cultura

Cacique Valdivieso: el testimonio de un pueblo oprimido

Era representante de una etnia que a comienzos del siglo XX habitaba en el noroeste de nuestro país. Vino a Buenos Aires a buscar respeto y solo encontró escarnio.

Según Eduardo Galeano, en la Argentina -como en todo el continente-, los indios fueron los primeros desaparecidos. Desaparecieron antes de aparecer en la historia oficial. El general Roca (que después sería dos veces presidente) llamó “Conquista del desierto” a su invasión de las tierras indígenas. A finales del siglo XIX, el cacique Valdivieso lideraba una tribu de chiriguanos que habitaban los contrafuertes de la serranía oriental salteña, y que se distinguían del resto de las tribus guaraníticas de la región chaqueña por su raíces hundidas en las profundidades de la cultura andina. Esa tribu resistió la conquista del hombre blanco desde la llegada de Solís, en 1516.

Para los indígenas, los medios de supervivencia habituales eran la caza de la “pavita negra”, la pesca, la recolección y cría de yeguarizos. A ello se agregaba una modesta agricultura, la alfarería, la cestería y el tejido de ponchos. Sin embargo, desde mediados del siglo XIX, comenzaron a manifestarse en la región chaqueña las feroces consecuencias del sistema capitalista: las grandes industrias presionaron para captar peones entre los indígenas, mientras que los comerciantes instauraban el mercado de cigarros y alcohol. En ese contexto, estuvieron los indios que se sometieron y renunciaron a su tierra, pero también quienes no se sometieron y fueron aniquilados a balazos, muertos sin nombre en los partes militares.En 1884, cinco años después de la masacre de los indígenas de la Patagonia, se realizó una campaña similar en el Chaco. La apropiación de las tierras utilizadas para cazar y la instalación en los márgenes del río Bermejo alteraron radicalmente las condiciones de vida de los aborígenes. El Poder Ejecutivo justificó su necesidad de este modo: “Debemos remover las fronteras con los indígenas; estos deben caer sometidos o reducidos bajo la jurisdicción nacional, pudiendo entonces entregar (tierras) seguras a la inmigración y a las explotaciones de las industrias de la civilización”.

El 21 de enero de 1896, el diario porteño que Bartolomé Mitre fundara para ser “guardaespaldas de la oligarquía”, según palabras de Homero Manzi, publicó una entrevista titulada “El cacique chiriguano. Su séquito. Una interviú con lenguaraz”. Allí se cuenta que los viejos dueños del territorio, “desalojados por la civilización”, arribaron mansamente a Buenos Aires a exigir un pedazo de tierra que labrar para vivir en paz y, de ese modo, ponerle fin a la sangrienta disputa con el Estado argentino. Aquellos hombres del norte eran descritos como de baja estatura y ardorosos en la pasión; el que más sobresalía era el cacique chiriguano Gregorio Valdivieso.

El cacique arribó a la Casa de Gobierno con sus mantas de vicuña, un sombrero de palma cortada y trenzada, el arco y las flechas con punta de madera dura y una flauta de caña tacuara. El reportero describe a los hombres de la tribu así: “Son de una pobre raza agotada, que ni aun ha conservado el salvajismo primitivo, pues echa mano de las modernas prendas de vestir y está toda ella extenuada, clorótica, con una palidez anémica que es antítesis a la exuberancia de vida de las comarcas que habita”. Había llegado a Buenos Aires en el abandono más absoluto. El gobierno de Tucumán, a cuya capital el cacique llegó a pie después de dos días de viaje, lo dejó en el tren que lo trajo hasta Buenos Aires.

Valdivieso era por entonces un hombre enjuto y doblado por la edad, de ojos brillantes, muy picado de antiguas viruelas, con ligeras hinchazones que deformaban sus líneas generales, blancos pelos erizados, barba rala, y con el labio inferior perforado, señal de pertenencia de la tribu chiriguana. Estaba al mando de dos mil hombres que se sentían parte de esta tierra, pero aclaraba:“Queremos que el gobierno nos defienda, porque vienen cristianos que nos llevan a trabajar de balde y ahora nosotros somos argentinos”. El propósito de entablar un diálogo con las autoridades nacionales fue inútil; la ocupación del territorio norteño por el Estado se completó en 1911, con una nueva y definitoria ofensiva militar.

Noticias Relacionadas