Hay que volver a educar al soberano

EN FOCO

Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela” –Domingo Faustino Sarmiento

Una cabal muestra de la mentira de la “década ganada” es la crisis extrema de la educación pública a lo largo y ancho del país que ahora se traduce, en el caso concreto de la provincia de Buenos Aires, en la pérdida de nueve días de clases y la incertidumbre acerca de cuándo comenzará el presente ciclo lectivo.

Esta fuera de toda discusión que los maestros deben cobrar sueldos dignos por su tarea ya que uno de los pilares para que pueda crecer y desarrollarse un país es que tenga un sistema educativo que otorgue igualdad de oportunidades, estando a la altura de las circunstancias ante conocimientos y cambios tecnológicos que, en un mundo globalizado, avanzan día a día. 

Lejos de acompañar este progreso, el sistema educativo estatal, que hasta hace algunas décadas era ejemplo a seguir en el continente, por su nivel de excelencia que permitió formar ilustres personalidades que triunfaron en el mundo de la ciencia y hasta consiguieron premios Nobel, viene atravesando un proceso regresivo.  Hay números que hablan por sí solos: desde que los Kirchner están en el poder, todos los años disminuye la cantidad de niños que acuden a las escuelas públicas. Este éxodo es particularmente significativo en el Conurbano bonaerense y en La Plata, donde ya se fue de las escuelas públicas -entre 2003 y el 2012- nada menos que uno cada diez alumnos. Muchos tuvieron como destino la deserción, que es lo más grave,  o un colegio privado, ante un esfuerzo de sus padres para evitar que sus hijos queden rezagados en el proceso de aprendizaje.  Cabe destacar que desde la sanción de la ley 1420 (1884) -impulsada por Sarmiento para establecer la educación común, gratuita y obligatoria- hasta el 2002 todos los años aumentó la matrícula pública.

Dentro de este contexto de precariedad, puede entenderse el por qué una profesión tan noble como la docencia, que hasta antes de la debacle siempre había sido respetada por la importancia que implica tener que formar al soberano, se haya proletarizado. Esto significa que los educadores pasaron a vivir con lo justo o estar al borde de la pobreza, sin recursos, como para poder capacitarse adecuadamente, teniendo que cumplir tareas de contención social en muchas escuelas cuya función principal, en lugar de ser el lugar de transmisión de saber, pasó a ser la de convertirse en un comedor donde miles de niños reciben lo que casi con seguridad es su único plato de alimento diario.  

Para colmo de males, cada vez son más los maestros que terminan siendo víctimas del accionar violento de alumnos –y hasta de padres- que son incapaces de respetar la investidura de quien porta un guardapolvo blanco.

A nivel administrativo, el caos y la regresión también contribuyó al descontrol. De forma masiva maestros quedaron a cargo de aulas multitudinarias, sin recursos materiales, y empezaron a pagar con su físico las consecuencias. Acto seguido, proliferaron las licencias, llegado al extremo de que por cada cargo hay designado hasta cinco docentes.

Eso no fue todo: los distintos gobiernos que pasaron por la Provincia tomaron a la Dirección de Escuelas como una mera caja política, al punto que actualmente existirían unos 30 mil ñoquis, es decir contratos políticos de personas a los que se le paga un sueldo sin cumplir función alguna. Varias fueron las promesas que se escucharon en los últimos años respecto a que se iba avanzar con un proceso de limpieza y de transparencia, hasta se tramitaron denuncias en la Justicia, pero finalmente todo quedó en la nada.

Seguramente, reparar el daño que se ha hecho será una tarea muy difícil. Pero ningún proyecto de país, que apunte a sacar a la Argentina del atraso y del subdesarrollo, puede plasmarse si no atiende debidamente la problemática educativa.