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Marcello Mastroianni: una entrañable estrella de cine

Actuó en ciento cincuenta películas desplegando un estilo único, inimitable, se terminó convirtiendo en el amor de todas las mujeres y el amigo de todos los hombres.

El 28 de septiembre de 1924, en Fontana Liri —a unos kilómetros de Roma—, nació Marcello Vincenzo Domenico Mastrojanni (sí, con esa jota que después se cambió por una i). El cine italiano no fue el mismo a partir de él. La grandeza de películas como La dolce vita, Ocho y medio, Los compañeros, Los girasoles de Rusia y Un día muy particular se deben, en buena medida, a la calidad actoral de este actor capaz de insuflar a sus personajes un soplo único de humanidad.

A lo largo de más de cincuenta años de carrera, y ciento treinta y cuatro películas, logró instalarse como uno de los mayores actores de la historia del cine. Su resonancia mundial se produjo con La dolce vita, considerada por muchos como la mejor película de Federico Fellini, premiada en Cannes y en Hollywood, y en la que Marcello Mastroianni logra un auténtico milagro de actuación, y acuña para siempre su personaje de seductor nato, de sonrisa socarrona y melancólica, que no temía a la inseguridad ni a reírse de sus propios defectos.

Tanto las mujeres como los hombres lo seguían incondicionalmente por esa imagen que trasuntaba de hombre íntegro, de niño grande, proclive a la risa y a la ternura infinita. El público, ese animal impredecible, lo acompañó y lo quiso siempre; perdonándole incluso las películas que no estuvieron a su altura.

Era el hombre común capaz de bailar con Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Alguien que cualquier espectador podía encontrarse por la calle, decirle “Ciao, Marcello”, y darle un abrazo. Generaciones de mujeres se derritieron con su sonrisa, y hubieran dado la mitad de su vida por un beso suyo. Los hombres lo envidiaban sin malicia, y hubieran deseado compartir una charla con él, quizá no para hablar de cine, sino para escuchar sus miles de anécdotas, incluyendo las de sus amoríos con Jeanne Moreau, Catherine Deneuve, Ursula Andress, Faye Dunaway, Jacqueline Bisset, Sidne Rome, y el resto de las actrices más bellas de su época. Pero no lo haría para envanecerse o confidenciar cosas impropias de un caballero, sino para compartir las situaciones en que no salió bien parado o fue dejado por las mujeres. Marcello, así, sin apellido, nunca vivió en un cielo inalcanzable, sino que parecía un amigo que en cualquier momento encontraríamos.

Su debut cinematográfico fue a los quince años, trabajando como extra. Pero fue diez años después, con Rufufú, una película que protagonizaría junto a Vittorio Gassman, el que lo mostraría como un actor distinto, un gran estilo personal, capaz de dar cuenta con maestría del infinito mundo interior de sus personajes. A mediados de los 50, ya es un actor popular en su país; la crítica lo elogia, comienza a recibir premios. Alternativamente trabaja en teatro con Visconti, a quien puede considerarse su “descubridor” y primer maestro.

Marcello Mastroianni filmó en nuestro país De eso no se habla, una película de 1993, dirigida por María Luisa Bemberg –él diría después que fue la directora que más lo mimó–, en el que interpreta el papel de un fabulador sesentón que cae fulminado de amor por una enana. Es inolvidable la escena en que canta Caminito.

Su amistad con Federico Fellini

Es una cordillera de picos altísimos los que logró Marcello Mastroianni con sus actuaciones: el profesor idealista de Los compañeros, el suicida de L'uomo dei cinque palloni, el intelectual de La noche, el atribulado hermano de Crónica familiar, el obrero inmigrante de ¿Me permite?, el homosexual de Un día muy particular, el militar derrotado de La piel, el comunista envejecido de La historia de Piera, el padre que quiere recuperar afectivamente a su hijo en ¿Qué hora es?, o el borracho de Un deux trois soleil. Pero es con Federico Fellini con quien Marcello Mastroianni irradiará todo su fulgor como actor.

Marcello Mastroianni había sido compañero de Giulietta Masina, en un grupo teatral de la Universidad de Roma —mientras se debatía entre ser actor o estudiar arquitectura—, a través de ella llegará a Federico Fellini. Se hicieron pronto grandes compinches. Dos de las más grandes obras maestras que ha dado el cine del gran Fellini lo tienen a Matroianni como protagonista: La dolce vita y Ocho y medio. En la primera de ellas, Mastroianni encarna a un periodista que conoce a todo el mundo que está cubriendo todo lo que sucede, envidiado por sus colegas y adorado por sus fotógrafos. No obstante, en ambas películas —y también después, en gran medida, en La ciudad de las mujeres y en esa joya crepuscular llamada Ginger y Fred—, se confundirán tanto las personalidades de Federico y Marcello, que este último quedará como la encarnación en la pantalla del primero.

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