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Arturo Maly, el más bueno de los malos

Ganó su prestigio con grandes actuaciones en teatro, cine y televisión. Un talentoso que logró el reconocimiento del gran público. Por estos días se cumplen 22 años de su muerte.

Hacía de sereno en un desarmadero de autos. Ese era el papel de Arturo Maly en Sin vergüenzas, la obra de teatro que estaba haciendo el 25 de mayo de 2001, cuando lo sorprendió la muerte a los 61 años, en la localidad cordobesa de Morteros, cerca de Santa Fe, en medio de una gira.

En 1963 egresó del Conservatorio Nacional de Arte Dramático y tres años después haría su debut televisivo al lado de Alfredo Alcón. Hubo un paso previo, la publicidad. Pino Solanas lo eligió para que fuera el protagonista de un famoso aviso publicitario de un aperitivo con alcohol. La televisión fue su primera gran vidriera, la posibilidad de popularizar su cara entre la gente, que reconocía a un verdadero actor de raza. Los ciclos que protagonizó en la pantalla chica fueron muchos y célebres: Esta noche... miedo, Las cosas de los Campanelli, Alta Comedia, El teatro de Norma Aleandro, Rosa de lejos, Andrea Celeste, Socorro: 5º año, Compromiso, Amor latino y Cuentos para ver –ciclo de unitarios en el que encarnó personajes tan complejos como Patrón, de Abelardo Castillo, o el coronel del famoso cuento de Rodolfo Walsh, Esa mujer–.

En 1982 recibió un Cóndor de Plata por su trabajo en Tiempo de revancha, ese mismo año interpretó a Rodolfo Khulpe, un asesino a sueldo que confrontaba con el personaje de Federico Luppi en Ultimos días de la víctima, una película dirigida por Adolfo Aristarain con libro de José Pablo Feinmann. El de villano era el papel que mejor le sentaba, sin embargo, sus más íntimos resaltaban su profunda bonhomía.

Patricio Contreras que compartió elenco con él en algunas películas, entre ellas, No habrá más penas ni olvido, dijo: “Lo queríamos mucho a Arturo. Era como un niño, seductor. Tenía un humor travieso que desmentía el aspecto de hombre serio que presentaba”. En los años noventa, Arturo Maly se reunía a cenar en un restaurante del centro de Buenos Aires, todas las semanas, con José Pablo Feinmann, Aldo Braga y Patricio Contreras, para idear proyectos de teatro que nunca se concretaron. Recuerda Patricio Contreras: “Imaginábamos una historia que tenía que ver con el momento que vivíamos en esos años, porque la realidad argentina siempre es generosa en mantenernos alerta todo el tiempo. El poder siempre es un tema que cambia de vestimenta, pero no pierde la fuerza. Quedó como recuerdo bello, deseable, que añoro”. Ese grupo de amigos se autopercibía como sobreviviente de un tiempo desmantelado de ilusiones, de una patria desguazada al mejor postor. “La vida personal de cada uno de nosotros se ha empobrecido notablemente, y no solo por razones económicas, sino también porque no somos dueños de nuestro futuro”, decía Maly por aquellos años.

No fue ajeno al cine de animación, en el 2000 prestó su voz para Condor Crux, la primera película argentina con animación digital 3D, y luego haría algo semejante con Los Pintin al Rescate. Arturo Maly estuvo casado por más de treinta años con Marta Klopman, con quien tuvo dos hijos y una muy sosegada vida familiar. Era lo que se dice un buen tipo, pero consideraba que los malvados son los mejores personajes para componer, porque dan cuenta de la complejidad humana: “Los grandes personajes de la literatura no son los altruistas ni los bondadosos, sino los que tienen un costado perverso, y muchas aristas: los que hacen daño, a los otros y a sí mismos”.

Aquel 25 de mayo de 2001, Maly fue ingresado en el sanatorio San Roque, después de sufrir una descompensación en el hotel. Esa noche debía subirse al escenario en el teatro de la Sociedad Italiana de Morteros. Cuando estaba solo en la habitación empezó a sentir molestias y un fuerte dolor en el pecho. Alcanzó a abrir la puerta para avisar lo que sucedía, pero se desmoronó en el pasillo. Sus compañeros llamaron de inmediato al servicio de emergencia. Se le hicieron todos los servicios de reanimación posibles. A las 13.30, se constató su muerte. Su último papel en el cine había sido en la película La fuga, de Eduardo Mignona, donde interpretó a Pedro Escofet, un mafioso que regenteaba una casa de juego clandestino.

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