cultura

Un texto inédito de Ernesto Sábato

En 1967 el escritor argentino fue invitado a Alemania a dar conferencias en diversas universidades. Escribió un diario del viaje que no fue incluido.

Fue su primer viaje a Alemania. No había ido antes por la guerra y, después, por un vago sentimiento de decepción o de rencor. Sábato había amado fervorosamente su cultura, a partir de aquellos años de su primera juventud en que se conmovía con los poetas del Romanticismo. Conocía muy poco del idioma alemán, apenas las nociones que le había transmitido una lejana profesora que intentó enseñarle la lengua en unos textos gramaticales de letra gótica.

Llegó al aeropuerto de Frankfurt, donde lo estaban esperando un representante del gobierno alemán y su editor en ese país. “Todo es perfecto, pero hasta ahora no veo Alemania: veo esa realidad abstracta que nuestra civilización técnica ha impuesto en todas partes, pero sobre todo en los aeropuertos y hoteles: una misma y única e insípida uniformidad hecha de follow me en el jeep que precede al avión, azafatas pertenecientes a una especie de raza internacional elaborada con 50% de material humano y 50% de material sintético”, decía el escritor.

La Alemania que Ernesto Sábato quería ver la encontraría más tarde y más lejos. No le interesaba la Alemania asociada al llamado “progreso”, que uniformiza a los países (hoy lo llamamos globalización). Y busca a esa Alemania verdadera en cada ciudad a la que es llevado. Aunque no dejó de admirar la organización minuciosa de ese país y el bienestar que parece generalizado. “Vamos por la autopista hacia Bonn. La ruta está sembrada de indicadores que hasta automovilistas miopes, mongólicos y velocísimos pueden advertir e interpretar correctamente. Solicitud: que nuestro Gobierno envíe becado por un mes al señor que se ocupa o debería ocupar de esa tarea en la Argentina para que aprenda cómo se hacen estos indicadores”, declaró. Pero no se dejaba hipnotizar por ese despliegue de eficientismo. “Frente al formidable resurgimiento material de Alemania, parece empequeñecida aquella vida humanística que constituyó lo mejor de esta nación antes del advenimiento de Hitler”. Como todo pensador, sobre todo él que tuvo una formación científica, se preguntaba por el porqué de lo que veía. Pero hay preguntas que no son de fácil respuesta. “Las guerras, me digo, suelen provocar una revitalización de los pueblos y es sabido que nunca se producen tantos nacimientos como a continuación de esas catástrofes”, explicaba.

En su afán de explicar la situación intelectual de las nuevas generaciones alemanes, surgió en él un involuntario nacionalismo y reafirmó su cruzada contra los sistemas totalitarios. Según él, el hitlerismo cortó completamente los vínculos con el mundo de la cultura extranjera, de modo que las generaciones de postguerra empezaron a nutrirse de la gran literatura mundial cuando los argentinos estábamos ya de vuelta. “Pero no solo el régimen detuvo esa interacción cultural que es indispensable incluso para elaborar la propia cultura (ya que no hay culturas aisladas ni puras y puesto que todo conocimiento de uno mismo se logra a través de los demás, sino en virtud de la inevitable condición exterminadora de los sistemas totalitarios), fue aniquilado cualquier intento de libertad, o sea de originalidad, de grandeza, de profundidad”, decía.

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