A 30 años de una proeza: “Quedás hermanado para siempre después de algo así”

Julieta Rimoldi, su padre y otros tres exploradores hicieron cumbre en el Aconcagua en 1994. Fue una experiencia que los marcó para toda la vida.

Julieta y Horacio Rimoldi, Gerardo Burgos, Tomás Tebaldi y Juan Martín Miranda fueron protagonistas de una aventura sin precedentes 30 años atrás, en enero de 1994, cuando hicieron cumbre en el Aconcagua. Hoy, tres décadas y toda una vida después, recuerdan esa hazaña que les marcó la vida para siempre.

La historia se remonta al 91, cuando Horacio Rimoldi, pionero en aladeltismo y uno de los primeros planeadores en la región, creó el estudio de supervivencia y comenzó con las capacitaciones en el área, donde empezó a surgir la idea de hacer montañismo. Esas ganas se contagiaron a su hija, Julieta, que entonces era una adolescente.

“En ese momento todo era de boca en boca y se gestó la idea de hacer la primera expedición netamente platense al Aconcagua. No había ropa de montaña para mujeres. Conseguimos ropa, la refaccionamos, era todo un tema para los cinco que fuimos”, recordó Julieta en diálogo con diario Hoy, que en ese momento, en sus primeras tiradas, dio cuenta de la expedición.

El equipo salió el 1° de enero, con el objetivo de empezar el nuevo año con una gran historia; y lograron hacer cumbre el 16 de ese mes.

“Yo tenía 17 años cuando hice cumbre por primera vez, no sé si era plenamente consciente, el impulso adolescente me llevaba a ir con ansias hacia adelante. Hoy miro para atrás y digo: Qué inconsciencia que me hizo tener esa fortaleza”, destacó la mujer, quien se desem­peña como profesora de Educación Física.

En ese plano, destacó que, en relación al mérito deportivo, “realmente fue una hazaña porque no había medios de rescate, ni los medios de comunicación que tenemos hoy: llevábamos una brújula y unos dibujos, unas cartografías que habíamos conseguido en el Instituto Geográfico Militar”.

El impacto de la hazaña en sus vidas

El logro generó en el grupo un sinfín de sensaciones y aprendieron diversos aspectos de supervivencia que luego aplicaron en sus vidas. “Muchas veces los montañistas no le tenemos miedo a la naturaleza”, sostuvo Julieta, quien recordó que “la inundación que sufrimos en 2013 nos ayudó el poner la mente fría y resolver la situación; esto es algo que les puede pasar a los navegantes o a los buzos, que están en contacto con la naturaleza, y los imprevistos deben saber llevarse y decir cuándo avanzar y cuándo no”.

Luego de aquella experiencia, Julieta siguió adelante y, en 1996, con solo 19 años, organizó y guio la primera expedición de mujeres al Aconcagua. “Fue el logro que desplegó mis cuestiones profesionales”, subrayó.

“Cuando hicimos cumbre en el 94, era la primera vez que un padre y una hija lo lograban”, destacó con orgullo, y remarcó que cada vez que se encuentran los cinco el paso del tiempo no hace mella: “Hay una unión humana que no tiene tiempo y espacio, quedás hermanado para siempre después de algo así. Siempre agradezco que mi papá haya tenido la amplitud mental de abrirme las puertas para participar”, enfatizó.

A modo de reflexión, la profesional marcó sentir “mucha pena” de que se haya perdido el contacto directo con la naturaleza a partir de “la cuestión comercial que se generó con esto”.

“Ahora vas al Lanín y es como que si no estás con un guía no sabés nada; esa cuestión que tiene que ver con que el empresariado hizo perder un poco la esencia del montañismo. Sigo sintiendo la cosquilla en la panza de haberlo logrado”, cerró.

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