Un vagabundo llamado Dalmiro Sáenz

Fue uno de los escritores más prolífico, variado, provocador, inesperado y popular de la literatura argentina.

Nunca se tomó en serio y no le gustaba hablar de literatura. Nació en una familia de clase alta: su padre era contraalmirante, la madre una novelista que llegó a ganar el premio Emecé. Dalmiro Sáenz, antes de empezar a escribir, fue marino de un buque perteneciente a la compañía de Perez Companc. Navegó por todo el sur argentino al que conocía como la palma de su mano. Anduvo por el norte de Santa Cruz, capando ovejas a la usanza sureña, o sea, con los dientes. Inmundo de tierra y de sangre, veía a Chicahuala, capataz de “Los Menucos”, cortando con las tijeras de esquilar las orejas dobladas de los corderos, mientras a pocos metros de los corrales, en la cocina, las mujeres freían las tortas o vigilaban los pastelitos de dulce, y los chicos contaban las colas de los corderos amontonadas en un tacho. Le gustaba caminar por Ushuaia y quedarse unos días en la Antártida. P

ero a él le hubiera gustado dedicarse al box. Boxeaba bien y tenía una mánager bastante hábil. Era peso mediano. Llegó a enfrentarse en un ring con otro escritor aficionado a ese deporte, Armando Tejada Gómez. Nunca llegó a tener peleas demasiado importantes, y la pasaba muy mal cuando perdía. Cuando estaba por llegar a los 30 años, algo pasó dentro suyo y le nació una nueva necesidad: escribir. Publicó Setenta veces siete, que fue un inmediato best seller. Su vida ya no fue la misma.

Además de escribir cuentos, novelas y obras de teatro, hizo numerosos guiones cinematográficos: “Creo que la única película que salió buena a partir de un guión mío fue Nadie oyó gritar a Cecilio Fuentes, la que ganó la Concha de San Sebastián y que estaba basada en el cuento El pecado necesario. De ésa me gustó todo, cómo quedó el guión, la dirección de Fernando Siro y el clima en general”. En cambio no le terminaron de gustar sus trabajos con Leopoldo Torre Nilsson y Armando Bó. Daniel Tinayre lo convocó para escribir los diálogos de una película con Luis Sandrini: ” A Tinayre, a su vez, lo conocí en lo de Mirtha, no en el programa sino en la casa. Él estuvo bastante antipático conmigo y me ofendí. Yo había dejado mi moto en el jardín de la casa de Mirtha y cuando me empezaba a ir pasó algo increíble: Tinayre agarró el auto y me empezó a seguir por el barrio hasta que se instaló y se me puso en el medio en una calle muy angosta con el auto para que no pudiera salir. Todo eso para pedirme disculpas: fue muy, muy raro que un tipo tan soberbio me pidiera disculpas así, de semejante manera”.

Formó parte de la organización Montoneros. Estuvo preso en la Escuela de Mecánica de la Armada; él decía que no se debió a que hubieran descubierto que era guerrillero, sino por sus libros. No lo picanearon pero sí lo golpearon mucho: “Una de las cosas que pensé o que confirmé estando ahí, y que incluso también creo yo que intervino en mi literatura, es que cuando hay violencia no hay odio”. Se hizo montonero una vez que su padre murió. Participó de un solo operativo grande: el ataque a la prefectura de Zárate, el 1º de enero de 1972. Se sentía una especie de aristócrata del coraje que amaba más la lucha que la victoria: “También éramos muy inmaduros, teníamos un puritanismo muy infantil, aunque también sucedía lo mismo de parte del enemigo: yo conocí gente de la policía que era muy valiosa, creían en lo que hacían. Y eso que, en esa época, para mí ellos eran despreciables”.

No le preocupaba que la gente lo conociera más por sus intervenciones públicas que por su literatura. Para él, la transgresión era una costumbre. Una de sus polémicas más sonadas se produjo en un programa de Gerardo Sofóvich -La noche del sábado-, en 1988. Allí dijo que en la colección privada del Vaticano hay una virgen llamada la Virgen del Divino Trasero, “y es una virgen con un culo precioso”. Esa frase le valió al programa una prohibición por varias semanas y una sanción al escritor.

Fue una paradoja andante. Un hombre mediáticamente frívolo, y un escritor con momentos de gran profundidad. El libro suyo que más le gustaba era Carta abierta a mi futura ex mujer, en el que comienza diciendo: “Toda mujer es la futura ex mujer de alguien”.

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