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¿Qué es el amor?

Es la gran pregunta que se hicieron no solo los artistas y los filósofos de todas las épocas, sino también todos los seres humanos que sintieron su vida atravesada por esa pasión.

Alguna vez el poeta francés André Breton sostuvo: “Si pongo el amor por sobre todo, es porque es para mí el estado de cosas más desesperado y más desesperante que hay. Todo lo que espero en ese terreno, es mi despersonalización. En cuanto a mi sumisión, está tan mezclada con la dominación, que no vale la pena aclararlo. Siento, por fin, la sensación de no ser más libre por nada”. En el panteón de los antiguos griegos, el amor se llamó Eros. De acuerdo con el ensayo de Platón, cada uno de los invitados expone su visión de Eros. La de Platón, transmitida por el discurso de Sócrates, es que el amor no puede ser un dios, sino un ser intermediario. En ese sentido, quien ama quiere algo que no tiene, entonces el amor es una carencia, no siendo ni bueno ni malo, ni bello ni feo.

En una de sus obras más relevantes, Sigmund Freud profundiza sobre el amor y su relación con los objetos. Según el padre del psicoanálisis, el amor es el estado al que llega el sujeto cuando se siente igual a la otra persona, de quien se enamora. Por eso, cuando amamos, la persona inicialmente parece no tener defectos, es perfecta. Para Freud, el amor es la proyección de una imagen ideal, la que uno siente no poseer, pero que cree haberla encontrado en otro. No es sino la forma de complementarnos a través de otra persona.

En 1936, al morir Jorge V de Inglaterra, le sucedió su hijo Eduardo. Tenía 42 años y, durante 25 años, había sido príncipe de Gales. Estaba profundamente enamorado de la señora Simpson, norteamericana, divorciada de su primer marido y a punto, por ese entonces, de divorciarse del segundo. El gobierno y la mayoría del pueblo inglés expresaron su total indignación o, mejor dicho, su franca oposición incluso a un posible matrimonio morganático. El primer ministro de la corona, Stanley Baldwin, así se lo manifestó al monarca, con lealtad y firmeza. Y el Rey sencillamente contestó: “Estoy dispuesto a casarme con Mistress Simpson y a marcharme”. El acta de abdicación de Eduardo VIII, en favor de su hermano Jorge, es un modelo de sinceridad y traducido en un documento así una de las más bellas expresiones de amor que un hombre pudo dedicar a la elegida de su corazón, por la que sacrificó el trono. El tiempo dulcificó el enfrentamiento del duque de Windsor —el título que se le concedió a Eduardo VIII— con la familia real británica, que nunca aceptó a Simpson, sobre todo su madre, la reina María, que nunca aceptó recibirla.

Cuando estalló un incendio en el Hospital de Brooklyn, se iniciaron las investigaciones correspondientes, que descubrieron que había sido provocado por el conserje. Al preguntarle la policía por qué había hecho semejante cosa, este respondió: “Por amor”. Herido su corazón por el desdén de una de las enfermeras allí acogidas, decidió prender fuego el edificio con objeto de probarle a su dulce tormento la pasión que había encendido —aunque él fuera el incendiario— rescatándola de las llamas. De modo que brindó detalles concretos de cuál sería su actitud, sus gestos y hasta sus palabras en el momento de tomarla en sus brazos cuando el incendio amenazara a su amada. Asimismo, declaró que no había pensado en lo que hubiera podido ocurrirles a los demás enfermeros.

No obstante, en el mundo animal también se encienden las pasiones más inusitadas: la proeza aérea que el colibrí macho ofrece a su amada la deja sin aliento. Sostenido en sus trémulas alas, oscila ante ella en arco aéreo, aleteando setenta y cinco veces por segundo. Cada vez con mayor apasionamiento sigue desarrollando su silencioso poema de amor y eleva aun más los dos extremos del arco de su vuelo hasta que súbitamente asciende en línea recta unos veinte metros hacia el cielo. Se detiene en la altura por un segundo; luego se lanza hacia tierra en furioso descenso lírico que corta milagrosamente para quedarse parado a mitad del aire, exactamente a la altura de la diminuta hembra que lo observa desde la rama donde está posada.

No hay definición que pueda inmovilizar en un concepto eso tan inasible que es el amor, que fue descripto por Julio Cortázar como “un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en mitad del patio”.

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