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Eduardo Falú, el hombre que hizo caber la vida en una guitarra

Fue uno de los mayores guitarristas que dio la música popular argentina. En su voz se hicieron famosas canciones que quedaron para siempre en la memoria de la gente.

Quizá de su condición de árabe acriollado le venía esa nostalgia que se notaba cada vez que pulsaba un acorde o entonaba una zamba. Quizá era una nostalgia más cercana, la que surgió cuando fue a vivir a Buenos Aires a los 22 años, dejando atrás a su amada Salta.

Su padre tenía un almacén de ramos generales en Metán, y Eduardo, en la trastienda del negocio aprendía a tocar la guitarra de manera autodidacta, aprendiendo que nada puede transmitir tanto la tristeza como la madera. Desde los once años comenzó a dedicarle un par de horas de la mañana al estudio del instrumento, “gimnasia guitarrística”, la llamaba. Decía que es el único sistema para no perderle la mano.

Buscó siempre la compañía de los poetas para hacer sus canciones. Su coterráneo Jaime Dávalos fue uno a los que más acudió. Recordaba Falú: “A veces me entregaba una letra para que yo le pusiera música. Otras le daba yo la música para que él hiciera una letra. Pero el mejor sistema es trabajar juntos. Aparte de ser un placer. Es como un juego ir armando una zamba con Jaime”. Así nacieron La nochera, Las golondrinas o Tonada de un viejo amor, entre otras joyas. También solía pasar interminables noches de guitarra, poesía y vino con otro gran maestro de las palabras, Manuel J. Castilla.

Reflexionaba Falú: “Es curioso mi destino. Nunca había pensado vivir de la música. Eso sí: toqué la guitarra por vocación, me gustaba de alma. Sucedió que en Salta, cuando yo estudiaba en la Escuela Normal, alguien me escuchó y me contrató para venir a Radio El Mundo, a Buenos Aires. Eso fue en el 45. Lo demás vino por añadidura”. En la música estaba su destino. Cuando el folklore empezó a crecer indefectiblemente en la estima popular, su grupo “La Tropilla de Huachi Pampa”, comenzó a hacerse famoso. Ese grupo también estaba integrado por Antonio Tormo y el sanjuanino Buenaventura Luna. Eran los años en que cobraron celebridad los Hermanos Ábalos y Atahualpa Yupanqui, quienes junto a Los Chalchaleros y Los Fronterizos harían detonar el boom del folklore.

En los años cincuenta actuaba en el célebre “fogón de los arrieros”, y era una presencia asidua en Radio El Mundo. Con la “Zamba de la Candelaria” el gran público conoció su nombre. Falú se sentía esencialmente un guitarrista, el canto vino por añadidura, como una manera de enriquecer la expresión: “Había que hacer conocer lo que decían los poetas, las leyendas folklóricas, la obra del pueblo. Y para eso no hay vehículo como la voz. Así las cosas entran más fácil”. El público se fue aficionando a sus solos de guitarra. Cada vez que comenzaba a tocar se producía un gran silencio. Una música a la que se entraba como se entra a un templo.

Admiraba a Ástor Piazzolla: “Alguien que trabajó incansablemente para lograr el consenso del público. Finalmente se impuso. Probó que el creador no debe ponerse en la órbita de lo que le piden. Todo lo contrario. Debe exigir al público, exigir una atención, un respeto por lo que está haciendo. Piazzolla lo consiguió sin hacer la menor concesión. Tiene un mérito enorme. Creo que eso prueba que si a un público inculto o complaciente se lo hace escuchar buena música finalmente logra un sentido selectivo. Y termina escuchando lo que vale la pena”.

Le apasionaba el sentido trágico de algunos personajes de nuestra historia. Por eso, en 1961, hizo junto al escritor Ernesto Sábato el Romance de la muerte de Juan Lavalle: “Lavalle es un hombre de tremenda fuerza dramática. Con un destino, algo que lo compele, lo determina. Como Julio César. Creo que Lavalle merecía morir como murió. No desde un punto de vista político, claro. Lo digo desde un ángulo metafísico”. Al mismo tiempo, admiraba la defensa de la nacionalidad hecha por Juan Manuel de Rosas.

La sencillez de lo americano

Falú pregonaba que la música nacional tiene que ser la síntesis de todos los esfuerzos, vencer la tentación de hacer una música inocua, que venda rápido, sin

preocuparse por valores perdurables. Retomaba aquella famosa consigna de Tolstoi: “Pinta tu aldea si quieres ser universal”. Eso lo comprobó cada vez que pisaba un escenario de Europa: “Lo americano tiene una sencillez, una sabia simpleza, un poder de expresión del que los europeos carecen. Europa se ha cansado de buscar lo turbio que parezca profundo”.

Murió en Buenos Aires a los 90 años, el 9 de agosto de 2013. Uno de los grandes homenajes previstos para la edición número 63 del Festival de Cosquín es el de los cien años de Eduardo Falú.

“La intención de la propuesta es difundir la obra de un músico que, para mí, tiene la condición de artista total, como pocos lo han logrado, porque ha sido brillante en todas sus facetas artísticas”, sostuvo Juan Martín Di Salvo, cantor y gestor cultural, quien encabezó una charla bajo el nombre “El caballero de la Guitarra- Falú 100 años”.

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