cultura

Roberto Arlt del desprecio a la gloria

Escribió en orgullosa soledad algunas de las mayores obras de la literatura argentina, en las que incorporó con naturalidad el lenguaje coloquial de su tiempo.

Roberto Godofredo Christophersen Arlt nació en Buenos Aires, en el barrio de Flores, el 2 de abril de 1900. Sus padres eran dos inmigrantes europeos llegados hacía poco al país: el padre, Carlos Arlt, alemán, tenía 32 años al arribar a Buenos Aires y, según parece, era desertor del Ejército Imperial; la madre, Catalina Iobstribitzer, nació en una aldea tirolesa. Según todos los testimonios, la inclinación autoritaria del padre llevó al hijo a abandonar la casa familiar, a los 16 años. El adolescente tuvo que trabajar duramente para sostener su independencia.

Su contacto con la literatura se produjo a través de lecturas desordenadas en bibliotecas de barrio. Leía con voracidad, sobre todo a los grandes novelistas rusos. Tenía 20 años cuando conoció a Carmen Antenucci, con quien habría de casarse al poco tiempo. Con su mujer atacada de tuberculosis, se instaló en las sierras de Córdoba, e invirtió en vagos negocios los 25.000 pesos traídos por Carmen como dote del matrimonio. Los negocios urdidos por Arlt fracasaron y decidieron regresar a Buenos Aires. Trajo el manuscrito de El juguete rabioso, y mientras fracasaba sistemáticamente en su tentativa de entusiasmar a alguna editorial con su publicación, empezó a trabajar en periodismo, oficio que ejerció hasta su muerte.

En el mundillo intelectual no era tomado en serio por su escasa educación formal: “He cursado la escuela primaria hasta el tercer grado. Luego me echaron por inútil. Fui alumno de la Escuela de Mecánica de la Armada. Me echaron por inútil”, escribió en una de sus aguafuertes. Desde chico desempeñó diversos oficios y pequeños empleos: dependiente de librería, aprendiz de hojalatero, mecánico, corredor de artículos varios. “Trabajo lo indispensable para vivir sin tener que gorrear a nadie, y soy pacífico, tímido y solitario”, se autorretrataba este hombre que creía en el amor cuando lo atacaba la tristeza: “Cuando estoy contento miro a ciertas mujeres como si fueran mis hermanas”. No tenía una imagen idealizada de sí mismo: “Como todos los seres humanos, he localizado muchas mezquindades en mí, mas al final me he convencido que un hombre sin defectos sería inaguantable, porque jamás le daría motivo a sus prójimos para hablar mal de él”.

El 26 de julio de 1942, a la madrugada, después de haber presenciado un ensayo en el Teatro del Pueblo y de haber votado en las elecciones del Círculo de Prensa, murió de un ataque cardíaco. Dejó una obra que consta de cuatro novelas, un relato largo, alrededor de 25 cuentos reunidos en dos volúmenes y algunas obras de teatro. Fue una de las mejores plumas que dio el periodismo de nuestro país, como lo demostró con sus crónicas policiales en Crítica y, sobre todo, con sus aguafuertes para el diario El Mundo, en las que abordó infinidad de temas y lugares que hacen a la cotidianidad de todos, incluyendo un inolvidable texto sobre la ciudad de La Plata.

Noticias Relacionadas