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Alicia Bruzzo, una actriz que supo brilla

Actuó en cine y teatro, pero fue la televisión la que la lanzó a la fama protagonizando papeles pasionales que revelaban una gran personalidad artística.

Nació en un ascensor de la maternidad Sardá, el 29 de septiembre de 1945. Para hacerse un futuro, los padres la convencieron de que estudiara Derecho. Pese al empeño que puso, Alicia Liliana Estela Bruzzo se resignó a que no sería abogada y abandonó la carrera en el último año. Un día iba en micro a la Facultad de Derecho, llevaba bajo el brazo un tomo de Derecho Civil y Juana de Arco, de Bernard Shaw. Cuando bajó, se sentó en un banco, terminó de leer el libro de Shaw, se tomó otro micro y se fue a inscribir al Conservatorio de Arte Dramático: “Aprobé el examen de ingreso. Todavía no me explico cómo, en la mitad del monólogo se me produjo un blanco. Me paré en el escenario y dije, entre desesperada y resignada: No me acuerdo más. No sé qué me vieron, la cuestión es que aprobé”. Empezó a animar fiestas infantiles junto a Pipo Pescador, hacía de mimo. A comienzos de los 70 llegaría la televisión y, con ella, la fama.

El 11 de mayo de 1970, la revista Canal TV afirmaba: “Cualquier hombre de más de 70 años, en cualquier parte del mundo, puede ser Adolf Hitler”. Era el anuncio de El monstruo no ha muerto, una serie emitida por Canal 9, con el protagónico de Narciso Ibañez Menta, en la que Alicia Bruzzo hizo su debut televisivo. Luego vendría Nacido para odiarte y Un extraño en nuestras vidas, de Alberto Migré. Tuvo como galanes a Carlos Estrada, en El joven Albéniz, y a Rodolfo Bebán, en Cumbres borrascosas, una versión televisiva del clásico de Emily Brontë. Pero, el éxito le llegaría con El Rafa, una telenovela estrenada en 1980 que coprotagonizó con Alberto de Mendoza y Carlos Calvo. En esa tira, encarnó a Susana Delmónico, una femme fatale que dejó su rostro grabado en el imaginario de una vastísima teleaudiencia masculina. El autor, Abel Santa Cruz, sufrió la presión de los censores de la dictadura que lo presionaban para que los amantes de la telenovela se terminaran casando.

Luego vendrían las desdichas de Pobre Clara, una mujer adulta con personalidad de adolescente, que sufría las humillaciones de la madre —Hilda Bernard—, quien se solazaba en hacerla sentir una inútil; y se luciría en Alta Comedia, ciclo que le permitió alzarse con dos Martín Fierro a la Mejor Actriz.

Como toda actriz que merece ese nombre, Alicia Bruzzo también hizo teatro. Entre sus momentos más luminosos, figura haber formado parte del elenco de Las Brujas de Salem encabezado por Alfredo Alcón en 1972, Monólogos de la vagina y Yo amo a Shirley, un unipersonal por el que ganó el Premio Kónex y el María Guerrero en 1991, y que, catorce años después, volvería a poner en escena como directora con la actuación de su hija Manuela, fruto de su matrimonio con el director teatral Raúl Serrano.

Su debut cinematográfico fue en 1972 con Me enamoré sin darme cuenta, una película de Fernando Siro, marcando el comienzo de una saga de casi veinte filmes, entre los que se destacan Las venganzas de Beto Sanchez —con la gran actuación de Pepe Soriano—, La isla —con libro de Aída Bortnik—, Sentimental, de Sergio Renán y, Una sombra ya pronto serás, una película de Hector Olivera basada en la novela homónima de Osvaldo Soriano, en la que interpreta a Nadia, una gitana obesa que deambula por los desiertos caminos de la Patagonia, papel por el que ganó el Premio Cóndor de Plata a la Mejor Actriz de Reparto. Pero su rol más célebre fue el de Pasajeros de una pesadilla, una película de Fernando Ayala de 1984, basada en el caso Schoklender.

En 1995, dejaron de llamarla de la televisión. Había sufrido una intoxicación con propóleo de la que se recuperó con el saldo de una polineuritis, una enfermedad de la mielina que hace que los músculos no reciban adecuadamente los estímulos nerviosos. Dejó de fumar y de tomar pastillas para dormir, engordó en demasía. Murió a los 55 años. Una descompensación pulmonar obligó a internarla de urgencia. Estaba tratándose de un cáncer. Ya no actuaba, estaba dedicada de lleno a una vocación descubierta tardíamente: la pintura. Estaba planeando una exposición.

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