CULTURA

Cinco libros de terror argentino para el verano

Un listado posible para la ola de calor. Desde Abelardo Castillo hasta Mariana Enríquez, pasando por Charlie Feiling, Luciano Lamberti y el oscuro Juan-Jacobo Bajarlía.

Si bien algunos de los escritores argentinos más célebres del canon firmaron textos de terror, no estaban enrolados decididamente en el género. Desde Jorge Luis Borges hasta la propia Pizarnik, pasando por Leopoldo Lugones, Julio Cortázar o Silvina Ocampo se interesaron por los códigos literarios del miedo, pero no escribieron libros que suscribieran abiertamente a esa doctrina. El terror, en tierras argentinas, siempre fue una tradición tan poderosa como dispersa. A finales del siglo XX, sin embargo, una nueva generación comenzó a trabajar decididamente con ese material y empezó a armar una escena, publicada tanto desde los grandes sellos como desde los márgenes de las editoriales independientes más pequeñas. En este nuevo contexto, seleccionamos cinco libros de terror argentino para leer en el verano.

Vamos a empezar por La casa de ceniza de Abelardo Castillo. El origen de esta nouvelle gótica es la colimba. Mientras luchaba por adaptarse, Castillo comenzó a sublimar las penurias de la vida castrense con sus lecturas de Edgar Allan Poe. Firmada en 1956 y cajoneada durante una década, La casa de ceniza se publicó cuando ya era director de revistas culturales y un dramaturgo y cuentista más o menos célebre. “Jack London construyó en la realidad su Casa del Lobo, Neruda su monstruo en la Isla Negra, Alejandro Dumas, en la ficción, una Casa del Viento”, se justificó en el epílogo. “En un lugar parecido a Adrogué, Borges, la quinta simétrica donde Lönrot es muerto por Scharlach. Mujica Láinez, su vieja requetevieja casa que se viene al suelo. Con regazos de estos materiales yo edifiqué la mía, de ceniza”, explicaba.

En segundo lugar, está El endemoniado Señor Roseti de Juan-Jacobo Bajarlía. Aunque Mariana Enríquez y Cicco se han ocupado de iluminar su obra, Bajarlía sigue siendo un descartado. Sus libros solo circulan en el mercado de usados y, revisando los precios, nadie parece demasiado interesado. El Endemoniado Señor Roseti (1977) es la historia de un séptimo hijo varón en un Pergamino que, por obra y gracia de la escritura, parece la periferia de la Londres victoriana.

Adaptada recientemente al cine y reeditada a través de La Bestia Equilátera, tenemos a El mal menor de C.E. Feiling. Fue publicada en 1996 y abierta con un epígrafe de Stephen King, de cuando el autor de Cementerio de animales todavía era anatema en el mundillo de la literatura y casi una injuria en los claustros universitarios. El mal menor fue parte de un plan con el que Charlie se proponía desplegarse en cada subgénero: terror, fantasy, policial, histórica, etc. “La novela de Feiling se afirma en una descripción costumbrista de ciertas zonas (el barrio de San Telmo en este caso), donde suceden mínimos estallidos de violencia terrorífica. Frente a la lógica del género, Feiling toma una decisión muy sagaz: en su novela el terror es del orden de los personajes y no incumbe a los efectos de la narración. El mal menor no es un relato de terror, sino un relato sobre el terror”, dijo Piglia.

Aquella tradición dispersa, a la luz negra de una camada de escritores nacidos en el 70, comenzó a tomar una forma monstruosa. Uno de los primeros indicios fue Los peligros de fumar en la cama (2009), el primer volumen de cuentos de Enríquez. Allí dejó sentadas las bases de su programática: una traducción de los paradigmas de un género eminentemente europeo y norteamericano hacia la Argentina devastada del 2001 y más allá, la inundación. Así, por cada castillo gótico hay una casa de chapa. Por cada leyenda milenaria, una superstición del conurbano. Por cada mall, un centro clandestino de detención.

Los libros de Luciano Lamberti son otro ejemplo posible. Nacido en San Francisco y educado en La Docta, irrumpió en el mapa desde afuera: desde el interior, una editorial independiente y los géneros menores. Precedida por El asesino de chanchos (2010) y El loro que podía adivinar el futuro (2012), su salto hacia la novela también significó su arribo a las grandes ligas editoriales. El terror argentino, ahora, está en la vidriera de cualquier librería. No hay escapatoria.

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