Tom Waits, el cantor que tuvo por musa a la resaca

Con el whisky en una mano y un cigarrillo en la otra. Así es la foto típica de este artista de cara alargada que acuñó un estilo propio.

Tom Waits nació la tormentosa noche del 7 de diciembre de 1949 en el interior de un taxi que circulaba por Pomona, un pequeño pueblo no muy lejos de Los Ángeles. Nadie de su familia pertenecía al ambiente artístico. Cuando era niño odiaba el sonido de su voz. Quería sonar como su tío Vernon, que tenía una voz grave y rasposa. Todo lo que el tío decía sonaba importante. En una cena de Navidad, el tío Vernon se ahogó mientras comía. Fue entonces que regurgitó una pequeña tijera y una gasa que le había quedado adentro en una operación. De ese modo el tío recuperó su verdadera voz. Pero no fue esa, sino la otra voz, la que Tom imitó a lo largo de su vida.

Un amigo de la infancia que vivía en un tráiler cerca de las vías del tren le enseñó a Tom a tocar la guitarra. Billy se llamaba su profesor, no iba a la escuela, vivía entre vagabundos y se pasaba las horas frente a un lago de barro donde flotaban llantas podridas: “La madre de Billy era enorme. Yo la veía, enseguida miraba la puerta del tráiler, luego a ella de nuevo, y me enfrentaba así a mi primer problema de matemáticas: ¿cómo podía entrar por esa puerta? Yo tenía ocho años y recuerdo que pensaba en ella como un barco encerrado en una botella de la que jamás lograría salir”, contó Waits. Por esos años empezó a escribir sus primeras canciones y a cantarlas como si tuviera una espina de pescado atravesada en la garganta. Los títulos de algunas de sus canciones lo dicen todo: Nadie sabe que estoy muerto, Aquí estamos todos locos, La tumba de una flor, Dios salió en viaje de negocios o El sufrimiento es el río del mundo.

En 1972 recorrió Estados Unidos de costa a costa actuando sin parar, en boliches de mala muerte y teatros destartalados. Consiguió un contrato con el sello Assylum y allí grabó su primer disco, Closing time. Empezó a crecer la admiración por ese artista extraño de complicadas armonías y poesía descarnada.

En Chicago presenció una escena que no se le borraría jamás: “El último gran blusero, Hound Dog Taylor, estaba tocando ante un público rudo, entre quienes había un borracho en primera fila que no dejaba de interrumpirlo. Hound Dog sacó un revólver calibre 38, le disparó al borracho en el pie, se guardó el arma en la parte trasera del pantalón y terminó la canción: muchas veces he pensado en hacer lo mismo, pero nunca he tenido el valor”.

El árbol torcido

Lo que Tom Waits más disfruta es cantar, aunque subirse a un escenario es algo que le sigue produciendo nervios: “Salir de gira me da permanente acidez estomacal y dolor de cabeza. Es como pulir un diamante en bruto dentro de un camión que corre a toda velocidad, una auténtica locura”.

Un día, uno de sus hijos le preguntó: “¿Por qué no tienes un trabajo normal como los demás?”. Tom le contestó con una historia: “En el bosque había un árbol torcido y otro recto. El recto le decía al torcido: Mírame, soy alto, erguido, hermoso. Tú estás torcido, casi yacente. Nadie te quiere ver. Y juntos crecían en el bosque. Un día llegaron los leñadores y vieron los dos árboles: Solo corten los árboles rectos y dejen a los demás. Y los leñadores convirtieron todos los árboles rectos en leña. El árbol torcido aún continúa allí, creciendo fuerte y extraño día tras día”.

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