cultura
El curioso origen de algunos nombres geográficos
Continentes, mares, países y ciudades, recibieron su nombre muchas veces por situaciones equívocas o mitológicas que encierran historias fascinantes.
El explorador Américo Vespucio, émulo de Cristobal Colón, arrebató a este último la gloria de dar su nombre al Nuevo Mundo. Sabido es que Colón —creyendo haber llegado a las Indias— desembarcó en las Antillas, en 1492; más tarde, volvió, desembarcando definitivamente en el continente. Vespucio afirmaba haber sido el primero en poner un pie en el continente en 1497. El asunto no fue resuelto nunca, pero los geógrafos de la época lo decidieron a favor de Vespucio.
El error inicial de Cristóbal Colón tuvo insólitas consecuencias para los nombres que habrían de denominar a los habitantes de aquellas tierras. Incluso después de reconocer la equivocación, se siguió llamando “indios” a los pueblos originarios de América Latina. En ese sentido, Eduardo Galeano escribió, a propósito de la llegada de los españoles a nuestro continente: “Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar. Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón. Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran indios de la India”.
Curiosa es la historia del océano Atlántico; ella nos conduce a la mitología griega. Océano era una divinidad de agua dulce, el padre de todos los ríos nacidos de su unión con Tetis, diosa fecunda y bienhechora. Los griegos creían que un río gigante rodeaba la Tierra —considerada como un vasto disco—. Ese criterio es el que los primeros navegantes creyeron encontrar al llegar a las columnas de Heracles, actual estrecho de Gibraltar. Cuando sus sucesores, de mayor audacia, pasaron más allá, convenciéndose de que se trataba, no de un gran río, sino de un mar inmenso, el nombre estaba ya aplicado. El epíteto Atlántico señala otro cambio de sentido: es un derivado de Atlas, que entre los griegos designaba a un dios marino que sostenía en el extremo del Mediterráneo las columnas que separan el cielo de la tierra. Así se bautizaron a las montañas de Mauritania que aún conservan su nombre. El epíteto atlántico no se aplicaba más que a las comarcas o a los pueblos del Atlas. Pero Atlas, según la mitología, tenía una hija, Atlantis, cuyo nombre designó a una gran isla sumergida. Esto inspiró a los geógrafos del Renacimiento la idea de bautizar este océano bajo el nombre de Atlántico para distinguirlo del que había descubierto Magallanes al doblar el cabo de Hornos: el navegante portugués denominó a las aguas nuevas océano Pacífico para conjurar las tempestades cuyos temibles asaltos conoció bien.
Dublin, el nombre de la capital de Irlanda, significa “agua negra” porque así de oscura era el agua del puerto por reflexión de luces. Su asentamiento data del primer siglo a. C., posteriormente, se construyó un monasterio, aunque la ciudad se estableció alrededor del año 841 por los vikingos. Después de la invasión normanda, Dublín se convirtió en el centro clave de poder militar y judicial, con la mayoría de su poder concentrado en el castillo de Dublín hasta la independencia. Desde el siglo XIV hasta finales del siglo XVI, Dublín y sus alrededores, conocido como la empalizada, formaron la mayor zona de Irlanda bajo control gubernamental.
El nombre de El Cairo proviene de la voz egipcia Al-Kaijra, que quiere decir “victorioso”. Enclavada sobre las ruinas de cuatro ciudades milenarias, ha sido una verdadera sobreviviente a todas las ambiciones y codicias, desde los primeros reyes asirios hasta Napoleón. El Cairo fue originalmente un campamento militar establecido en 641 d. C., a la orilla del río. En el año 969, los gobernantes fatimitas de Libia conquistaron Egipto y comenzaron a construir la ciudad amurallada. Su civilización es la más antigua de todas las conocidas y, bajo el gobierno de sus reyes indígenas o faraones, llegó a alcanzar alto grado de perfección en las artes, las ciencias y las letras, como lo prueban los muchos monumentos cuyos restos se ven actualmente.
El nombre de nuestro país, como se sabe, proviene de “argentum”, una palabra del latín que significa plata, y fue nombrado de esa manera, por primera vez, en Terra Argentea, en una pieza cartográfica del portugués Lopo Homen, en 1554.