Oscar Martínez: “El ciudadano ilustre es el espejo que nos devuelve la imagen que no queremos ver”
La película dirigida por Mariano Cohn y Gastón Duprat, que está compitiendo en el Festival Internacional de Cine de Venecia, tiene una mirada crítica, pero no por eso carente de afecto, sobre todo lo que los argentinos somos
El festival de Venecia tiene a Mariano Cohn y Gastón Duprat disputándole el León de Oro por mejor película a consagrados como Damien Chazalle, Wim Wenders, Terrence Malick, Andrew Dominik y Emir Kusturica, con su nuevo filme, El ciudadano ilustre. Esta incómoda cinta, protagonizada por Oscar Martínez en el papel de Daniel Mantovani, cuenta la historia del único escritor argentino ganador de un premio Nobel de literatura, nacido en el pueblo bonaerense de Salas.
En una charla con Hoy, los directores y su protagonista desmenuzaron todo lo que esta cinta tiene para ofrecerle a la audiencia. Este filme, como otras grandes obras del cine nacional e internacional, hace que el espectador se vea a sí mismo completamente atravesado por críticas a la ingenuidad, la violencia y la pasión que conlleva el ser argentino.
—¿Cómo surgió la historia de Daniel Mantovani?
GD:—Fue una inquietud de nuestro guionista Andrés Duprat, y él nos propuso esta historia porque la había vivido siendo curador de arte, o en alguno de sus viajes a pueblos del interior como jurado. Los regresos de celebridades a sus pueblos pueden tener sus tensiones. Luego decidimos que sea escritor, y luego premio Nobel para darle mas tensión todavía.
—¿Es una especie de revancha para el argentino ese premio Nobel?
GD:—Hay una herida chauvinista porque no tenemos premio Nobel. Como si fuera un campeonato mundial de fútbol. La película se encarga de tomar ese tópico: el premio que le negaron a Jorge Luis Borges, por más que él se burlara de eso.
OM:—Lo han dicho otros notables premiados. Si Mantovani es premio nobel no puede no nombrar que no se lo han dado a Borges. Lo dijeron Vargas Llosa, J.M Coetzee, Gabriel García Márquez. Él no puede menos que mencionarlo.
—¿Cómo nació la idea de trabajar con Oscar?
GD:—A Oscar desde un primer momento lo pensamos. Admiramos su obra tanto en teatro como en cine. También lo habíamos escuchado en reportajes expresar sus opiniones, y nos parecía que le interesaría y que podía llegar complementar mucho el proceso. Pudimos escribir con él los textos, y estuvo buenísimo. Eso sin duda es un extra, porque pudo apropiarse de lo que Andrés y nosotros habíamos escrito.
—Oscar, ¿qué pensás de tu personaje?
OM:—Yo creo que Mantovani es un personaje contradictorio, como lo somos todos. Queda claro en la primera escena, cuando va a recibir el Nobel. Tiene un discurso duro, áspero, irreverente e insultante. Pero a diferencia de otros ganadores que pensaban lo mismo, él va y espera ser aplaudido. Y lo mismo le pasa con su pueblo. Ama a Salas. Lo une el espanto, como diría Borges. Es su cuna, su patria chica, y toda su literatura se nutre de las historias de ese pueblo. Pero escaparse de ahí es lo que le permitió construirse como persona y como escritor, y por eso mismo lo odia. Pero a la vez necesita beber agua de ese aljibe porque si no, no puede escribir.
—¿Y esas contradicciones hablan de él y del ser argentino?
OM:—Eso es lo que importa. La metáfora argentina que es ese pueblo ficticio. Es una película incómoda porque es esa clase de espejo que nos devuelve la imagen que no queremos ver de nosotros mismos. Es un muestrario barroco de una sucesión de cosas que yo particularmente abomino del argentino. Están todas: la avidada, el fanatismo ideológico, la violencia, la docilidad encarnada en la gente del pueblo y del personaje de Andrea (Frigerio), el chauvinismo espantoso y la destrucción del ídolo. Primero lo llaman, lo ponen en ese lugar, “nos pertenece porque es argentino”, como decía Jorge Luz, y después por eso mismo lo destruimos. La docilidad en el pueblo que se resigna a ser gobernado por ese señor. Hay resentimiento, una de las cosas que está expresada en el tango, que es el mayor producto cultural argentino, para bien y para mal. Es un muestrario de resentimiento de principio al fin. Si te va bien algo habrás hecho, pero si tenés una buena vida, tenés el c… sucio. Está todo eso, en detalle.
—Y Antonio, el personaje de Dady Brieva, ¿qué genera?
