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¿Por qué filman los que filman?

En los años 90 una revista entrevistó a algunos de los mayores directores de cine contemporáneos preguntándoles qué es el cine para ellos.

Para Bernardo Bertolucci sus películas siempre terminaron siendo algo muy distinto de lo que se había imaginado al principio: “ Suelo comparar un film con un barco pirata. Es imposible saber dónde irá a parar si le das la libertad de seguir los vientos de la creatividad; sobre todo con alguien como yo, que le encanta soplar en dirección contraria”. Para el director de Último tango en París y El último emperador, la contradicción es la fuerza impulsora de cada una de sus películas. Por eso abordó Novecento, un film sobre el nacimiento del socialismo, financiada con dólares americanos; mezclando actores de Hollywood con campesinos del Valle del Po que nunca habían visto una cámara.

Se aprende cine viendo películas, eso, al menos, asegura Pedro Almodóvar en muchas entrevistas. Sin embargo, aquí el peligro radica en que puedes caer en la trampa del homenaje:

“Observas cómo algunos maestros del cine ruedan una escena y, a continuación, tratas de copiarlo en tus propias películas. Si lo haces por pura admiración, no puede funcionar. La única razón válida para hacerlo es encontrar la solución a uno de tus problemas en la película de otra persona y esta influencia se convierte, entonces, en un elemento activo de tu película. Podría decirse que el primer planteamiento –el tributo– es tomar prestado, mientras que el segundo es robo. Sin embargo, para mí, sólo el robo tiene justificación. Si es necesario, no hay que dudar nunca; todo los cineastas lo hacen”. Almodóvar confesó que su mayor fuente de inspiración fue Hitchcock, y lo que más tomó del maestro del cine de suspenso, fueron los colores, porque los colores le recuerdan su niñez, y también porque son los colores que se corresponden con su concepto de lo que es una historia.

David Cronemberg dice que se convirtió en director por casualidad. Siempre pensó que sería escritor, como mi padre. Le gustaban las películas como espectador, pero nunca se imaginó que acabaría haciendo carrera en el cine: “ Vivía en Canadá y las películas llegaban de Hollywood, que no sólo estaba en otro país sino ¡en un mundo diferente! Sin embargo, cuando rondaba los veinte años, sucedió algo extraño. A un amigo mío de la universidad lo contrataron para interpretar un pequeño papel en una película y ver cómo alguien que conocía en la vida cotidiana aparecía en una pantalla de cine supuso una especie de shock”. Aprendió técnica cinematográfica leyendo revistas de cine y enciclopedias: “Pero no entendía una palabra de lo que leía. La jerga técnica resultaba sencillamente indescifrable para un principiante como yo”.

Pero le gustaban las fotografías tomadas en sets de filmación, sobre todo aquellas donde se veía el equipo cinematográfico. Siempre le fascinó la maquinaria, de manera que imaginó que la mejor forma de aprender era ponerse a usar el equipo de verdad. Fue a una empresa de alquiler de cámaras y se hizo amigo del propietario, que lo dejó juguetear con las cámaras, las luces, las grabadoras: “ A veces, los operadores de cámara venían a recoger su equipo y me daban consejos sobre iluminación, objetivos, etcétera. Y, finalmente, un día me decidí a probar. Alquilé una de las cámaras e hice un pequeño corto; y luego otro y otro, y otro”.

Para el japonés Takeshi Kitano el cine es algo muy personal. Es como una caja de juguetes con la que se divierte. Una caja de juguetes muy cara, por supuesto. No obstante, llega un momento, cuando la película ya está en la lata, en que siente que deja de pertenecerle. Se convierte, entonces, en el juguete del público y de los críticos. En tanto, para el chino Wong Kar-Wai, el sueño más feliz que tiene es levantarse por la mañana y encontrar un guión esperándome en la mesita de luz.

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