CULTURA

Reunión cumbre: Ernesto Sábato y Juan Manuel Fangio

El piloto de carreras cinco veces campeón mundial y uno de los grandes escritores argentinos del siglo XX se sentaron una tarde a conversar extensamente.

Algunas coincidencias unen a ciertos grandes personajes. Un mismo día de un mismo año, con algunas horas de diferencia, el 24 de junio de 1911, nacieron Ernesto Sábato y Juan Manuel Fangio. Pero muchas otras coincidencias fueron apareciendo en el curso de una larga conversación que ambos mantuvieron una tarde de 1971.

Sábato decía tener dos ídolos deportivos: el Beto Infante –quien había sido jugador de Estudiantes de La Plata–, y Juan Manuel Fangio. Fangio, por su parte, no era un asiduo lector, pero sabía de la importancia de Ernesto Sábato. Eran dos figuras disímiles pero representativas de nuestro país. Dos impenitentes que, aunque no sociabilizaban con facilidad y más bien tenían que vadear un abismo de timidez para comenzar una conversación, se hallaron unidos por una profunda admiración.

Lo primero que confesó Sábato fue que decidió llegar en auto a la cita para hacerle un chiste a Fangio: subirlo y llevarlo a dar una vuelta. Por su parte, el piloto le comentó que venía de hacer un viaje a su pueblo natal, Balcarce, porque el gobernador de la provincia de Buenos Aires lo había invitado a la inauguración de un nuevo autódromo: “Yo no estoy con ninguna posición política, estoy con los hombres que hacen. Pienso que hay que apoyarlos”.

“Somos, Fangio, lo que se llama gemelos astrales”, le explicó sonriendo el autor de Sobre héroes y tumbas. “Además, nacidos en pueblos de la provincia de Buenos Aires. Rojas y Balcarce, dos pueblos de automovilistas. Horangel, en el libro que publicó el año pasado, nos hizo aparecer en la misma página, como ­ejemplo de gemelos astrales” continuó el escritor. “Caray, yo le ando escapando a Horangel. Nunca quise que me predijeran cosas”, le respondió Fangio.

Sábato, formado con un espíritu científico, desconfiaba de las predicciones astrológicas. El automovilista tenía una posición filosófica ante la vida: “Mire, hay una cosa, yo creo en el destino. No sé, no quiero pensar qué es lo que me va a pasar. Vivo un poco lo que me va pasando día a día. No especulo con lo que me va a pasar”.

Luego hablaron de las condiciones humanas especiales que debía tener un campeón ejemplar: el coraje, el espíritu de observación, la tenacidad, la intuición y, sobre todo –algo que le llamaba mucho la atención a Sábato–, el sentido del ritmo. “Lo he visto correr en autódromos y por televisión, y usted, de manera ejemplar, tenía lo que yo creo que siempre tiene un gran conductor: saber mucho antes de frenar que hay que hacerlo, no frenar a último momento, y también saber cuándo hay que acelerar”.

En un momento dado, Fangio le reconoció al escritor haber sido supersticioso: “Iba una vez, antes de una carrera, y se me cruzó un gato, un gato negro. Lo maté. Todos me decían que era una cosa terrible, una desgracia. Esa noche no podía dormir. Pero al día siguiente gané, a pesar de que llovió, y ahí se me pasó todo. La carrera fue tan difícil que ni me acordé”. Sábato le respondió con una síntesis: “El hombre que está enfrentado con el peligro como profesión es supersticioso”.

El espíritu aventurero

Hacia el final de la conversación, en los prolegómenos de la despedida, Sábato confesó a su ídolo que le hubiera gustado mucho ser corredor de autos, porque lo sospechaba un mundo fascinante: “Y a pesar de que hubiera sido un pésimo corredor, habría disfrutado muchísimo”.

Fangio, lejos de toda sorna, replicó: “Yo creo una cosa, no sé si usted va a estar de acuerdo conmigo. El espíritu nuestro es un espíritu aventurero, porque solamente ese espíritu es el que nos ha llevado a triunfar en algo que sentíamos necesidad de hacer. Tuvimos la suerte de poder jugarnos en algo, de hacerlo porque lo sentíamos”.

La última palabra, claro, la tenía que tener quien había elegido la profesión de la palabra: “Fíjese que yo abandoné la física y me dediqué a la literatura. Es cierto lo que usted dice del espíritu aventurero. Eso, para mí, fue una aventura loca. Fue lo mismo que ponerme a correr un auto”.

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