CULTURA

Cuando La Plata se llamó Eva Perón

Luego de la muerte de Evita, nuestra ciudad tomó su nombre hasta que la dictadura iniciada en 1955 ordenó regresar al nombre original.

El 26 de julio de 1952 se presentó un proyecto que prosperaría en el Senado bonaerense: que la ciudad de La Plata se llamara Eva Perón. Durante tres años nuestra ciudad tomó el nombre de una de las figuras políticas más importantes de la historia argentina. Para algunos esa fue una herejía irredimible que haría arder en el infierno a todos los platenses; para otros, fue un acto de justicia histórica para quien tanto había luchado por los humildes y había hecho entrar, según María Elena Walsh, “a las mujeres de prepo en la historia”.

El odio ya había trazado su honda grieta en la sociedad argentina, su expresión más cerril era el “¡Viva el cáncer!” que una mano escribió en una pared de Buenos Aires. La oligarquía no podía perdonar a esa mujer insolente que se había resistido a un destino de actriz de melodramas, y había hecho suya la causa de los desposeídos –sus queridos “grasitas”–, al lado del mayor líder de masas de la Argentina de entonces. Escribió Eduardo Galeano: “Además, Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón”.

El 22 de agosto de 1951, miles de personas se congregaron en el Ministerio de Obras Públicas, del cual colgaba un cartel que rezaba: “Juan Domingo Perón-Eva Perón – 1952-1958, la fórmula de la patria”. Demacrada y enflaquecida, Eva salió al balcón, pero lejos de confirmar lo que todos buscaban escuchar, pidió unos días para tomar la decisión. Nueve días después anunció por radio “una decisión precisa e irrevocable, una decisión que he tomado por mí misma: la de renunciar al insigne cargo que me ha sido conferido”. Esa fecha pasó a la historia como el “día del renunciamiento”.

Juan Domingo Perón recordaba así los momentos finales de Evita: “Un día antes de morir me mandó llamar porque quería hablar a solas conmigo. Me senté sobre la cama y ella hizo un esfuerzo por incorporarse. Su respiración era apenas un susurro: “No tengo mucho por vivir –dijo balbuceante–. Te agradezco lo que has hecho por mí. Te pido una cosa más –las palabras quedaban muertas sobre sus labios blancos y delgados; volvió a hablar en tono más bajo, su voz era ahora un ­susurro–. No abandones nunca a los pobres. Son los únicos que saben ser fieles”. Las 20:25 del 26 de julio de 1952 fue señalada por la radio ­oficial como “la hora en que la jefa espiritual de la Nación pasó a la inmortalidad”.

Mujer inmortal

Dos meses antes de la muerte de Eva Perón, los concejales justicialistas de Quilmes propusieron que esa localidad llevara el nombre de ella. La propuesta fue aprobada, pero la ciudad de La Plata le ganó de mano.

En agosto de 1952 La Plata se llamó Eva Perón, pese a las invectivas de los más rancios lugares de nuestra ciudad que prefiguraban la espantosa cacería desatada por la dictadura embozada bajo el nombre de “Revolución Libertadora”, que secuestró el cadáver de Eva, lo escondió en diversos sitios durante casi 18 años, enterrándolo en el cementerio de Milán bajo el nombre de María Maggi de Magistris y, por supuesto, arrancó su nombre de nuestra ciudad para reponer el que lleva hasta nuestros días.

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