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Alejandro Jodorowsky: una vida en la que se cruzan John Lennon y Salvador Dalí

Hijo de ucranianos, nació en Chile. Vivió en México y Nueva York. Se nacionalizó francés. A los 93 años sigue siendo un artista tan desconcertante como provocador.

Nació en Antofagasta, Chile, el 17 de febrero de 1929. A los 24 años se radicó en París. Vivió allí durante varios años, ya que era el asistente del mimo Marcel Marceau. Allí, junto al escritor español Fernando Arrabal, y los franceses Topor –dibujante y novelista- y Jacques Sternberg –guionista de Alain Resnais-, inventó una escuela conocida como “Teatro pánico”, nombre derivado del dios Pan y que significa humor, terror y simultaneidad. Comprobó aquello que decía su compatriota, el pintor Roberto Matta: “Triunfar en París es fácil, sólo los primeros cincuenta años son difíciles”.

Debutó en cine en 1957 con el cortometraje La Cravate, con el poderoso respaldo de Jean Cocteau, quien escribió un texto promocional para la película.

Su incipiente fama de director de cine lo llevó a México, donde se dedicó a hacer teatro, y con más de sus cien obras revolucionó el concepto de teatro experimental. Su capacidad ciclópea para montar en escena una obra tras otra le dio tiempo suficiente para escribir historietas cómicas y hacer un curso de psicoterapia en Cuernavaca a cargo nada menos que de Erich Fromm.

Cuando se le preguntó si estaba influido por el director de teatro polaco Jerzy Grotowski, contestó que sí “en la medida en que estoy influido por esa mariposa negra que hoy vi revolotear en la calle a las ocho de la mañana; me dije: No es una mariposa, es un pedazo de noche que no se quiere ir. Estoy influido por ruido de arena desmoronándose que hace tu sangre al circular; estoy influido por el Zohar, por Pedro Vargas, por mi gato Mandrake, por Proust, por Buzzati, por Crowley, por Agustín Lara, también por Grotowski”.

Alto, delgado, impenetrable y simpático a la vez, con un anacrónico aire de caballero medieval. Cineasta, novelista, historietista, músico, psicólogo, pintor, escultor y titiritero, todo lo que hace parece transcurrir en un territorio de sueño donde se mezclan realidad y onirismo. Dice que todas sus actividades tienen un solo fin: abrir su cerebro, sentir el crujido de las ideas en su interior, subir niveles mentales: “Mi intuición devora constantemente a mi inteligencia. No siento diferencia entre dibujo, cine, teatro, literatura o hacer caca. Me interesa manifestarme en cualquier acto de mi vida. ¿Ves? En la palma de mi mano ha crecido una manzana. Es para ti, si tienes hambre”.

John Lennon quedó tan fascinado con la película El topo, de Jodorowsky, de la que dijo: “Es LSD sin LSD”, que le pidió a su manager, Allen Klein, que le diera a Jodorowsky un millón de dólares para su siguiente obra y comprara los derechos para distribuir El Topo. Con ese dinero, pudo hacer La montaña sagrada.

Un proyecto megalómano

Su proyecto más ambicioso fue Dune, una película en la que participarían Orson Welles, Pink Floyd, Mick Jagger y Salvador Dalí. Octubre de 1975 era la fecha en la que se iba a iniciar el rodaje. Todos habían dado el sí. Pero era un proyecto tan megalómano que no podía terminar sino como un naufragio. Su presupuesto era de una irrealidad insostenible. Dalí pidió cien mil dólares por cada minuto en que apareciera en la película, pues quería ser el actor mejor pago de la historia de Hollywood. Nueve años después, el director estadounidense David Lynch retomó el proyecto –a una escala mucho menos ambiciosa- y estrenó Dune, producida por Dino de Laurentis.

Nunca dejó de intentar empresas inverosímiles. A los 89 años decidió hacer una película de gangsters con Marilyn Manson y Nick Nolte. El propio Alejandro Jodorowsky explicó en Twitter lo ocurrido: “Todos los actores estaban entusiasmados por actuar en King Shot, a tarifas reducidas. Los productores cuando leyeron el guión se aterraron por su surrealismo y se retiraron del negocio”.

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