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China Zorrilla, una reina de barrio

Es imposible recordarla sin sonreír, una actriz que reinó con su talento a ambos lados del Río de La Plata, protagonizando personajes que están en la memoria de todos.

Soñaba con dirigir una comedia musical sobre Groucho Marx. Quizá eso fue lo único pendiente que le quedó como actriz. Luego, hizo casi todo, más de ciento cincuenta obras de teatro, casi ochenta películas e incontables programas de televisión desde su debut en Canal 9, en 1971, haciendo la versión para pantalla chica de una de las obras que mejor la representan: Esperando la carroza.

Hablaba incansablemente, era una eximia contadora de anécdotas. En todas las entrevistas, era ella la que mantenía el dominio de la situación. Parece que fue así desde chica Concepción Matilde Zorrilla de San Martín Muñoz del Campo, quien nació en Montevideo el 14 de marzo de 1922, hija de una argentina, Guma Muñoz del Campo, y del escultor y pintor uruguayo José Luis Zorrilla de San Martin. Su abuelo paterno fue el poeta Juan Zorrilla de San Martin, autor de Tabaré, un largo poema considerado la epopeya literaria nacional del Uruguay.

Tenía quince años cuando fue a una fiesta en su barrio. Por el camino, China y sus hermanas vieron a una cucaracha patas arriba. “No la maten” —dijo una de sus hermanas—, “igual se va a morir porque no puede darse vuelta sola”. En la fiesta, China no paró de pensar en la cucaracha. Le dolía pensar en tantas cucarachas que no se pueden dar vuelta. Por eso, hacia el final de su vida, pensó en ponerle “La cucaracha”, al libro de memorias que había comenzado a escribir. Quería contar toda su historia artística, desde que se inició en el teatro independiente, a comienzos de la década del 40, su viaje a Londres en 1946 becada por el British Council para estudiar en la Royal Academy of Dramatic Art, las más de ochenta obras como actriz principal en el Teatro Solís de Montevideo, su condición de fundadora del Teatro de la Ciudad de Montevideo, sus andanzas en Nueva York como profesora de francés y secretaria de una agencia de representación de actores.

China Zorrilla era amada en el ambiente artístico, en nuestro país y también en el exterior. Alguna vez se peleó con la actriz española Charo López. Llegaron a odiarse. Con el tiempo, las dos olvidaron el motivo. Un día estaban grabando una telenovela en Canal 13. Cerca de ellas y como parte de la escenografía había una mesa redonda repleta de manjares. Entonces, de golpe, le salió a China decirle a Charo: “Si esto no fuese una filmación, te juro que ya me habría comido todo lo que hay sobre la mesa. Ya lo tengo programado: empezaría por el lado izquierdo”. Desde ese momento se hicieron íntimas. Charo López alguna vez la llevó a ver algo que había descubierto y que China nunca más pudo volver a encontrar, una calle de Madrid donde hay una placa que dice: “En esta casa murió el poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín”.

Le gustaba recordar que había conocido a Dustin Hoffman en los años en que vivió en Estados Unidos, antes de que fuera conocido. Eran vecinos en Nueva York. Conversaban mucho. Él le contó cuando fue a dar una prueba para hacer su primera película. Le dijo: “No me van a dar el papel pero me pagan el viaje de ida y vuelta, tres días de hotel, puedo ver a mi abuela que hace mucho que no visito. Así que aunque no salga, vale la pena”. Era la película El graduado.

Era una cómica de alma. Hacía reír a la gente de manera natural. Siempre tuvo ese don. En los años 50, en Montevideo, el elenco oficial era muy solemne, ella estuvo allí diez años haciendo teatro clásico. Un día propuso hacer una comedia Noel Coward: “Fue como si hubiese llevado papel higiénico. Pero finalmente la estrenamos y me fascinó la reacción de la gente, entre el aplauso y la carcajada. Ahí supe que yo podía hacer eso, que era maravilloso, que lo traía conmigo”. Ella tenía un timing inimitable.

De la Comedia Nacional de Montevideo pasó a ser teatro a la calle Corrientes de Buenos Aires. Debutó en Argentina con Susana Giménez, haciendo de madre de Rodolfo Bebán, en reemplazo de Ana María Campoy que se iba a México. Su primera película fue Un guapo del 900, dirigida por Lautaro Murúa. A partir de allí, no hubo quien no la considerara una de las más grandes actrices del Río de La Plata.

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