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Alfonsina Storni y su pequeña huella que vuelve

Poeta excepcional y pionera del feminismo en nuestro país, la escritora nacida en Suiza enfrentó con valentía los prejuicios de su época y tuvo un trágico final.

Había nacido en Suiza, pero ya a los cinco años estaba radicada en nuestro país. Se matriculó en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, donde también ocupó el cargo de celadora. Obtuvo el título de maestra rural y a los 19 años inició sus prácticas en la ciudad de Rosario. Vivía en un hogar asolado por la pobreza. A los 12 años ya se ganaba la vida: cosía en una fábrica de gorras, fue cajera de una farmacia, limpió restaurantes, empleada de una importadora de aceite y canillita.

Siendo adolescente, ocurrió algo que la orientó para siempre en la vida: fue a ver una compañía de teatro y se enamoró de tal modo de lo que hacían que decidió unírseles en una gira por todo el país. Interpretó obras de autores clásicos y aprendió declamación. Ya ponía su voz a las poesías que amaba, pronto lo haría con las propias. Recitaba poemas en bibliotecas de barrio, y escribía febrilmente artículos para distintas publicaciones de la época: Fray Mocho, Caras y Caretas, El Hogar y Mundo Argentino.

Su primer libro de poemas, La inquietud del rosal, lo publicó cuando tenía 24 años. No tuvo gran repercusión en el mundillo literario, pero sí tuvo efecto en su entorno laboral. En la oficina en la que trabajaba, escribir poesía era una confesión de vagancia. Y si a la vocación de escribir se añadía el agravante de ser madre soltera, el escándalo era imperdonable. Su hijo se llamó Alejandro, ella nunca reveló el nombre de su padre. Debió renunciar a su trabajo. Alfonsina dijo: “¡Dios te libre, amigo, de La inquietud del rosal! Pero lo escribí para no morir, en el encierro soporífero de una oficina donde el sol pasa por el techo, pero no puedes verlo”.

No buscó paliar su soledad atenuando sus convicciones, sino, por el contrario, las llevó al extremo. Se hizo profundamente feminista: “Cuando se dice feminismo, para aquellas almas se encarama por sobre la palabra una cara con dientes ásperos y voz chillona. Sin embargo, hoy no hay una sola mujer que no sea feminista; podrá no querer participar en la lucha política, sin embargo desde el momento que piensa y discute en voz alta las ventajas y los errores del feminismo es ya una feminista, pues el feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer”.

Era la única mujer en tertulias literarias de las que participaban, entre otros, Manuel Ugarte, Roberto Giusti y José Ingenieros –quien presentaría el segundo libro de Alfonsina, El dulce daño–. Otros escritores, en cambio, la detestaban. Entre ellos, Jorge Luis Borges, quien hablaba de “las borrosidades” y “la chillonería de comadrita que suele inferirnos la Storni”.

En 1922, Alfonsina conoció en la casa del pintor Emilio Centurión a quien sería, a la vez, uno de sus más grandes amores y uno de sus mejores amigos: Horacio Quiroga, quien ya era un escritor reconocido. La poeta escribió sobre el autor de Cuentos de la selva: “Horacio Quiroga pertenece al grupo de los instintivos geniales, de los escritores desiguales, arbitrarios, unilaterales y personalísimos”. Él le pidió que lo acompañara cuando decidió instalarse en Misiones, pero ella declinó la invitación siguiendo el consejo del pintor Benito Quinquela Martín: “¿Con ese loco? ¡No!”.

El suicidio de Quiroga, el 19 de febrero de 1937, fue un abismo del que pensó que no podría salir más, quizá pudo treparlo amigándose con la idea del suicidio. En un poema dedicado a su amigo-amante, dice: “Morir como tú, Horacio, en tus cabales, / y así como en tus cuentos, no está mal”. También escribió un epitafio para su tumba en el que celebra el momento en que “los turbios ojos muertos ya no giran” y “duermo mi sueño eterno a pierna suelta. / Me llaman y no quiero darme vuelta”.

El 25 de febrero de 1938, en la ciudad de Mar del Plata, Alfonsina se suicidó en la playa La Perla, queriendo perderse como agua en el agua. Un rato antes había escrito: “Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que te olvides. Gracias… Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono, le dices que no insista, que he salido”.

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