CULTURA

Cuando Chaplin fue doctor en Letras

La Universidad de Oxford le entregó en 1962 la más alta distinción al genio del cine. Fue una decisión que causó polémica en su época, pero con los años fue considerada un acto de justicia.

El 27 de junio de 1962 descendió en el aeropuerto de Londres un hombre de baja estatura, cabellos blancos, ojos saltones y marcadas arrugas en el rostro. Una nube de periodistas lo estaba esperando, era Charles Chaplin. Tenia 73 años y regresaba a su país para recibir de la Universidad de Oxford el título honoris causa de doctor en Letras.

La decisión de la casa de estudios fue una piedra arrojada a un estanque. Hubo polémicas: los profesores de más rancia formación se mostraron remisos a conferir tal distinción a un hombre de cine. A tal grado llegó el debate que la revista de la universidad dedicó un artículo al caso, deplorando que ciertos profesores ignoraran los antecedentes literarios de Chaplin (entre otras cosas, ser autor de la mayoría de los libretos de sus películas). Finalmente, el gabinete de Oxford resolvió la situación, aprobando el homenaje, con la ausencia de diez de sus miembros.

La mayor obra escrita por Charles Spencer Chaplin es su autobiografía donde, como dice Lisa Stein Haven en la introducción, muestra que el gran actor “estuvo en el corazón de la mayoría de los grandes acontecimientos de su tiempo y con los dirigentes más relevantes”. Los textos que componen el libro fueron publicados originalmente en la revista Woman’s Home Companion, donde relataba sus encuentros con Mahatma Gandhi, ­Winston Churchill, Albert Einstein, Carlos Gardel y su amistad con Thomas Mann. El libro recrea la historia del autor desde su nacimiento en un barrio bajo de Londres, el 16 de abril de 1889, pasando por su debut cinematográfico el 16 de enero de 1914, la trastienda de la filmación de algunas de sus películas, sus casamientos, hasta su partida –definitiva– de los Estados Unidos el 18 de septiembre de 1952. El libro se terminó de escribir en enero de 1953 en Manoir de Ban, la casa que Chaplin se había comprado en Corsier-sur-Vevey, Suiza; una villa de 15 habitaciones, atendida por 13 sirvientes, desde donde se ve el lago Ginebra y el monte Blanco. De Manoir de Ban se trasladaba regularmente a Venecia, Londres o París, y también a la costa irlandesa, lugar en donde ­Chaplin se dedicaba a la pesca.

Ya hacia 1940 había dejado de hacer su inmortal personaje, la figura que convivió con él durante casi 30 años. Sus preocupaciones fueron extendiéndose hacia otros ámbitos, allí están Monsieur Verdoux, Candilejas, Un rey en Nueva York y la que muchos consideran su obra maestra, La ­quimera del oro. Esa metamorfosis artística está contada en el libro en todas las instancias del proceso.

Cuando Charles Chaplin recibió la alta distinción de Oxford, tenía una familia nutrida: Oona, la esposa, hija de Eugene O’Neill, que se casó con Chaplin el 16 de junio de 1943; y siete hijos, la mayor, Geraldine, de 17 años, que estudiaba en la escuela del London’s Royal Ballet, no sospechando por entonces el destino de actriz que tendría. El actor estaba viviendo su cuarto matrimonio, que sería el más duradero. En cada viaje, Chaplin procuraba que todos viajaran en aviones distintos, para que un accidente no destrozara a la familia entera.

Muchos años llevó escribiendo su autobiografía. Primero hacía una versión manuscrita, luego la pasaba a máquina. Nunca recurrió a una secretaria. Todo lo quería hacer personalmente, así como se encargaba de controlar la distribución mundial de la mayoría de sus películas, y era uno de los pocos cineastas que conservaban los derechos absolutos del 80% de sus obras.

Era un hombre de múltiples aficiones: coleccionaba pintura abstracta, esquiaba en invierno y jugaba tenis en verano. Todos los días se levantaba a las 10, tomaba un baño turco y le gustaba cocinar bifes en la parrilla. Bebía whisky (“la única cosa buena que produce Norteamérica”), pero no fumaba ni dejaba fumar en su presencia. Cuando un circo visitaba Vevey, Chaplin iba con sus hijos y les daba consejos a los payasos.

En Manoir de Ban Chaplin puso quietud a su gloria. Cuando recibió la noticia del doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford, recorrió el vasto jardín que rodeaba a su casa, y en esa caminata pensó: “Thomas Mann es un escritor. Nadie como él llegó tan hondo en el corazón humano. Yo apenas soy un muñeco sentimental”.

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