cultura
Un poeta combatiente
Rafael Alberti fue una de las grandes voces de la poesía española, miliciano de la guerra civil española, exiliado en Argentina, dejó una estela luminosa en nuestra lengua.
"Leñador/ no tales el pino, / que un hogar /hay dormido/ en su copa”, escribió en uno de sus poemas. Con una vida atravesada por el exilio, las penurias y una desbordante creatividad, Rafael Alberti fue, ante todo, un hombre dispuesto a mirar con delicadeza otros mundos posibles. Figura mítica de la generación española del 27, entre los que se destacaron Pedro Salinas y Federico García Lorca, la historia de su tiempo implicó un desafío permanente, que enfrentó con sus mejores armas: belleza, obstinación y talento.
A lo largo de su historia, el Puerto de Santa María, asentado en la bahía de Cádiz, gozó de un progresivo auge marítimo y, desde sus muelles, se exportaba una inmensa cantidad de mercancías. En esa ciudad, el marino Juan de la Coas dibujó en 1500 el primer mapamundi que incluía las tierras americanas. No obstante, ese paraíso antiguo y luminoso es universalmente conocido por ser la cuna de Rafael Alberti. Cuando cumplió diecisiete años, se trasladó a Madrid junto a su familia por intereses laborales de su padre. En sus memorias, confesó que Atocha —el barrio donde se radicó en su primera residencia capitalina— le pareció una “carbonera” en comparación con la luz de los paisajes gaditanos que había dejado atrás.
Asimismo, Alberti recordaba con nostalgia los años que pasó en los pinares preciosos de la Sierra de Guadarrama, cuando acompañaba a su padre, que estaba mal del pecho y ese clima lo ayudaba a fortalecer su salud. Por entonces, Rafael era un empedernido lector de novelas y además estaba dotado de una gran memoria poética, de modo que se encontró escribiendo poesía un poco sin saberlo, como una vocación natural. Y contemplando sus primeros borradores comprendió, como si estuviera leyendo una sentencia, que ese era su destino.
“La generación del 27 es algo muy especial, que se formó en bloque, en el año que se conmemoraba la muerte de Luis de Góngora” —explicaba Alberti—. “Nosotros tuvimos una formación particular en el gongorismo, y conocíamos muy bien a él y a Garcilazo, que fueron nuestros influenciadores más importantes”. Además, la pintura fue otra de las grandes compañeras de Alberti, aunque la pasión por ella le venía por temporadas; empezó siendo pintor antes que poeta y sus primeros versos fueron sobre el Museo del Prado. Allí era conocido como copista: se pasaba horas copiando los cuadros más difíciles. “Copiar como hice La gallina ciega de Goya fue realmente una hazaña —afirmó con orgullo—, porque era un tema muy complicado”.
En 1924, recibió el Premio Nacional de Literatura por su primer libro de versos, Marinero de tierra. Aquel libro fue el modo de perpetuar por escrito sus imágenes de la infancia, devolviendo a la memoria la frescura del momento, la intensidad acuática de su escenografía, cruzando los tiempos en que se conjuga cada acción. Lo cierto es que ese día el galardón se lo entregó Antonio Machado, quien se convertiría en uno de sus más íntimos amigos. Ambos trabajaron en El Mono Azul, una revista publicada durante la Guerra Civil Española bajo el auspicio de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En agosto de 1936, mientras participaba en las sesiones de la Alianza, Alberti se enteró que habían fusilado a su amigo Federico García Lorca. Un joven arquitecto proveniente de Granada le advirtió: “Se rumorea por allí que han matado a Federico”. Nadie podía creerlo, la propia hermana de Federico, Isabela —que vivía en Madrid—, llamó a Alberti para decirle que todo era un rumor, una mentira. A los pocos días, Antonio Machado llevó un poema para ser publicado en la revista, que solo se distribuía en las trincheras. Los versos de Machado eternamente dicen que “El crimen fue en Granada, ¡en su Granada!”: “Mataron a Federico/ cuando la luz asomaba./El pelotón de verdugos/ no osó mirarle a la cara”.
En 1991, el argentino Enrique Llopis hizo un espectáculo y un disco junto a Rafael Alberti, que llevó por título El viento que viene va: “Con Alberti no solo grabamos el disco, sino que a los 89 años se subió a un avión para venir a la Argentina a presentarlo. Generosidad, compromiso, compañerismo”.
Trovador de cada una de las gestas populares que combatieron al monstruo franquista, alguna vez le preguntaron si renunciaría al color rojo (en referencia a su afiliación comunista): “Jamás; me iré con el rojo a la tumba. Mientras haya gente con hambre en el mundo, mientras haya injusticias e invasiones de pueblos por parte de los más poderosos, ¿cómo se puede dejar de ser rojo?”. Murió el 28 de octubre de 1999.