OM:—Por su ideología, el sometimiento de todos ante él, incluido de mi personaje, resulta inmundo, autoritario, fascista, ordinario, espantoso y encima me hace cómplice de una situación horrenda, de su machismo. Salas es argentina. La mirada que Mantovani tiene sobre el país, por la que se fue tan lejos, es una mirada muy crítica. Está demasiado lejos para sentirse argentino, y eso es una cosa bien nuestra. Como Borges, que es argentinísimo, pero era una especie de europeo en el exilio: acá era estigmatizado por ser europeizante, por escribir en inglés, o porque lo admiraban los extranjeros.
—Las locaciones son muy buenas, ¿cómo las eligieron?
MC:—Se hizo un relevo de muchos pueblos. Salas es un “Frankestein” entre Navarro, Cañuelas, Aldo Bonzi, Lomas de Zamora. El hotel es de Aldo Bonzi. Hay un cartel inmenso en el aire acondicionado que dice “llamar a la recepción para habilitarlo”. Ese cartel estaba. O el canal de televisión: no se nos podía ocurrir, es un canal de cable de Navarro. El dueño del canal es el conductor, editor, y además, policía retirado (risas). Tiene esa estética única que no podríamos haber logrado. Dos sillas apiladas, cámaras VHS con trípode finito, pero se cuidan de poner el vaso en un platito con una mantita.
GD:—Eso resulta una crítica a la televisión mainstream también, que es igual de impostada y berreta, pero mejor iluminada. Pero en el arte, en la estética, está lleno de esos detalles, y la mayoría son reales.
—¿Qué reacción esperan del público?
GD:—No nos preocupa, porque buscamos la mirada afectiva. Es una mirada desde adentro y nos incluimos obviamente. No es distante, y también lo que produce en el espectador va cambiando. Por momentos te identificás con la gente del pueblo y te cae mal Mantovani, después te identificás con él y los querés matar a todos en el pueblo. Es ambivalente, y abre una interrogante.
MC:—La idea no era caer en la mirada ñoña e ingenua sobre un pueblo. Ni sobre el escritor. Nos salimos del estereotipo. Lo alejamos de lo convencional, apoltronado, diplomático de traje, rodeado de libros. Él anda en zapatillas.
OM:—En el discurso de los huevazos, Daniel dice que el mundo es hostil y cruel. Pero él trabaja para poner su granito de arena y que sea un poco mejor, por más que ellos sigan así, orgullosos de su ignorancia. Y lo dice en un contexto en que el intendente se quiere hacer garante de la cultura. Ningún partido político tiene un cuadro cultural importante desde hace décadas. Quizás los amantes del populismo consideren que la película es extranjerizante o demasiado elitista.
El libro del ganador del Nobel
“Irse no es dejar de estar. Durante años, cuando acá llegaba el invierno, yo sentía el verano de mi pueblo en el cuerpo. Ya no es así”. Así arranca El ciudadano ilustre, libro que es el regreso del gran autor argentino y premio Nobel de literatura Daniel Mantovani. No es una broma. El libro fue editado bajo ese seudónimo y puede encontrarse en las librerías argentinas.
—¿El libro nació junto con la película?
MC:—Desde que tuvimos claro que era un escritor y un premio Nobel, también pensamos una novela para conocer cómo era la obra literaria de este autor, y el libro funciona de manera autónoma con respecto a la historia. Por eso editamos en simultáneo la novela y la película. Lo bueno es que Reservoir Books la editó en la colección de premios nobel, así que está avalado y todo. Eso es lo osado del asunto.
El autor es un misterio, pero según los directores, el ghost writer, o escritor fantasma, es un escritor u escritora de primera línea.
Cohn y Duprat invaden los festivales
Además de la participación en el septuagésimo tercer festival de Venecia con El ciudadano ilustre, la dupla de Mariano Cohn y Andrés Duprat también competirá en la sección Culinary Zinema del sexagésimo cuarto festival internacional de cine de San Sebastián, en el País Vasco, con otra película de propia factura llamada Todo sobre el asado. Esta sección reunirá siete largometrajes que cuentan historias sobre los orígenes, las tradiciones y el futuro de la comida del mundo.
Todo sobre el asado fue creada en colaboración con el Festival de Berlín, y es un viaje a lo profundo de la Argentina, donde el asado es una comida y un ritual primitivo, contemporáneo, salvaje y refinado, arte y ciencia pero desde una mirada filosa e incorrecta, según cuenta la sinopsis.
Óscar Martínez se refirió a esta cinta de los realizadores y bromeó al respecto. “Estos dos hijos de p… van a ser expatriados cuando se vea en Argentina lo que acaban de hacer. Ahí sí que se meten con la bandera nacional, se meten con el tema de comer asado y comer carne. Esta película (por El ciudadano ilustre) es Disneylandia en comparación.