De kiosco a maxikiosco, de polirrubro a almacén, y más: historias de luchadores

Los últimos dos años han difíciles para todos y en muchos aspectos, y el kiosco de barrio no fue la excepción. De esto pasaron a maxikiosco o polirrubro, de ahí a almacén y muchos hasta comenzaron a vender productos de verdulería. ¿Cómo pudieron mutar en este tiempo?

El comienzo de la pandemia fue brusco y realmente duro para algunos rubros de barrio, que vieron como tuvieron que bajar las persianas al no vender productos de primera necesidad.

Uno de los primeros en verse afectados por esto fueron los kioscos, sobre todo en los barrios. Allí, donde las cosas cambian mucho y aún, para algunos, existe la libretita del fiado, las cosas se pusieron complicadas. Ya no alcanzaba con vender todo tipo de golosinas, que son el producto por excelencia de estos comercios, cigarrillos y todos los complementos para fumar, como por ejemplo encendedores, tabaco y papel para armar, etc. No alcanzaba con las bebidas y “ya no alcanzaba, no alcanzaba para nada”, dice Mario, dueño de un “vendetodo”, como él lo llama, en Villa Argüello.

“¿Cómo nos arreglamos?”

Mario vive en Villa Argüello, uno de los tantos barrios de la ciudad de La plata, donde las cosas a veces son difíciles en serio. Casado con Elisa y padres de cuatro hijos pequeños, hace varios años se pusieron un kiosco y con eso les alcanzaba “para vivir bien” dijo y agregó: “Nosotros somos gente humilde pero trabajadora, como la mayoría del barrio, y cuando vino la pandemia realmente me desesperé, pero no por mí, sino porque tengo cuatro nenes y una señora. ¿Cómo nos arreglamos?. Hablé con mi señora y le dije que no se preocupe, que comida no nos iba a faltar, pero que por favor se ocupe de los nenes para que no se enteren de todo esto. Yo quiero que mis hijos sigan siendo nenes y que no tengan que trabajar como yo de chico”. La acción siguiente de Mario, fue reacomodar todo el kiosco, o lo que era: comenzó a levantarse a 4:30, todos los días se iba al mercado central a comprar fruta y verdura, que vendía suelta o por bolsones que él mismo armaba y repartía. “Y además, aunque sé que está mal porque no tengo esa habilitación, empecé a vender bebidas alcohólicas”, comentó un poco avergonzado, pero enseguida sacó pecho: “Igual, de todas maneras, todo lo que hice me sirvió muchísimo, porque pasamos la pandemia sin que falte un plato de comida en casa y ahora nos acomodamos mejor. Y si tengo que decirte la verdad, lo haría de nuevo, porque no sabés lo que es tener hijos y no saber si vas a tener plata para darles de comer”.

Cambios de rubros en Los Hornos

Cecilia tiene 41 años y un nene de nueve que, cuando nació, “el padre desapareció” dijo a diario Hoy. Hija de padres de clase trabajadora, a los 25 se puso de novio con el papá de su hijo, que se quedó hasta el día que le dijo que estaba embarazada. “Lloré, no te voy a decir que no lloré, pero no podía darme el lujo de dejarme caer”, expresó.

Luego de tener a su bebé y pasar un tiempo criándolo, llegó el momento de trabajar, y ahí es donde se encontró con un regalo de sus padres: “Arreglaron la casa para que yo me ponga un kiosco y no dependa de nadie, y además tienen a su nieto todo el día. Así que no se bien a quien ayudaron” comentó Cecilia, quien parece haber dejado atrás el sufrimiento.

“Con el kiosco pasó lo que le debe haber pasado a todos imagino: dejó de alcanzar. Entonces se me ocurrió la de la fiambrería, porque acá hay algunos productos que se consiguen precios baratos y la reventa deja. Pedí prestado para comprarme la máquina de fiambres, en un remate conseguí una heladera mostrador bastante grande y me tire en este nuevo emprendimiento. Nunca pude haber hecho mejor, pero tampoco nunca pude haberlo hecho sin la ayuda de papá y mamá” remarcó Cecilia, contenta por como sorteó las malas, y por los padres que le tocaron.

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