Un loco que se creía Salvador Dalí

El pintor catalán desde niño fue excéntrico e imprevisible, se construyó a sí mismo un personaje genial e insufrible.

"Mi vida estuvo signada por dos acontecimientos. El primero se produjo en mi nacimiento. La muerte de un hermano, a los siete años, a causa de meningitis. Esto determinó la afirmación del Salvador Dalí. Tuve que salvarme de mi hermano reafirmando a Dalí. En realidad, nací siendo dos: mi hermano y yo”, decía el pintor a manera de justificación de sus comportamientos muchas veces incomprensibles. El segundo acontecimiento que marcó su vida se produjo cuando tenía cinco años. Empujó de un puente a un niño que andaba en triciclo. Regresó a su casa a esconderse y se quedó meciendo en una hamaca, tranquilamente: “Recuerdo ese hecho sin ningún remordimiento, y es más, ese acto sería el patrón de mi vida”. Un año más tarde, le dio un puntapié en la cabeza a su hermana de tres años que gateaba por el piso. Él siguió su camino alegremente. Su padre fue testigo del acto y lo encerró en una habitación: “Escuché el clac de la llave. Quedé inmóvil y lleno de miedo. Mis sollozos me enfurecieron, todas las lágrimas de mi cuerpo corrieron, y grité con tal fuerza que me volví afónico, inquietando a mi madre en tal forma, que ella intercedió a mi favor delante de mi padre”.

Dalí recordaba que alguna vez se atragantó intencionadamente con una espina de pescado, con el solo fin de que la tos histérica con la que fingía ahogarse desesperara a sus padres. Como paciente hubiera sido un verdadero banquete para Freud: “Yo imaginé mucho a Freud antes de encontrarlo. Pienso que él habría sido el único hombre capaz de dialogar de igual a igual con mi paranoia. El admiraba mucho a mi pintura, lo había deslumbrado. Pero aquello que le había interesado realmente era su propia tesis y no mi personalidad”.

Gala -cuyo verdadero nombre era Elena Ivanovna- lo ponía en trance. Alguna vez contó cómo hizo para conquistarla: “Una mañana, rompí mi camisa a golpes de tijera, me rasuré las axilas; compuse un maquillaje infame y espantoso a base de estiércol y pescado nauseabundo y me pinté. Tajeé mi piel para dejar correr sangre. Cuando se coaguló un poco, me pinté de azul y coloqué un jazmín en mi boca. Gala estaba sobre la arena, y su espalda sublime, atlética, frágil, femenina y enérgica, me fascinaba como la espalda de mi nodriza. Me senté a los pies de Gala y ella quedó sumida para siempre en mi fascinación”. Asimismo, decía que había algo que ponía por encima de su cuenta bancaria: “Amo a Gala más que a mi padre, más que a mi madre, más que al dinero.”

Su amistad con André Breton

Cuando conoció al poeta André Breton fue a sus ojos un nuevo padre. El 5 de febrero de 1934, Breton había reunido en su estudio a todas las cabezas del surrealismo para juzgar la conducta extravagante y narcisista de Dalí: “Yo estaba afiebrado y con angina, con mi cobardía acostumbrada y lleno de temor. Cuando llegué al estudio, todo el mundo me esperaba sentado en los sillones y en el suelo. Un humo de cigarrillo me hacía arder los ojos. Breton, todo vestido de verde botella, tenía la mirada de Gran Inquisidor y se puso de inmediato a enderezar o rectificar el balance de mis desviaciones y de mis errores.

Iba y venía, pasando delante de mi cuadro La Gradiva. Dijo: Dalí, ¿qué dice usted? Yo respondí que las acusaciones contra mí eran de tipo moral y que no tenían valor para mi provecho, para mis concepciones paranoicas-críticas”. Fue una auténtica escena surrealista: Breton con su pipa rígida entre los dientes; Dalí de rodillas pidiéndole a su mentor que lo comprendiera. André Breton fue el que lo bautizó a Salvador Dalí con un anagrama contenido en su nombre: “Avida dollars”, por su afición desmedida por el dinero: “Se sabe que soy un hombre en oro. El oro llama al oro. Mi tesoro se agranda sin cesar y espiritualiza de más en más. La miel del oro me rinde mientras mi paranoia crece, crece…y crece”.

Noticias Relacionadas