Darío Grandinetti, un grande entre grandes

El multipremiado artista es un ícono de la escena nacional e internacional. Triunfó en cine, teatro y televisión. Actualmente, el rosarino se encuentra en constante expansión 

Darío Alejandro Grandinetti es un intérprete argentino nacido en Rosario. Reconocido y multipremiado en el universo del arte, es un hombre que no se rindió fácilmente ante los avatares profesionales y los desafíos de la vida. Casi fue futbolista, pero su pasión se desvió hacia la actuación.  Participó en clásicos como Esperando la carroza y El lado oscuro del corazón. Ambas producciones marcaron un antes y un después en su formación profesional. 

En la actualidad, es uno de los grandes del cine argentino y europeo, con roles en filmes como Relatos salvajes, de Damián Szifrón, y Hable con ella, del director español Pedro Almodóvar. 

En una entrevista íntima con este medio, el artista se refirió a sus sueños futbolísticos y la posterior  incursión en las tablas. Además, habló sobre su residencia en el exterior y la actualidad laboral. 

—¿Cómo fue el momento en que te encontraste con la profesión?

—No tenía la perspectiva de ser un profesional o tener un oficio. Cuando era chico quería jugar al fútbol. Nada me importaba más que eso y era bueno. Jugaba en la calle, en el club del barrio y terminé empleado en Newell’s. Hablaba todo el día de la pelota y no había otro tema en mi cabeza.

Entrado el año 1973, una de mis íntimas amigas insistió en que la acompañara a su clase de teatro. Una vez que estuvimos ahí, me cautivó al instante, pero no tenía claro qué era lo que me gustaba. Elaboré la idea y supe que lo que me atraía era que me prestaran atención. Actuar me resultaba natural, estaba en armonía conmigo mismo. Se despertó esta facilidad en mí y no me detuve nunca más. Me sentía pleno y cómodo.

En el seno de mi familia vieron que encontré la pasión en mi vida, que era la de jugar a ser otro. Lo tomé tan en serio que siempre me apoyaron. La verdadera vocación del actor es que los demás lo vean actuando y aprecien el despliegue, la mismísima pasión puesta en escena. 

—Hiciste cine, teatro y televisión, ¿tenés preferencia por alguno de estos lenguajes?

—Me gusta filmar, amo el cine. Esa es mi preferencia. El teatro te brinda la inmediatez que necesitás para ponerte en forma. Estás sobre un escenario y construís en el día a día. Del otro lado, el espectador está sentado, ansioso, esperando que le cuentes el relato teatral. Ese feedback me parece maravilloso. 

Uno no debe olvidar que la trayectoria se construye en el día a día. En mi caso, quiero seguir aprendiendo siempre. Tengo claro que es un oficio serio y que nunca terminás de aprender. 

—¿Cómo fue la experiencia de trabajar en el exterior?

—Siempre tuve la inquietud de conocer otros lugares, viajar y recorrer. Cuando recién empecé en la profesión quería irme. Pasaron los años y esa sensación se transformó en una especie de obsesión por salir del país. 

Durante la crisis de 2001 tenía propuestas de trabajo en España y me radiqué allá. En ese momento, aproveché para filmar películas, producir series, pensar y crear otros proyectos. 

—¿Acostumbrás verte cuando finalizás las producciones? ¿Sos autocrítico?

—Nunca me gustó verme. Es un proceso complejo y conflictivo para mí. No hago televisión porque genera una determinada rutina que no permite analizar los resultados ni ser creativo. 

Soy obsesivo, perfeccionista y padezco esa ansiedad del detallista. Imaginate que terminás de filmar una película y un año después llega a la pantalla grande. Entonces te ves doce meses más tarde, cuando ya sos otra persona, tenés otros personajes encima, y uno nunca vuelve a ser el mismo. 

Sucede que te queda lejos eso que filmaste y es mejor no prestarle atención porque, en mi caso, corregiría el 80 por ciento de lo que hago. Pero el tiempo y la profesión te enseñan que todo tiene un recorrido. 

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