Por Maximiliano Rusconi

D’Alessio, Mühlberger, la pandemia económica y los medios de comunicación

Por Maximiliano Rusconi, Doctor en Derecho, ex fiscal general de la Nación y exfuncionario de las Naciones Unidas.

Por Maximiliano Rusconi

El acercamiento de un medio de comunicación al origen de una noticia a veces termina multiplicando el daño institucional que está en juego y anula la capacidad de autocrítica de la prensa, que debiera ser un eje ético (junto con la neutralidad u objetividad) esencial.

Pretendo ayudar a ver cómo ciertos eventos aumentan su capacidad de daño al ser manipulados desde el origen por un entendimiento incorrecto del rol comunicacional.

Cuando pensamos en medios de comunicación, los llamados mass media, damos por sentado un rol intermediador de la imagen o el sonido entre el hecho fáctico, lo que llamamos noticia, y el receptor, el televidente, el lector del periódico u oyente de la radio.

Ahora bien, quien crea que los medios de comunicación toman una noticia del mundo real y solo la comunican, se equivoca. Los medios de comunicación no solo tienen el pecado (¿?) de informar un episodio de un modo u otro, sino que directamente construyen y determinan aquello que llamamos “noticia”. En este sentido, si uno imagina el segmento noticia-comunicador-receptor, hay que decir que el “medio” (comunicador) se ha corrido a la izquierda (no desde el punto de vista ideológico). Con esa frase (correrse a la izquierda) hago referencia a que en estos tiempos la noticia muchas veces no antecede al medio, sino que forma parte del medio, es construida por el medio. En la ciencia de la comunicación esto se denomina newsmaking.

El fenómeno del comunicador que condiciona el mensaje de la noticia encuentra variadas presencias históricas. Muchas batallas se han iniciado, terminado, continuado y modificado no por la noticia que traía el mensajero, sino por propias decisiones del portador del mensaje (en la excelente serie de Netflix, The last kingdom, hay varios ejemplos de este fenómeno).

En los últimos años, hemos visto cómo, por ejemplo, incluso ya el juego mediático de “publico/no publico una determinada tapa” en perjuicio de alguien ha determinado decisiones de privación de la libertad sin ninguna razón procesal, o hemos asistido incrédulos a confabulaciones de una ministra de Seguridad, con jueces, periodistas, y otros, solo para construir la imagen/noticia de un exministro disfrazado, como muchos otros exfuncionarios, al solo efecto de la construcción estigmatizante.

Allí, claramente, la falta de objetividad del medio de comunicación ha multiplicado el daño personal, familiar, institucional y social.

Más cercano en el tiempo, los medios han construido artificialmente a un “especialista en prevención del narcotráfico” (el conocido D’Alessio), para poder seguir construyendo nuevos y fraudulentos casos/noticias, en coautoría con algunos funcionarios (jueces y fiscales) que sufrieron el mismo síndrome que los medios. Es decir, en vez de juzgar o investigar un hecho histórico, ellos fueron parte de la construcción del hecho utilizando para ello cualquier camino, por más inmoral que fuera.

La sinonimia es correcta tanto que al hecho a investigar se le llama en el proceso penal, históricamente, como notitia criminis. También los jueces y fiscales han aprendido de los medios a construir la notitia.

Pero estos procesos tienen sus propios niveles de degradación institucional: la distancia que existe entre el fenómeno del newsmaking y los casos recientes de fakenews (divulgación consciente de noticias falsas) es la misma que hay entre las decisiones arbitrarias de los jueces y fiscales sobre un determinado hecho a investigar y el directo tsunami que implica el montaje o armado artificial de un caso.

Hace pocos días hemos asistido a la destrucción mediática de un médico con una pseudotrayectoria construida en los mismos medios de comunicación que hoy se codean para destrozarlo.

Las pantallas en donde de modo acrítico e irresponsable se posibilitó que ese sujeto (el famoso Mühlberger) promoviera soluciones mágicas, tanto para rejuvenecer en tiempo récord como para evitar la muerte en una pandemia, ahora investigan con velocidad inmerecida qué parte de la vida de ese señor quedó sin destruir públicamente para ostentar el raro título de ser los primeros en la devastación de este asistente medicinal del mundo fashion.

Tanto en el caso D’Alessio como en el caso Mühlberger, los medios de comunicación se acercaron tanto al origen de estos procesos, perdieron tanta objetividad, que generaron, no cabe ninguna duda, una multiplicación muy relevante del daño a realizar por estos señores en la vida comunitaria.

Se extraña una mínima autocrítica: un periodista que se atribuyera el error y la responsabilidad de no haber chequeado las credenciales de un señor como D’Alessio, que no tenía un solo mérito para ser preguntado, ni pública ni privadamente, sobre nada; un panelista, conductor, o integrante de ese raro grupo de personas a las cuales denominamos como “famosos”, que haya enfrentado una cámara y haya asumido la responsabilidad de no repreguntarle algo a ese médico oriundo de Luján cuando se despachó con alguna de las barbaridades mencionadas.

A cambio, solo tenemos el previsible linchamiento mediático que dará seguramente tanto rating como el que fue originado en la difusión de las bondades de los señores ahora ejecutados.

Por último, vemos que los representantes de la oposición, por las razones que fueran, no tienen hoy día ningún protagonismo. Sin embargo, son visibles vientos opositores con una capacidad exfoliante del poder digna de mejores causas.

¿Qué es lo que pasa? Lo que sucede es que son los propios periodistas, firmando o no sus notas, los que, nuevamente operando y construyendo aquello que luego se divulga, se encuentran, por lo menos en parte, ejecutando una gran oposición a quienes ejercen en la actualidad el gobierno.

El daño aquí también puede ser tremendo y será potenciado por el fenómeno de la construcción/divulgación mediática. ¿Habrá en el futuro una autocrítica?

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