CULTURA
Angélica Gorodischer, la rosarina que descubrió un orden secreto en el universo
Fue una de las pioneras y mayores escritoras de ciencia ficción que dio nuestro país, una treintena de premios nacionales e internacionales así lo demuestran.
Angélica Gorodischer nació en Buenos Aires, pero le gustaba que la consideraran rosarina, ciudad en la que vivió desde los 8 años. Para ella Buenos Aires era el encierro en los límites estrechos de un departamento. Era una chica muy solitaria. Su refugio eran los libros. Eran como juguetes, objetos que podía manejar a su antojo. Había muchos en su casa: “Entonces yo sacaba todos los libros de los anaqueles. Los que más me interesaban eran los que tenían figuritas, que por supuesto eran los libros de arte, sobre todo de esa colección, que aún tengo: Les peintres illustres”. Aprendió de chiquita a distinguir un pintor de otro. Sabía que la señora con el perrito era de un señor que se llamaba Goya y que los dos chicos que comían uvas eran de un señor Velázquez. Aprendió a leer sola: “De desesperación nomás. Porque yo quería saber lo que decían esos libros. No sé por qué mecanismo extraño, no sé cómo, si tendría algún amigo un poco mayor que leería, no recuerdo. Pero la cuestión es que aprendí a leer. Y un día leí Láminas Billiken. Tenía cinco años y mi madre no lo quería creer. Cómo sería que me sacó a la calle y me hizo leer los carteles de la calle para ver si era cierto que leía”. Leía todo lo que cayera en sus manos, así la aburriera o le pareciera divino: la cuestión era descifrar esos signos sobre la página.
Lo primero que publicó fue En verano a la siesta y con Martina, un cuento policial que fue premiado por la revista Vea y Lea. A partir de allí, vendrían 29 libros de cuentos y novelas, entre los que sobresalen títulos como Kalpa imperial, Fábulas de la virgen y el bombero, La noche del inocente y Trafalgar. El primero de los libros mencionados fue traducido al inglés por la principal referente femenina de la ciencia ficción, Ursula K. Le Guin, quien calificó la obra de Gorodischer como “un texto de enorme riqueza y complejidad, contundente, ferozmente imaginario e imprevisible”.
Fue una gran promotora del Encuentro Internacional de Escritoras, cuya primera sesión fue en la ciudad de Rosario. Militó fuertemente por visibilizar la literatura hecha por mujeres, dando por el mundo cerca de 350 conferencias. En su biblioteca había un cartel que decía: “El futuro es mujer”.
Amaba la jardinería. Coincidía con los chinos en aquello de “si quieres ser feliz un día, cómete una gallina; si quieres ser feliz una semana, cómete un chancho; si quieres ser feliz un año, cásate; y si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero”. Otra cosa que le encantaba era cocinar, hacer platos exóticos de vez en cuando. Y escuchar música. La música en su vida era fundamental.
Estaba convencida de que hay un orden secreto en el universo “al que se puede acceder gracias a un código cuyos signos son difíciles, pero no imposibles de leer; que no estamos solos; que todos somos capaces de leer el universo (la magia, la locura, los delirios, la imaginación, la libertad), pero que desde muy temprano se ahoga esta capacidad con la educación, las costumbres, la instrucción pública y algunas otras aberraciones”.
Alguna vez dijo que le gustaría haberse sentado en una esquina a contar cuentos a los que pasan: “Tal vez porque durante gran parte de mi vida viví totalmente incomunicada de la gente. Una vez que aprendí a comunicarme para mí fue una fiesta. La felicidad absoluta. Poder conversar y hablar y comunicarse era bárbaro. Por eso todavía hoy quisiera sentarme en una esquina y charlar con la gente. Por eso me gusta tanto hablar en público. Claro, lo que pasa es que si me sentara en la esquina a contar cuentos, probablemente contaría cuentos muy complicados. Y bueno, paciencia, al que le guste y lo entienda que se quede, y el que no, que se vaya a comprarse una remera”.
En 2011 publicó Diario del tratamiento, libro en el que revela con desnudez pero sin patetismo su lucha contra el cáncer, que, con algunas treguas, mantuvo durante once años. El 5 de febrero de 2022 murió en su casa de Rosario esa mujer que creía que había venido al mundo a escribir. Y no estaba equivocada.