cultura

Una voz que se alzó contra la asfixia

Anna Ajmátova fue una de las poetas más altas de la literatura rusa del siglo XX, que tuvo que abrirse paso contra la intransigencia familiar y la ceguera de la burocracia.

Cuando Anna Andreiva Ajmátova apenas tenía 11 años, la poesía la atrapó para siempre. Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que le fuese prohibido escribir: primero a raíz de la rigurosidad de su padre y luego por la cerrazón del Estado soviético. En definitiva, una época que buscaría asfixiar la inspiradora vida literaria que estaba por emprender; pero que jamás logró ahogar del todo. De modo que Ana se convirtió en una de las voces más representativas de la literatura rusa del siglo XX.

Nació en Odesa en junio de 1898, hija de una familia noble de origen tártaro. Su apellido era Gorenko, pero como su padre no quería que publicara sus versos con su apellido, ella adoptó el de Ajmátova como seudónimo. Durante la última ola de terror estalinista, cuando Ajmátova no solo tenía prohibido publicar sino que además sometían su departamento a razzias periódicas y hasta le habían puesto micrófonos ocultos, su estrategia para evitar el cepo literario era dar a memorizar a siete personas de su máxima confianza cada poema que escribía. Así nació el Círculo de las Calceteras: Ajmátova lo llamaba así porque cada una de las visitantes llegaba al departamento munida de agujas y lana, y hacía ruido de tejer para los micrófonos de la KGB mientras memorizaba línea por línea el poema garabateado en un papel que Ajmátova le mostraba y que procedía a quemar en el cenicero en cuanto la visitante le daba un silencioso gesto de asentimiento.

Eran tiempos en que casi no se veían hombres por las calles rusas: o habían muerto en la guerra o Stalin los había hecho desaparecer en las purgas. Sin embargo, Ajmátova tenía una pandilla de revoltosos admiradores (encabezados por Joseph Brodsky), pero los eximía de riesgos porque no quería que terminaran en el gulag por su culpa. Ya había visto caer a dos de sus maridos y a su único hijo. Prefirió, desde entonces, valerse de mujeres.

La obra de Ajmátova evolucionó con el tiempo y desembocó en Réquiem, libro escrito en el periodo que va de 1935 a 1961. Su cariz político, contrario a las purgas estalinistas, hizo que fuese una obra desconocida para la mayoría, a causa de los peligros que podía suponer para la propia vida de la autora. Se trataba de un libro de poemas en el que reflejó cómo las mujeres de su época sufrieron la represión política, la pérdida de sus seres queridos y donde también dejó ver su propia experiencia personal. El texto en ruso apareció finalmente en Alemania en 1963. No fue publicado en la URSS hasta 1987. Terminó por convertirse en la más grande obra poética sobre la Gran Purga.

A pesar de que Ajmátova temía por su vida y por las consecuencias que podía entrañar la publicación de este libro, la pulsión a materializar dicha obra fue superior a sus miedos. Esta es la naturaleza de la verdadera vocación, la llamada o voz (en este caso del literato) que obliga a actuar y desarrollar una actividad a pesar de las condiciones desfavorables que la realidad impone a tal realización. Hay que decir que algunas de las mejores obras literarias han sido creadas en circunstancias por el estilo. Ajmátova pudo pensar en publicar su libro solamente tras la muerte de Stalin, en 1953. El peligro más apremiante parecía haberse desvanecido al fin.

Faltó poco para que le dieran el premio Nobel el año mismo de su muerte, 1966; logro que quizás habría obtenido si hubiese vivido en la actualidad. Su estilo era estimado como sumamente original por sus contemporáneos. A pesar de su rechazo del régimen estalinista, y la censura a la que este la sometió, nunca abandonó la Unión Soviética, cosa que no era común entre los disidentes de la época.

Murió de insuficiencia cardíaca a la edad de 76 años. Miles de personas asistieron a las dos ceremonias conmemorativas, celebradas en Moscú y Leningrado. Después de ser exhibida en un ataúd abierto, fue enterrada en el cementerio de Komarovo en San Petersburgo. En uno de sus últimos poemas, escribió: “Soy vuestra voz, calor de vuestro aliento,/ El reflejo de todos vuestros rostros,/ Es inútil el batir del ala inútil:/Estaré con vosotros hasta el mismo final”.

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