cultura

Béla Bartók, un genio que murió en la pobreza

El músico húngaro fue considerado uno de los mayores compositores del siglo XX. La plata que dejó no alcanzó siquiera para su entierro.

El 25 de septiembre de 1945 murió Béla Bartók, en el West Side Hospital, de Nueva York. Como dijo el músico argentino Juan Carlos Paz: “El acontecimiento contó con todos los honores periodísticos. Lamentablemente olvidaron consignar que la pobreza extrema del compositor hizo que tuviera que encargarse del importe de las exequias la ASCAP (Asociación Americana para Derechos de Autor)”.

Béla Bartók nació en Nagyzenmklos – Hungría-. Allí vivió hasta los siete años, cuando, a la muerte de su padre, comenzó a deambular por distintas ciudades siguiendo las posibilidades laborales que se le abrían a su madre, que era institutriz. Estudió piano y fue profesor en la Academia de Música de Budapest.

A los 11 años dio su primer concierto: el allegro de la sonata Waldstein de Ludwig van Beethoven, fue en un teatro de Pozsoni –actual Bratislava-. Su gran influencia inicial fue Richard Strauss, a quien escuchó en Budapest, en 1902, en el estreno de Also Sprach Zarathustra.Estaba muy atraído por la música folclórica de su país y la de los países balcánicos, la que, al mixturarla con la música que conoció en su formación clásica, dio como resultado una obra original e innovadora que le dio celebridad en el mundo entero. Sus canciones y danzas populares son de una armonización exquisita, al punto de considerarlas algunos críticos a la altura de las creaciones de Igor Stravinsky, Dmitri Shostakovich y Arnold Schoenberg. Bartók recorría los pueblos de campaña de Hungría grabando su música, captando la esencia de las czardas y los sonidos de los instrumentos tocados por los campesinos. Dijo: “El estudio de la música popular tuvo un significado decisivo porque me permitió liberarme del dominio del sistema de tonos mayor y menor”.

Durante los años del nazismo, tuvo una clara actitud beligerante. Se negó a que sus obras fueran tocadas en ceremonias oficiales y cambió de editor cuando este se embanderó con las ideas del régimen nazi. Béla Bartók decidió abandonar ese clima espeso y opresivo y aceptó la invitación de dar clases en la Universidad de Columbia - en EEUU-, institución que le concedería el doctorado honoris causa. Fue una larga travesía en barco. Huía de la represión y llegaba a la incertidumbre. Creía que en Nueva York lo recibiría la fama, pero lo estaba esperando la pobreza y la enfermedad. Su música no despertaba interés en ese país. Los conciertos eran pocos y la crítica estaba desconcertada con su estilo. No obstante, durante ese período compuso algunas de sus obras maestras, el Concierto para viola y el Tercer Concierto para piano. Esta última obra fue terminada de crear en su lecho de muerte, del cual se levantaba dificultosamente para hacer agregados. En 1942, el director de la Sinfónica de Boston, Serge Kussevitzky le encargó una obra en memoria de su esposa Nathalie, fallecida poco antes, así nació ese imponente diálogo con la muerte, que Bartók ya sentía como propia, titulado Concierto para orquesta.

Sus últimos días

Murió a los 64 años, en su pequeño departamento. Once días antes había recibido la noticia de que su gran amigo, Anton Webern –otro de los grandes compositores del siglo XX- había sido muerto en un poblado cercano a Salzburgo, por el disparo –supuestamente accidental- de un soldado estadounidense. Fue entonces que agregó los compases más dramáticos al Tercer Concierto para piano. En el cajón de su mesa de luz fueron encontrados numerosos borradores de composiciones y apuntes de obras que serían organizados póstumamente por el compositor húngaro Tibo Serly, alumno de Bartók en Hungría y una de las pocas personas que lo asistieron en sus últimos días en Estados Unidos.

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