“Al volver me encontré con una sociedad indiferente”

Tras casi 20 años, el ícono sexual de los ’80 regresó al país y al teatro con una comedia de humor negro que mañana presentará en La Plata. En la víspera, dialogó con Hoy sobre ese retorno

Volver con la frente en alto, que 20 años no es nada. Hay algo de tanguero en el regreso de Camila Perissé, que en 1996 tomó una drástica decisión: alejarse del medio y del país, ese en el que había sido ícono sexual en los ’80, tapa de Playboy y en el que compartió escenario junto a grandes como Tato Bores.

Con “la felicidad intacta”, la sonrisa fresca y unos jóvenes 61 años, la artista está de vuelta con la comedia de humor negro Maté a un tipo, de Daniel Dalmaroni, que mañana, a las 21.30, subirá a escena en el Teatro La Nonna (47, esq. 3). “En esta historia, un día el padre de la casa le comenta a su señora que mató a alguien. El humor negro sirve para esto, para reírnos de aquello de lo que normalmente no nos reiríamos, como la muerte, la violencia o la locura”, relata esta femme fatale de antaño que, ahora, en la redacción de Hoy, reflexiona sobre su pasado, sus adioses y regresos.

¿Por qué volvés después de tanto?

Porque tenía ganas, así como en su momento dejé porque tenía ganas. Quería alejarme de la profesión un tiempo y por eso me fui a Nueva York, otro tiempo a Inglaterra y otro a España. Ahora volví con esta propuesta y me sedujo que fuera independiente, porque es con lo que yo empecé, es como volver a las raíces.

¿Qué aprendiste afuera?

En Estados Unidos hice teatro callejero, pero me recibí de personal trainer, tuve restaurante, una casa de muebles, estudié masajista, hice cursos de muchas cosas. No soy de las que dicen que se quieren morir arriba de un escenario; sino que soy una persona que trata de vivir aprendiendo otras cosas y, sobre todo, de mí. 

El recuerdo de Tato

Pero fue arriba de un escenario donde ella aprendió junto a grandes como Antonio Gasalla, Thelma Biral y el genial Tato Bores, showman por antonomasia de una época en la que “las mujeres no éramos una cosa y normalmente para tener el culo parado había que ir al gimnasio y no meterse silicona. La belleza era natural e importaba la inteligencia”, reflexiona Camila y una película de agua aparece en su retina cuando afirma que trabajar con Tato fue “una de las experiencias más lindas de mi vida, porque lo quise muchísimo, aprendí mucho, fue un gran maestro para mí y creo que él la pasó bien conmigo”.

Por esa época, también se animó al primer desnudo en teatro en La señorita de Tacna, y confiesa que, ahora, si se lo proponen “y tiene sentido lo volvería a hacer. Este cuerpo está mucho mejor que el de antes, porque como no he dejado nunca de entrenar hay ciertas partes que mejoraron mucho”, revela entre risas.

Filosofía gitana

Con los recuerdos a cuestas, en 2008, optó por volver a la patria de Tato, pero no para instalarse en la vertiginosa Buenos Aires, sino en la tranquilidad de Lobos.

¿Qué encontraste al regresar?

Una sociedad ciega, sorda y muda. Yo vivo en el campo –Lobos- pero ahora estoy instalada en Buenos Aires por el trabajo, en Almagro, donde camino y veo mucha indiferencia. Recuerdo que siendo joven, los ciegos no esperaban más de un minuto  para cruzar, hoy esperan un rato largo en la esquina. 

¿Te reencontraste con “amigos” del medio?

Nunca tuve amigos del medio, es muy difícil. Tuve algunos, muy pocos, con los cuales hablé y a los que sólo les reconocí la voz. Ha habido una gran involución del ser humano, eso es parte de la burbuja en la que nos hemos metido.

¿Te desilusiona eso?

No hay nada fuera mío tan importante como para perder la ilusión. La felicidad está muy instalada en mí, y no tiene nada que ver con la alegría o la tristeza. La felicidad tiene que ver con saber que tengo la fuerza para sobrellevar cualquier circunstancia imbécil que me rodee, porque nosotros no somos circunstancias; si la felicidad dependiese de las cosas materiales no seríamos felices. 

¿Pensás quedarte en Argentina?

Donde estoy, vivo como si fuera a quedarme eternamente, porque eso es lo que me permite involucrarme con la sociedad en la que vivo. No puedo estar de paso; estoy provisoriamente en Buenos Aires, pero vivo como si me quedase a vivir allí, si en algún momento tengo que partir partiré. Mi compañero –“El chino”, su pareja desde hace 25 años y con quien se ha mudado en más de 30 oportunidades- y yo creemos en esa filosofía gitana que dice “el hombre sólo posee aquello que puede llevar consigo”. A nosotros no nos importa el consumismo, tengo un televisor del año ’81. Todo lo que tenemos cabe en una mochila, levantamos campamento y nos vamos donde sea, porque lo más importante que tenemos somos nosotros.