CULTURA
El dueño de la mitad de la gloria
Horacio Ferrer es el autor de las letras de Balada para un loco y Chiquilín de Bachín, entre otros temas clásicos de Astor Piazzolla.
Cualquiera que esté en la calle Callao de Buenos Aires va a recordar a la luna redonda, y si pasa por el bodegón Bachín –en la esquina de Sarmiento y Montevido-, imaginará al angelito con cara sucia y blueyin apareciendo por las noches vendiendo rosas. Horacio Ferrer pobló Buenos Aires con criaturas que ya son leyenda. Nació en Montevideo el 2 de junio de 1933, de madre argentina –biznieta de Rosas- y padre uruguayo –profesor de historia-. Fue uno de los primeros historiadores del tango, dirigió la revista Tangueando y fue presidente de la Academia Argentina del Tango y, sobre todo, fue un gran poeta.
Tenía pinta de dandy: trajes cruzados, pañuelo de seda asomado en el bolsillo superior, y un sempiterno moñito. Vivía con su compañera de siempre –la pintora Lulú Michelli- en el último piso del Alvear Palace Hotel, su “bulín de la calle Ayacucho”, como lo solía llamar. Los caudalosos derechos de autor, le permitían esos lujos. Para Horacio Ferrer el tango es una manera de vivir: “Ser tanguero es una forma de transitar por la existencia, aun sin tocar un instrumento, sin cantar ni bailar. Es una forma de vivir que mezcla bohemia, trabajo, ilusiones y formas de amar, y que tiene un lugar importante para la amistad”.
A los veinte años comenzó a estudiar bandoneón y se incorporó a una pequeña orquesta. A fines de los años 50, publicó: El Tango. Un libro con el que mostró su fascinación –y erudición- por un género que cultivó hasta el fin de sus días. A los 34 años publicó su primer libro de poemas, Romancero canyengue, en el que se cruzaban el surrealismo con versos inspirados por musas mistongas. Su primer poema musicalizado fue La última grela, cuya melodía fue puesta por Anibal Troilo. En 1967 Astor Piazzolla leyó es biblia para noctámbulos escrita por Horacio Ferrer y le dijo: "Quiero que trabajes conmigo porque mi música es igual a tus versos". Se inició así una de las duplas más célebres de la historia de la música popular. Ya entonces, Horacio Ferrer se había mudado a Buenos Aires.
El periodista Julio Nudler definió así a Horacio Ferrer: “Creador de una obra incesante, aplaudida o rechazada, ha sido y es el letrista más resuelto a escribir versos nuevos cuando ya todos los versos del tango parecían haber sido escritos”. Horacio Ferrer llegó para decir que el tango aún tenía mucho para decir. En 1968, estrenaron con Piazzolla la operita María de Buenos Aires, en la que Ferrer, encarnando el papel de El Duende, recitaba con una dicción radial y un porte que se volvería inconfundible. A partir de allí, la química entre ambos fue tan fuerte que se dedicaron a componer muchas piezas juntos. En 1969, dieron a conocer Chiquilín de Bachín, inspirado en un nene de 11 años que todas las noches iba a vender flores a un café cercano a la casa en la que vivía entonces Ferrer. En el mismo año, compondrían otro clásico: Balada para un loco. Lo primero que se le ocurrió del tema fue la frase “ya sé que estoy piantao”. No tenía mayor idea del resto, solo sabía que en el medio, quería hacer un recitado. Con esos pocos elementos, a Piazzolla se le ocurrió una balada valseada. La canción fue presentada en el Primer Festival Iberoamericano de la Danza y la Canción que se realizó en el Luna Park de Buenos Aires. No solo el tema no ganó sino que fue silbado por el público. Era algo demasiado nuevo. Tuvieron un gran aliado que ayudaría a instalar el tema en el gusto del público: el tiempo.
Luego vendrían casi cuarenta canciones nacidas de ese diálogo fértil, entre las que se cuentan La bicicleta blanca, Balada para mi muerte, El gordo triste y Juanito Laguna ayuda a su madre.
Al frente de la Academia del Tango, Horacio Ferrer siguió trabajando hasta sus últimos días en seminarios de cultura tanguera, la Biblioteca del Tango, y el Museo Mundial del Tango –ubicado sobre el legendario Café Tortoni-, que presidía ad honorem, ejerciendo una bohemia que lucía como un clavel en el ojal.