Cuando los Rolling Stones encontraron refugio en la Costa Azul

En el sótano de una de las mansiones más imponentes de Europa, el grupo compuso uno de los mayores discos de la historia del rock.

Por la inmensa terraza se veían pasar parvadas de tordos, esos pájaros que vuelan al atardecer antes de que la oscuridad les cierre los caminos. La mansión era formidable. Blanca, con 16 habitaciones y techos con 19 metros de altura. Había sido construida por un almirante inglés en el siglo XIX sobre una colina desde la que se podía contemplar el Mediterráneo, frente al puerto de Villefranche-sur-Mer, la Costa Azul, al sur de Francia.

El almirante, pese a vivir en aquel magnífico lugar, en algún momento sintió que su vida no tenía sentido y se suicidó arrojándose de los altísimos tejados. En la década del 40 había sido ocupada por la Gestapo. Pero sobre ese sórdido pasado se erigieron palmeras y cipreses, una larga escalera que conducía a una playa privada, arañas impactantes, jardines colgantes.

Las vistas desde los senderos que bordean el Mediterráneo son inolvidables. Alguna vez Jean Cocteau, quien vivió muchos años en dicha zona residencial, le escribió a su madre: “Querida mamá, Villefranche-sur-Mer es una auténtica maravilla, con los barcos, los cañonazos, los himnos a voz en cuello, el jazz. Esta vida tan excesiva es demasiado para mí y la contemplo desde la habitación con sabia distancia, como quien asiste a la ópera desde un palco”.

Aquel refugio perfecto cambiaría para siempre con la llegada de los Rolling Stones a comienzos de los 70. Keith Richards se instaló primero con su hijo Marlon, su esposa Anita Pallenberg y sus perros; al poco tiempo llegó el resto de la banda. El guitarrista y los demás integrantes habían abandonado Inglaterra porque no podían cumplir con la ley fiscal británica. Debían impuestos: debían más de lo que tenían y mucho más de lo que podían llegar a ganar.

La nueva guarida de los Stones era un bellísimo palacio de estilo neoclásico, cuya estética provocó un efecto llamativo sobre Richards: “Si te levantas hecho trizas, un paseo por este castillo reluciente basta para devolverte todo tu aplomo”.

Antes de partir a Francia, Keith se había sometido a un tratamiento para desintoxicarse de la heroína, pero se mantuvo limpio solo tres días, hasta que llegaron de visita a la mansión Gram Parsons y Michael Cooper, sus compañeros de andanzas.
No obstante, los Stones instalaron el equipo de grabación móvil en la puerta de la casa y tiraron los cables hacia el oscuro y húmedo sótano de Nellcôte, el lugar que funcionaría como estudio de grabación, donde el grupo iba a componer tal vez uno de los discos más importantes de la historia del rock: Exile on Main St.

En la biografía de Richards escrita por Victor Bockris, Anita Pallenberg recuerda: “Fue una maratón musical increíble, pero también resultó una pesadilla”.

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