cultura
Jorge Luis Borges y el sentido de la palabra patria
El gran escritor argentino no sólo reflexionó mucho sobre el idioma de los argentinos, sino también sobre nuestro sentido de pertenencia a esta tierra.
Muchos han definido la patria como la tierra a la cual se siente ligado un individuo por haber nacido en ella o por haberla adoptado como propia. Suele invocarse con fines políticos, apelando a sentimientos nacionalistas o para exaltar el sentido de pertenencia de la colectividad, especialmente en circunstancias bélicas o que amenacen la seguridad de la nación. El concepto permanece tan complicado que sorprende aun la velocidad con que el ser humano se diploma patriota. Ese apresuramiento comienza en la más tierna infancia. En esa etapa, un francés hijo de franceses puede ser patriota con envidiable impunidad y creer que Francia es símbolo de egalité, liberté, fraternité. Pero la realidad es más compleja, sin embargo, como lo documenta la historia de la humanidad.
Jorge Luis Borges, agudo observador de idiosincrasias, ha reflexionado mucho sobre el ser argentino y señalado los momentos históricos que él ha considerado de “declinación nacional”. En ese sentido, afirmó que la historia de nuestro país es un frígido museo: no la sentimos o la sentimos de manera elegíaca. Y que una de las razones es el hecho de que el tiempo arriesgado y azaroso dejó de existir porque algo, sencillamente, se ha roto: “Hablar del argentino es hablar de un tipo genérico; soy, a la manera inglesa, nominalista y descreo de los tipos genéricos. Aventuraré, sin embargo, alguna observación aproximativa, con la convicción resignada de que centenares y aun miles de objeciones podrán alegarse en su contra”.
El mayor escritor argentino del siglo XX también enumeró dos rasgos afligentes que exhibe un argentino. El primero es la penuria imaginativa: “Las ciudades de nuestro territorio son modestos fragmentos de Buenos Aires, desparramados en mitad de la pampa; el arquetipo viene a ser, asimismo, una costosa réplica de París o, esporádicamente, de Nueva York. La facultad imitativa es el complemento o si se prefiere, el reverso de la escasa imaginación.” Pero más grave que la falta de imaginación de los argentinos, subraya Borges, es la falta de sentido moral. En ese sentido, un americano, imbuido de tradición protestante, se preguntará en primer término si la acción que le proponen es justa; un argentino, si es lucrativa.
Por otro lado, algunos españoles han llegado a quemar la bandera española porque se sentían, ante todo, vascos (así como otros españoles se sienten, ante todo, catalanes). Un inglés nacido en la India antes de 1947, con toda su documentación británica en orden, puede ser tratado en Londres como un extranjero de piel cobriza a quien hay que expulsar rápidamente de todo hotel de categoría. Un argentino hijo de ingleses, que ha hablado inglés desde su infancia y que quizás trabaje en una compañía inglesa. puede recordar los diálogos que tuvo con su almohada durante la guerra de Malvinas. Así como un alemán nacido antes de 1961 debió optar seguramente entre ser “occidental” o ser “oriental”, y si su opción no coincidía con su residencia habitual, pudo llegar fácilmente a la esquizofrenia o a la aventura cinematográfica de atravesar fronteras.
Borges auspició un patriotismo tranquilo, integrado por barrio, callecita, farol y crepúsculo. En el otro extremo, un libanés o un palestino se afilian a un patriotismo feroz que procura implantar la paz en Medio Oriente. O el ejército norteamericano dispuesto a implantar compulsivamente la “democracia global”, irónicamente bajo amenaza de utilizar armas de destrucción masiva Los elementos raciales, religiosos y políticos alteran también la idea misma de una nacionalidad. Ser judío nunca fue fácil, ni siquiera en Israel desde 1948, pero se hizo mucho más difícil en diversas circunstancias históricas. En medio de esas peripecias, afirma el periodista Homero Alsina Thevenet, elegir un patriotismo es una preocupación tan insensata como jugar al ajedrez contra la computadora.