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Beinusz Szmukler un indispensable de la justicia

Se graduó de abogado en La Plata y durante sus 91 años de vida se mantuvo de pie en defensa de una sociedad más justa, en las antípodas del partido judicial.

Había nacido un 9 de julio, fecha premonitoria para alguien que jamás renunció a su independencia de criterio, y a la inacabable batalla por la justicia social y la autodeterminación de los pueblos. Nació en 1932 en Kletsk ,una pequeña población de Polonia —lindera con la entonces Unión Soviética, que estaba trabajosamente resucitando de la invasión nazi— y que en la actualidad forma parte de Bielorrusia.

Tenía cinco años cuando su familia llegó a Buenos Aires, estableciéndose en el barrio de Villa Crespo, mucho antes de que la secular calma del lugar se quebrara con la realización de recitales multitudinarios. Eran los años en que el país sufría su primera Década Infame, sacudido por una profunda crisis económica y social bajo la dictadura de Uriburu que imponía la persecución política y la prohibición de la participación popular.

En la escuela secundaria tuvo su bautismo de militancia, como secretario del Centro de Estudiantes del Colegio Manuel Belgrano inició una lucha para que los alumnos de extracción humilde, que trabajaban durante el día, pudieran cursar sus estudios en horario nocturno. Así aprendió que la lucha colectiva y organizada puede dar buenos resultados.

Si bien tempranamente se hizo comunista, le resultaba incomprensible que su partido no se aliara al peronismo para enfrentar al enemigo común. Beinusz Szmukler imagina qué diferente hubiera sido nuestra historia si José Peter –el sindicalista fundador de la Federación Obrera de la Industria de la carne y de la Federación Obrera de la Alimentación—, que adscribía al comunismo, hubiera estrechado la mano que Juan Domingo Perón le tendió en su momento.

Szmukler hizo sus estudios de abogado en la ciudad de La Plata, en los años en que la presidencia de nuestra Universidad estaba en cabeza de Alfredo Palacios. No bien se recibió, integró la Comisión Jurídica de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, organismo fundado en 1937 por Deodoro Roca, quien fuera mentor de la Reforma Universitaria de 1918 que se extendiera por toda Latinoamérica como un reguero de ideas de cambio. Integró la Asociación Americana de Juristas –de quien fue uno de los fundadores, en Panamá, en 1975—, y de la que llegó a ser Presidente del Consejo Consultivo Continental, diciendo en su discurso de clausura de la XVI Conferencia Continental de la AAJ realizada en la ciudad de Santiago del Estero (República Argentina) en 2015: “La plena independencia económica y la soberanía del Estado sobre sus riquezas y recursos naturales, la acción contra el imperialismo, el fascismo, el colonialismo, y contra la discriminación racial de la mujer, los aborígenes y minorías nacionales”. Palabras que por sí solas constituyen un legado para quienes buscan para nuestro país un camino de independencia y justicia social.

La lista de cargos es abrumadora, pero para él no era enclaves burocráticos, sino puestos de lucha, sitios para proclamar que “la Justicia nunca esta disociada en cuestiones ideológicas”. O bien, como lo manifestó en una entrevista: “Si hay algo que no se puede separar de la política es lo jurídico, que en definitiva es un instrumento de la política”. Beinusz Szmukler fue recibido en varias ocasiones por Fidel Castro en su casa particular de La Habana, del mismo modo que era recibido por el poeta Ernesto Cardenal cada vez que viajaba a Nicaragua. Como integrante de la Asociación Internacional de Juristas Democráticos, le entregó en mano a Yasser Arafat el informe sobre las violaciones a los derechos humanos sufrido por el pueblo palestino en territorios ocupados por el Estado de Israel. Era amigo de Osvaldo Bayer, Fanny Edelman —legendaria brigadista internacional en los años de la Guerra Civil Española— y Atilio Borón –quien, al enterarse de su muerte, dijo: “seguirá siendo por siempre mi esclarecido interlocutor intelectual y político, una de las personas que más me ayudó a entender este mundo y conjeturar las formas de cambiarlo”—.

Con más de noventa años, seguía participando en cada marcha convocada en contra de la “mafia judicial”. Fue un abogado irreparablemente enamorado de la justicia.

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