Luciana Jury: un grito de libertad hecho canción

Una de las voces más bellas de la música llega a la ciudad con una propuesta que traspasa los géneros y rescata la esencia del cantor

Luciana Jury es de Tortuguitas, zona norte del Gran Buenos Aires, tercer cordón del Conurbano. Mientras charla con diario Hoy sobre el recital que dará el sábado en 55 entre 17 y 18 a las 21, mira el árbol de su jardín y respira un aire espeso con olor a jazmín y vaho, y piensa. Sobrina del mítico Leonardo Favio, expresa un profundo existencialismo y su canto transparenta ese grito interno, ese sentir asfixiante que le provocan “la realidad, el sistema y el mercado”, según expresa.

Definida por la crítica como una de las voces más bellas de la escena nacional, de raíces folclóricas pero en la permanente búsqueda de una “canción libre”, que supere las fronteras entre los géneros, ha reversionado a Lía Crucet, Rafaela Carrá y Luis Alberto Spinetta. “Trato de confundir un poco a la gente para dar a entender que la canción va siempre por el mismo lado, que es la manera de interpretar la música, que tiene que ver con mi sonoridad y no con el género”, dice la artista, y agrega: “Me interpelan el rock, la cumbia, el tango. Tengo una manera de percibir el mundo a través de los sonidos. Todo me pasa por el cuerpo, por las emociones y la memoria. Con eso hago un sonido propio”. 

Con esta impronta, grabó tres discos solistas y otros dos en colaboración: el último de ellos, El veneno de los milagros, junto con Gabo Ferro. Para su show en La Plata, Luciana cuenta: “Haré canciones viejas y otras nuevas, con mi guitarra, mi voz y la gente, que hace lo propio”. A su vez, confiesa: “Últimamente hago las listas 15 minutos antes de tocar, porque necesito conectarme con el entorno y considerar los temas más precisos para el momento y el lugar”.

—Tenés tus raíces en el folclore...

—Sí, pero para mí el folclore no es lo que proponen los sellos discográficos ni los dispositivos de mercado ni los festivales. No comulgo con ese folclore, por lo que tuve que irme a la raíz, a la música más pura, a los orígenes del pueblo argentino y de este territorio. Ahí encontré músicas anónimas y entendí que eso es el folclore para mí. 

—¿Y por qué hablás de hacer una canción más libre?

—Porque hoy es mi forma de cantar, mi impronta: una manifestación de asfixia y de liberación de esa asfixia. Estoy en permanente contracción entre lo que todavía me encarcela y me sujeta, y lo que pretendo soltar. En una búsqueda permanente hacia la canción mas libre que pueda. 

—¿Qué cosas te asfixian o te sujetan?

—Todo lo que te propone la sociedad para ser una buena persona, decente y válida, a fin de que el sistema siga funcionando. Si nos corremos de eso, ya sabemos cómo terminamos: torturados, muertos al costado de una ruta, silenciados o desaparecidos. Las luchas siguen estando, los colectivos de lucha hacia ese espacio de libertad se siguen manifestando, y eso es lo que yo considero como mi grito de libertad. Es un grito de rebeldía, de poder ser quienes somos sin que nos juzgue nadie más. Yo busco que la mirada del otro me condicione lo menos posible, pero no dejo de estar presa también de esto. 

—Has hablado de reconocer el Conurbano que transitás, ¿cuál es esa impronta?

—Es difícil decir qué somos los “conurbanos”. No sé si soy una fiel exponente, pero después de tantos años he visto el proceso de mi barrio y cómo va sucediendo en él la realidad del mundo. Nosotros somos una explosión, una Argentina concentrada en pequeños espacios. Somos el agua que tomamos, que no es potable. Somos un “barrio dormitorio”, un tren que viaja todo el tiempo abarrotado, y toda esa rabia y esa calma del árbol que estoy mirando en este momento. Eso es el Conurbano: agua podrida con olor a jazmín. 

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