Entrevista exclusiva

Néstor Frenkel recupera a Federico Manuel Peralta Ramos en su nuevo documental

Uno de los cineastas más valiosos del país reposa su mirada e inteligencia en acaso el artista más particular que la vanguardia nos ofreció en los últimos 40 años.

Inabarcable, inmenso, original, único, Néstor Frenkel intenta asir en El coso, su nuevo documental, puntos de Federico Manuel Peralta Ramos, recuperando la figura de un personaje clave para entender vanguardias  en un país que nunca termina por respetar, en el momento que tiene que hacerlo, a sus creadores. ­Diario Hoy dialogó con Frenkel para conocer detalles de la película.

—¿Qué recuerdos tenías sobre Federico? ¿Qué fue lo primero que se te cruzó por la cabeza cuando descubriste su trabajo?

—El primer recuerdo es el de casi todos, el de casi toda la gente de mi edad y un poco más grande y un poco más joven también, que frecuentábamos la vanguardia del arte, y sus apariciones en el programa de Tato Bores. Ese es mi primer recuerdo de él, que parecía como un ovni recién aterrizado en la televisión, algo completamente distinto al humor que uno estaba acostumbrado a ver y escuchar, alguien distinto, en su forma de hablar, que claramente traía otra estética e información y era interesante, yo sentía que era casi como un secreto, con un código que había que descifrar, a mis papás no les gustaba, les interesaba Tato, pero él iba en otra dirección. Eso fue lo primero que se me cruzó por la cabeza: Este tipo viene de otro planeta, y a la vez, mis hermanos, que eran más grandes que yo, compraban ciertas revistas, que no tengo un recuerdo claro de haberlas visto en su momento, pero ahora haciendo la investigación sí encontré que las revistas de rock de ese momento, El Expreso Imaginario, Pan Caliente, y también El Porteño, Humor, lo miraron, lo vieron, le dieron un pequeño espacio a él en ellas, así que tal vez alguna vez pasó por mis manos y me hizo entenderlo y conocerlo un poco más. Además, cuando se inauguró el bar El Taller, lo vi, a principios de los 80. Hubo primero una performance de un grupo de chicas que se llamaban Las inalámbricas, que hacían licuados y bailaban en el escenario y él estaba ahí, muy serio y de traje.

—¿Qué descubriste sobre él durante la investigación?

—Que en estos últimos años hubo una revalorización de su trabajo, en 2016 hubo una muestra, sus trabajos se llevaron a España, se pegaron en la calle frases que lo recuerdan, y hace no demasiado, mientras escribía el proyecto, apareció un libro, una biografía coral, así que se ve que hay algo de la época de revalorizarlo, reivindicarlo, o algo así. El hecho que él había escrito durante seis meses una columna en la revista La Semana, donde aparecían ideas potentes, y su manera de asociar, pasando de un tema a otro, corta, su asociación libre, su línea de pensamiento, eso aparece ahí bastante y lo incluí mucho, porque todo lo que lee Damián Dreizik está sacado de esas columnas, fue un material super rico y que es poco conocido o transitado.

—¿Cómo te organizaste para recorrer su vida y obra?

—Como siempre, no es que hago una investigación de campo muy profunda, sino que empiezo a jugar, a jugar el juego que es ir tirando de la piola, aparece algo, ese algo me lleva a otra cosa, la búsqueda de material de archivo me conecta con alguien que lo conoció, y al revés, hay puertas que se cierran, otras que se abren, y así, es como a mí me gusta que sea el juego del documental, dedicarle un tiempo a meterme y a bucear y viendo qué me pasa a mí con todos esos materiales que aparecen, amasarlos y que de ahí salga una película.

—¿Cuál es la obra que más te gusta/identifica de él?

—No sé cuál es, él es una gran obra y lo puso en evidencia, porque pintó sin saber pintar, cantó sin saber cantar, escribió sin saber escribir y todo ese conjunto lo hace una figura interesante, no me identifico yo con eso, no camino a través de esos pasos, no tengo una búsqueda parecida, pero sí me identifica que su trabajo le da un gran espacio al humor, eso sí me acerca.

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