CULTURA

Aníbal Troilo: anécdotas desconocidas de una leyenda

Personaje mitológico de la historia del tango, Pichuco es una de las figuras más representativas de nuestra música: querido por el pueblo y reconocido por sus pares.

Lo llamaban Pichuco, por una deformación napolitana de la palabra picciuso, que significa “llorón”. Dicen que de niño era en extremo sensible. Y de grande, su bandoneón, dio fe de que también lo fue.

Su primer bandoneón lo compró en un local de Córdoba y Azcuénaga, le costó 140 pesos. “Yo no tenía tanta plata pero arreglamos en amplias cuotas que no alcancé a pagar. La trampa la hizo la vida. El ruso que me vendió el bandoneón se murió antes de que le pagara la séptima cuota”, dijo.

A los 10 años, hacía poco tiempo que había muerto su padre. El tío José lo llevó a la casa de un viejo bandoneonista del barrio, don Juan Amendolaro. Él le enseñó los primeros movimientos, a colocar las manos, el valor de las notas y algunos secretos de la botonera. Tenía 16 años cuando fue contratado para formar parte del sexteto de Elvino Vardaro, quien había sido violinista de la orquesta de Osvaldo Pugliese.

Tras 25 años de convivencia, el 3 de noviembre de 1966, se casó con la griega Ida Kalachi, para siempre conocida como Zita, en la Parroquia de Nuestra Señora de Balvanera. En una capilla lateral (no quisieron el altar mayor), la pareja dijo “sí” con el calmo fervor que dan los años. Troilo y Zita se habían conocido en un local subterráneo de la calle Maipú durante la década del 30.

Osvaldo Pugliese lo había conocido algunos años antes. “A Pichuco lo conocí en 1925. En aquel entonces las orquestas tenían su equipo de fútbol y antes de un partido un violinista de mi cuadro (el de Pedro Maffia) me dijo que lo escuchara. Al otro día se apareció un gordito de pantalones cortos con la caja del bandoneón. Bueno, tocate algo, le pedí. El gordito abrió la caja del bandoneón, sacó el fueye y tocó una variación de La Cumparsita. Lo felicité y le aconsejé que estudiase. En ese tiempo, yo tocaba en el Cine Hindú, con la orquesta de Maffia y recuerdo que el gordito venía todas las tardes a escuchar. Se sentaba en el primer banco en la cuarta o quinta fila y escuchaba a la orquesta, especialmente, al bandoneón. Tocamos juntos por primera vez en 1930 cuando formé el sexteto con Vardaro. Ahí ya tenía los pantalones largos y le gustaba la garufa. Cuando terminábamos de tocar, yo me iba a un bar de la vuelta, por Suipacha, a tomar un café con leche. Una vez vino a verme el padre de Alfredo Gobbi: Mirá Osvaldo, vos que sos un poco más serio, decile a Alfredito que venga un poco más temprano a casa. Llega a las diez de la mañana. Ocurría que después de trabajar, Gobbi y Troilo se iban a los quilombos de Mataderos”, contaba el artista.

Le gustaba la soledad, le alcanzaba la compañía del rezongo trasnochado del bandoneón. No le asustaba la tristeza.“¡Qué me va a asustar, si andamos juntos desde pibe!”, decía. Raúl Garello ingresó como bandoneonista de la orquesta cuando tenía 26 años, en 1963. Fue el responsable del arreglo del tango Los Mareados. Dijo de su maestro: “Pichuco dejó todo sembrado para los vanguardistas que vinieron después”. Por su parte, Joan Manuel Serrat recordó: “La primera vez que charlé con el Gordo fue en Mar del Plata, en un descanso suyo entre función y función. Chupamos un par de Smugglers, en aquella época apenas había whisky importado, y hablamos de música. Le sorprendió que un gallego tan joven, yo andaría por los 25, tuviese tanta devoción y curiosidad por el tango. Mi relación con él fue maravillosa desde el primer día. Me trató como un amigo querido hasta la última vez que nos vimos, curiosamente también en Mar del Plata, poco antes de su muerte”.

La primera vez que Troilo se encontró con Ástor Piazzolla fue en un garito que había en la Avenida Pavón, llamado Doble 3 , donde reinaba la timba y el escolazo. Don Vicente Piazzolla le dijo a Pichuco: “Cuídemelo”. El Gordo lo abrazó y cerró la puerta.

En 1970, la RCA Víctor propuso a ambos bandoneonistas grabar un dueto. Así quedaron registrados, entre otros clásicos, Volver y El motivo. Horacio Ferrer, que estuvo presente en la grabación, dijo: “Ástor tocaba como sembrando joyas negras y melancólicas, mientras Pichuco hacía brillantes lágrimas de luz”.

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