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Édith Piaf: la mujer que hizo que París fuera una canción

La vie en rose fue una de las canciones que inmortalizó su voz. Pero no tuvo nada de rosa la vida desgarrada de esta mujer que cantó de manera única.

En estos días se está ofreciendo en el Teatro Liceo de Buenos Aires PIAF, una exitosa obra en la que Elena Roger interpreta magníficamente a una de las mayores intérpretes de todos los tiempos.

A las cinco de la madrugada del 19 de diciembre de 1915, Line Marse, que malvivía como cantante en los café concert, dio a luz a una criatura en un portal de la calle Belleville. El padre, un saltimbanqui callejero, intentó infructuosamente que alguien lo ayudara a llevar a su esposa a un hospital. Así nació Édith Giovanna Gassión, a quien el mundo entero conocería como “La Piaf”. Eran tiempos de guerra. El nombre fue un homenaje a Edith Cavell, una enfermera inglesa fusilada por los alemanes en Bélgica. Sus padres entendieron que no estaban en condiciones de encargarse de la crianza de la criatura y se la dieron a la abuela, quien trabajaba en un prostíbulo de París. Así, la niña creció entre el cariño de las prostitutas, de las que no se separaría hasta el principio de la adolescencia y cuyos derechos defendería hasta el último día de su vida.

A los cuatro años enfermó gravemente de meningitis. Durante varias semanas perdió completamente la vista. Todos los días, la abuela y las pupilas del prostíbulo, rezaban a Santa Teresa de Liseux, cuya fiesta se celebra el 1 de octubre, hasta que la niña, finalmente, recuperó la visión. Fue entonces que el padre se la llevó con él. Iban por pueblitos perdidos de provincia, él haciendo acrobacias, ella pasando el platito.

A los 16 años ella propuso enriquecer el espectáculo cantando algunas canciones acompañada por un acordeonista que habían conocido por los caminos. En una de esas actuaciones callejeras la escuchó cantar Louis Leplée, dueño del café concert Gerly´s. La hizo vestir con un sencillo traje negro, que ella jamás abandonaría, y todas las noches subía al escenario con el nombre artístico de Edith Piaf.

Una noche Leplée apareció muerto. La policía consideró sospechosa a Édith Piaf. Pero ella tenía una coartada: todas las noches, luego de actuar, iba de bar en bar hasta la madrugada. Decenas de testigos atestiguaron a su favor.

El éxito de Edith Piaf fue unánime. Los principales escenarios mundiales se la disputaban. Fue la primera figura de varieté que pisó el Carnegie Hall. Allí en la ciudad de Nueva York conoció al boxeador Marcel Cerdan, quien sería uno de los grandes amores de su vida y murió trágicamente en un accidente de aviación. Fueron muchos los intentos posteriores de construir el amor: Yves Montand, Charles Aznavour, pero con ninguno logró aquella intensidad arrebatada por el destino.

Édith Piaf, como Marilyn Monroe, a la que la ligaba una profunda admiración recíproca, vivieron bajo el signo del dolor: perdidas en una orfandad que no pudieron exorcizar con la llegada de un hijo. Marilyn, pocos días antes de morir, había viajado a México para gestionar la adopción de un niño; Édith costeaba la educación de 15 huérfanos.

Muchas veces se había caído por enfermedad o depresión y vuelto a levantarse. Una de esas veces, su amigo, el escritor Armand Salacrou, le envió un telegrama a un hospital de los Estados Unidos, donde acababan de operarla. Allí le decía: “Si la amistad puede curar, yo te digo levántate y canta”. Pero la noche del 10 de octubre de 1963 se desvaneció y los médicos decidieron trasladarla a París. A su lado, en la ambulancia, iba Theo Sarape, su joven marido; era un peluquero a quien ella había convertido en cantante, con quien se había casado hacía pocos meses. Una hora después de llegar a París, murió. La radio y todos los periódicos difundieron la noticia que, en minutos, recorrió el mundo entero.

“El bello indiferente”

Cerca de París, en su residencia de Milly, el múltiple artista Jean Cocteau paseaba por su jardín cuando le comunicaron la noticia. Él amaba a Édith Piaf, la llamaba “el ángel negro de la canción”. Se habían conocido cuando ella tenía 25 años y él, 51. Maravillado por esa voz que nacía de las entrañas como desde las profundidades de un volcán, Jean Cocteau le escribió El bello indiferente, un monólogo teatral sobre la infidelidad, los celos y el desamor, pieza que le dio a la entonces principiante Édith Piaf una enorme visibilidad pública. Por eso, cuando el artista se enteró de la noticia de la muerte de su amiga, sintió que algo muy frágil se había quebrado en su interior. A las pocas horas lo internaron. A la madrugada del día siguiente, él también murió.

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