Cultura

Pablo Hasél, el rap en la cárcel

El artista español fue a prisión por el solo hecho de cantar lo que piensa, lo que originó un auténtico escándalo internacional.

"¡No nos van a parar nunca, no nos van a doblegar!” gritó Pablo Hasél, mientras era escoltado por la Policía. Con los ojos estragados de cansancio, el rapero catalán, de 32 años, fue trasladado a la prisión de Ponent de Lleida, tras haber sido condenado a nueves meses de cárcel por “enaltecimiento del terrorismo e injurias a la Corona”. El encarcelamiento se produjo tras atrincherarse en las instalaciones de la Universidad de Lleida, dentro del edificio del rectorado, junto a decenas de simpatizantes.

Su árbol genealógico tiene raíces sorprendentes: su abuelo fue un militar franquista y su padre, dirigente de un club de fútbol. Cuando encontró el rap, halló su voz. Un camino hacia lo más verdadero de sí mismo. Una trinchera para librar batallas contra un orden caduco y desvitalizante que perpetúa el cinismo y la injusticia. El rap para continuar la lucha contra el franquismo que continúa triunfando en la política de España, sin importar quien gobierne.

La muy facetada identidad de Pablo Hasél vuelve brutal cualquier intento de simplificación. Es un rapero, pero podría ser otra cosa: un rugido, una catástrofe. En sus canciones hay fuerza, indignación, rabia. El premio nobel de la paz, Adolfo Pérez Esquivel, escribió una carta al presidente español Pedro Sánchez, exigiendo la liberación del rapero: “Con mucha preocupación y dolor recibí la noticia del encarcelamiento del joven músico rapero Pablo Hasél, por sus canciones y comunicados sobre la situación que vive España”.

Hasél parece encaminado a la inmolación: después de dieciséis años de carrera, dejó de ser un iconoclasta serial para devenir en alguien capaz de incisiones hondas con el filo de un rap que llega hasta el hueso de la historia de España, vindicando a esa república fusilada a mediados de la década del 30.

Si la ley “mordaza” que rige en España se aplicara en nuestro país, estarían presos gran parte de los artistas del género urbano. Figuras de renombre internacional como Residente (de Calle 13) serían condenados al encierro. En Estados Unidos, de imperar ese criterio represivo, las cárceles estarían pobladas de afrodescendientes que rapean las mismas broncas que Hasél.

La lista de acusaciones es larga y atrasa en siglos: insultar a la monarquía, injuriar a Felipe VI, excesos verbales y delitos de opinión. Se está criminalizando una forma de ver el mundo. Los anacrónicos defensores de la realeza, los mandarines de los medios de comunicación, la aristocracia que medró bajo los faldones de la monarquía, y un Poder Judicial servicial están dispuestos a brindar todos juntos una lección atroz a la sociedad: “Cuidado con lo que dices, puedes terminar preso”.

A pesar de la dramática situación que atraviesa el rapero, un haz de luz atraviesa la escena: miles de personas se han movilizado en Madrid, Barcelona, y otras ciudades exigiendo su libertad; y los más respetados artistas de todos los ámbitos (entre ellos los cineastas Pedro Almodóvar y Fernando Trueba, el cantante Joan Manuel Serrat, el actor Javier Bardem y la banda Vetusta Morla) firmaron un comunicado en el que respaldan abiertamente a Hasél bajo el lema: “Sin libertad de expresión no hay democracia posible”. Una manera de mantener vivo ese grito de los republicanos españoles frente al asedio fascista: “¡No pasarán!”

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