y que el destino de los hombres sólo podía explicarse en la tragedia. De allí llegó al tango y a los poetas menores de Buenos Aires, los reinventó y les dio el aliento heroico de los fundadores que han cambiado la espada por el cuchillo, el mar por el campo abierto”.

En cada una de sus obras, Borges plantea la cuestión dicotómica de la de-formación nacional: la civilización europea enfrentada a la barbarie americana. Como el escritor Sarmiento y el guerrero Roca -que fundaron la Argentina moderna sobre el aniquilamiento de indios, gauchos y negros-, Borges vio siempre en las masas mestizas y analfabetas una expresión de salvajismo y bajeza. Pertenecía a una cultura que estaba convencida de que Europa era dueña del conocimiento y de la razón. De aquí, los criollos sólo podían emanar un discurso retrógado, sin sustento filosófico.

Borges es descrito como el atónito liberal del siglo XIX que se propone poetizar antes que comprender. Curiosamente, la ciencia no figuró entre sus herramientas: ni Hegel, ni Marx, ni Freud, ni Einstein son dignos de ser leídos con el mismo fervor que Virgilio, Dante, Cervantes o Schiller. “El único mundo posible para Borges -escribe Soriano- era el de la literatura bendecida por 100 años de supervivencia”. En ese sentido, unió -desde su biblioteca incomparable- las culturas que parecían muertas con los estallidos de Melville, Joyce y Faulkner.

Cuando Cortázar retornó a Buenos Aires poco antes de morirse, Borges se indignó porque creía que el único contemporáneo al que admiraba no había querido saludarlo. En verdad, Cortázar, que era un hombre tímido y huidizo, no se atrevió a molestarlo y temía que las diferencias políticas, ahondadas por las distancias, fueran insalvables. Él le debía tanto a Borges como la enorme mayoría de los escritores de su generación, o más aún, porque el autor de El Aleph le había publicado su primer cuento, Casa Tomada, en 1946, en el número 11 de la Revista Los Anales de Buenos Aires Buenos Aires, con ilustraciones de su hermana, Norah Borges.

Cortázar sostenía, a propósito de Borges, que había que juzgar al escritor genial, por un lado, y al hombre insensato por otro. Había que disociarlos para comprenderlos, ir contra todas las reglas de razonamiento para crear otra que nos permitiera amarlo y sentirlo como nuestro a pesar de él mismo. Finalmente, Borges fue a morir lejos de nuestra patria y pidió ser sepultado en Ginebra como antes Cortázar había preferido que lo enterraran en París.

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