entrevista

Martín Gamaler: “Las historias vienen con uno”

Rodada en los barrios del Rincón y Martín Fierro, de City Bell y Villa Elisa, narra la transformación de un niño que se da cuenta de que el mundo no es lo que imaginaba.

Nico, un niño de 10 años que durante el recorrido por su barrio en el Conurbano bonaerense comienza un viaje inesperado hacia su madurez, es el punto de partida de Entremedio, ópera prima de Martín Gamaler, con quien hablamos para saber más detalles del proyecto.

—¿Sensaciones de mostrar la película finalmente?

—Me siento feliz en este momento, porque poder transmitir una historia que es tan personal también y que llegue al público, la verdad que eso me emociona y me entusiasma.

—¿Cuándo supiste que ibas a contar esta historia?

—Yo creo que la historia la tengo hace mucho en mi cabeza, pero realmente supe que la iba a contar cuando se unió a mí Alejandro Encinas y me apretó un poco para poder sacarla, digamos, porque la historia estaba ahí. Yo creo que las historias vienen con uno, pero bueno, hay un momento en que uno tiene que decidir si la quiere hacer, la quiere contar o no. Creo que durante la pandemia supe que iba a poder contar esta historia con ayuda de Alejandro, él creo que le dio la vuelta de rosca para poder llevarla al cine.

—¿En algún momento dudaste en contarla?

—No es que dudé, pero yo estaba contando la historia de los padres de este protagonista que después surgió, sin darme cuenta, que el verdadero protagonista era el niño de esta historia, y yo quería contar esa historia que estaba aparte de mí, que estaba alrededor mío, en mi barrio, en mi infancia, en mis vísceras.

—¿Cómo fue sentarte y trabajar con Alejandro y empezar a imaginar la película?

—Como la historia estaba tan alrededor mío, estaba ahí, dentro mío, pero había que sacarla con Alejandro. Lo primero que hicimos en el trabajo fue buscar las locaciones y a partir de las locaciones a los personajes en ese sitio. En realidad no es nada nuevo, es algo que recomienda Aristóteles en su libro, pero dice poner los personajes en su alrededor. Y cuando en realidad salimos a recorrer, encontramos esa historia de una familia que se peleaba, de un niño que estaba en la calle jugando a la pelota con sus amigos, de unos ladrones que estaban perseguidos por la policía, estaba ahí la historia en la calle y se parecía mucho a lo que yo había vivido de chico. Entonces, creo que fue un guion visceral, creo que fue una escritura visceral donde recorrimos muchos momentos de nuestra historia por separaciones, por la infancia, por discusiones, por alegrías, por la relación con nuestras mascotas o la cantidad de cosas que ponemos en esa relación, o con la gente de nuestro barrio también obviamente la película. No pasa en una capital, pasa en la periferia a de la ciudad donde todavía pasan esas cosas cómo cuando yo era chico. Que hay niños en la calle y que salen las madres a gritar a que vuelvan a sus casas, pero, bueno, nos encontramos con eso, saliendo en la calle y que era lo mismo que teníamos adentro y ahí lo pudimos volcar en el papel. Con mucho trabajo, obviamente, con trabajo diario desde muy temprano porque el guion lo escribimos en pandemia, entonces teníamos poca movilidad y desde muy temprano organizarnos.

—Les estructuraba el día…

—Sí, nos estructuraba el día. Después tuvimos la devolución de grandes colegas que nos ayudó mucho para poder hacer crecer la historia y llevarla después a una estructura de guion que le puede interesar al público. Que pueda seguir el relato en una hora y media de intensidad y de abotonarse a la silla, de no querer irse, porque ese es el objetivo, también, tratar de entretener al espectador y que la historia lo atrape.

—Dicen que no hay que trabajar ni con niños ni con animales y vos en tu primera película estás con las dos cosas, ¿cómo fue eso un poco también?

—Yo ya en otras películas como asistente había trabajado con perros y gatos. En este caso fui a la fuente, fui a consultar a Pampita Montenegro, que es dueño de Betún, el perro de Los Simuladores, y él me aconsejó sobre mi perra. Entonces pudimos llegar a educarla y hacer lo que tenía que hacer. El guion está escrito para la perra y también creo que eso facilitó las cosas. Porque ya sabía que la perra podía dar mucho. Valenzuela nos ayudó también, que es un productor, a contratar a una educadora canina y estar acá y adiestrar a la perra. Y el niño, él tenía las mismas inquietudes que el personaje y tenía las mismas, se reflejaba mucho. Y hablábamos mucho sobre eso, a diferencia de los actores grandes, los niños tienen mucha espontaneidad también y tiene mucha frescura a la hora de trabajar. Quizás están en otra cosa y cuando lo ves que están trabajando, creo que cuanto menos los presionas, ellos más libres se sienten, obviamente. Pero creo que tienen eso, esa frescura. Me animé porque la historia era linda y son elementos en el guion como difíciles de trabajar en el rodaje, en el guion son fuertes, y el niño atrapado, y si te encariñas con la perra, ya hay algo. Todos fuimos niños y creo que todos tuvimos una mascota cuando éramos chicos.

—¿Cómo fue formar un poco el casting?

—El diseño de producción es descentralizado. Yo creo en eso. Mis películas anteriores también, donde trabajé o hice un diseño de producción. Por ejemplo, en El prisionero irlandés trabajamos en este modelo descentralizado de producción, de ir a un pueblo donde la gente está abierta desde otra manera. Ellos quieren que vayas, te dan y a la vez el cine siempre pone plata. Entonces se genera un ida y vuelta con la gente del lugar, locaciones, vecinos, extras, lo que fuese, pero en este caso el diseño de producción.

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