Mauricio Kartun y la lucidez de saber reír

Es uno de los mayores dramaturgos argentinos. La vis cómica, su más reciente obra, se pondrá en escena en La Plata, de la cual contó detalles a diario Hoy.

Algunas de las piezas de Mauricio Kartun ya son clásicos del teatro argentino: Chau Misterix, La Madonnita, Salomé de chacra, Terrenal –representada varias veces en La Plata con inusual respuesta de público–. Y el 6 de agosto se subirá a los escenarios de nuestra ciudad La vis cómica, una obra ambientada en el Buenos Aires virreinal que plantea la siempre candente relación entre arte y poder. Diario Hoy conversó con este escritor cuyo teatro, ­atravesado por el humor, retrata despiadadamente la condición humana.

—Vos no tenés las tribulaciones que tiene el poeta de La vis cómica, que arrastra 17 años sin poder estrenar su obra...

—Hice algo que el personaje de mi obra no aprendió. Es decir, aprendí a dirigirlas; el método tradicional de escribir y llevárselo a un ­director o directora ya me estaba resultando agobiante. Las cosas se me iban de las manos y nunca ­terminaba de manejar los ­proyectos. Me largué medio ­temerariamente a dirigir mi primer espectáculo, que fue La Madonnita. Le agarré el gustito y acá estamos.

—La gente que va a ver la obra se engancha fácilmente con lo que ve sobre el escenario. ¿Dónde sospechás que está la conexión entre el público y la obra?

—En principio, sobre esto tengo un par de consideraciones. A mí me gusta construir universos. Yo creo que parte del placer del teatro es el de transportarse a un universo desconocido. Y creo que a todo el mundo le interesa especialmente el universo del teatro. Hay algo cholulo flotando siempre en el espectador en relación a cómo se hace esto, qué hay del otro lado del guion o en camarines. Esta obra toma esos entretelones y lo que muestra es, en realidad, que atrás de la apariencia está la miseria. Como decimos nosotros en el teatro, el actor come un día pavita y al otro día se come las plumas.

Tercera consideración: el tema más profundo que tiene el texto es la relación de los artistas con el poder, esta relación siempre al riesgo del derrumbe, siempre en el borde de la degradación. Después viene otra gran razón, que es el espectáculo, el trabajo de los actores.

—Indispensable para que la seducción funcione...

—Es lo más importante de todo, siempre. Siempre me gusta esa definición de seducción que leí, ya no recuerdo dónde, que dice que seducir es prometerle a alguien darle lo que ese alguien quiere, siendo que uno no sabe qué es lo que quiere y, además, prometiéndole hacerlo con exclusividad.

En el teatro hacemos lo mismo con los espectadores. Les prometemos ­darles lo que ellos están esperando, siendo que no sabemos muy bien qué es lo que esperan, y lo hacemos como si lo estuviéramos haciendo a un metro y susurrándoselo en el oído.

—La vis cómica tiene un humor huracanado que no deja nada en pie...

—Yo no me imagino el teatro sin humor. Yo llegué, en los años 60, al taller de Ricardo Monti, que fue un gran maestro, un tipo que de pronto prendió una luz y me mostró que la realidad artística era otra muy distinta a la que yo me imaginaba. Una de las cosas que me dijo cuando entré en el taller fue: “Qué tremendo que es ser autor de humor, porque si la gente no se ríe, vos fracasás. Yo no conozco una condena más grande que estar siempre al borde del fracaso”.

Y me dijo que en el taller me olvidara de hacer reír: “Si vos tenés humor, tus obras van a ser cómicas, si no lo tenés, por más esfuerzo que hagas, nadie se va a reír”. Un chiste no es un invento, es un descubrimiento. Soy alguien de buen humor y me gusta reírme, y eso naturalmente pasa a tu trabajo.

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